Sáb 18.05.2002

VIDEOS

El mundo según Kevin Smith tiene un clima de vestuario masculino

“Jay y el silencioso Bob” es una nueva muestra de locura del cineasta de culto estadounidense, que no parece muy dispuesto a sentar cabeza.

› Por Horacio Bernades

Con cinco películas a la fecha, el de Kevin Smith empezó siendo un cine hecho entre amigos, y a esta altura parece haber derivado en uno sostenido por amigos y dirigido a los amigos. A los enemigos, también. Todo empezó en 1994 con Clerks, que en la Argentina salió directo a video con el título de Cajeros. Filmada en blanco y negro, en el formato semi amateur de 16 mm y con un presupuesto risible, Clerks es un verdadero hito del cine casero y ultraminimalista. Smith, por entonces un jovencito de 24 años, la filmó a unas cuadras de su casa, con dos negocios contiguos por únicos escenarios. Ambos, más desatendidos que atendidos por dos representantes emblemáticos de esa fauna que se dio en llamar slackers: jóvenes vagonetas, fumones y rehenes de la cultura pop, que iban de la cama al living, de allí al trabajo y del trabajo al shopping.
Pasaron casi diez años, varias películas, algunos fracasos y hasta una versión televisiva de “Clerks” en dibujitos animados. Kevin Smith, como sus personajes, parecería no querer enterarse de que todo eso pasó. Luego de que su sátira religiosa Dogma (1999) viera su estreno local obstaculizado por acción de grupos ultramontanos, Jay & Silent Bob Strikes Back, su película más reciente, tiene en la Argentina –como Clerks y la siguiente Mallrats– destino de video. El sello Gativideo la hará llegar en los próximos días a los videoclubes, con el título Jay y el silencioso Bob. En ella, Smith se muerde la cola, construyendo una película casi exclusivamente sobre la base de guiños, referencias y autorreferencias, que parecerían exclusivamente dirigidas a dos tipos de público: los que conocen al dedillo sus películas anteriores y los que las odian, critican y combaten. Smith venía estimulando desde temprano ambas formas de culto, primero a través de su propio site de Internet (www.viewaskview.com), donde apologistas y detractores se trenzan desde hace años entre insultos, y más tarde gracias a películas tan cuestionadas como ensalzadas (Chasing Amy, de 1997, estrenada en la Argentina con el título La otra cara del amor) y tan ambiciosas como fallidas (la citada Dogma).
Jay y Silent Bob (este último encarnado por el propio Smith, un tipo de barba recortada y físico como de lavarropas) son los personajes más icónicos de su cine. Jay, rubio, malhablado y de largas crenchas lacias. Silent Bob, mudo por voluntad propia y envuelto en un eterno sobretodo oscuro. Ambos aparecían ya en Clerks, siempre apoyados contra un muro, viendo pasar el mundo y tratando de venderle, de paso, algunos gramos de yerba. De allí en más asomaron, episódicamente, en todas sus películas. Ahora saltan al protagónico. Armada con una línea argumental que es apenas una excusa y bancada como de costumbre por el sello Miramax (Smith es uno de los más notorios hijos adoptivos de sus capitostes, los hermanos Weinstein), por Jay y el silencioso Bob desfila una galería de rostros familiares (los de Ben Affleck, Jason Biggs, Brain O’Halloran), a quienes se les suman, a modo de citas vivientes, montones de cameos de gente de Hollywood (Matt Damon, Gus Van Sant, Wes Craven, algunos miembros de “Saturday Night Live”, los conductores más famosos del canal E! Entertainment).
Bien lejos de aquellos comienzos en blanco y negro, el resultado es una farsa desproporcionada, despatarrada y chirriante, cuyo referente parecería ser El mundo está loco, loco, loco. El conjunto se reduce a una acumulación de gags, chistes, citas pop y autorreferencias, que tanto pueden ser ingeniosas como carecer absolutamente de gracia. De paso, el cineasta aprovecha para contestar a quienes lo acusaron de misógino, homofóbico y sexista (sobre todo en ocasión de la muy discutida La otra cara del amor, donde Ben Affleck lograba “enderezar” a una chica lesbiana), y lo hace con una nueva y poderosa descarga de chistes misóginos, homofóbicos y sexistas. Más allá de lo cuestionable de muchas de esas contestaciones (que incluyen una banda de repulsivas lesbianasladronas de joyas) y de la radical autoindulgencia que la anima, la sensación que deja Jay y el silencioso Bob es la de un cineasta bien crecidito ya, que ha elegido estacionarse en una adolescencia tan inmutable como la mudez y el sobretodo de Silent Bob. Una adolescencia de vestuario de hombres, para ser más precisos. Pedorreas, chistes con mocos, códigos para pocos y un alud de alusiones masturbatorias parecerían ser los máximos bastiones de ese cine-vestuario, que es más vestuario que cine.

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