Viernes, 3 de diciembre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Mariano Blejman
La mediática liberación de los 250 mil documentos estadounidenses a través de la plataforma de Wikileaks.org pone al descubierto la potencia de los sistemas de intercambio de archivos y la potencialidad de Internet como ágora global. El ataque de “denegación distribuida de servicio” (Ddos, por sus siglas en inglés) de un grupo de hackers al servidor del sitio de Julian Assange poco antes de la liberación de los documentos –que ya habían sido adelantados a algunos diarios– fue apenas un intento de tapar el sol con la mano. No deja de ser irónico que la historia de Wikileaks en estos días demuestra que la estructura de Internet funciona bien para lo que fue creada por el Ejército y las universidades norteamericanas: un sistema interconectado y distribuido que resiste ataques extranjeros o internos, con una alta capacidad de adaptabilidad. Wikileaks es apenas la cara visible más políticamente incorrecta que ejecuta el impacto de los intercambios de archivos en una sociedad, pero no es la primera, claro, ni será la última.
Por ahora, los servidores de Wikileaks están presumiblemente en Suecia, aunque hasta hace un par de días tenían réplicas en Amazon, dentro de Estados Unidos. El senador norteamericano Joe Lieberman anunció de forma rimbombante que la empresa dedicada al negocio de libros había decidido dilapidar la primera enmienda de la Constitución estadounidense al dar de baja la página Wikileaks alojada en su empresa de hosting. Así, el sitio volvió rápidamente a Suecia. De la misma forma, Wikileaks había evitado el ataque de los hackers unos días atrás, moviendo el contenido hacia otros servidores europeos. Pero a esta altura de los acontecimientos, mientras el mundo diplomático mundial se debate sobre el impacto del “cablegate”, dar de baja Wikileaks y meter preso a su creador vienen a significar lo mismo que tratar de agarrar arena con una raqueta de tenis. ¿Por qué? Los documentos fueron liberados de dos formas: por un lado, se los puede bajar entrando a Wikileaks.org. Por el otro, se ofrecieron enlaces para bajarlos a través del sistema de intercambio de archivo llamado BitTorrent que usa el protocolo “peer-to-peer”. BitTorrent fue creado por Bram Cohen en 2001 y sirve para distribuir archivos de gran tamaño: cada persona que comienza a bajar un archivo a través de un enlace de BitTorrent se convierte también en una fuente de descarga. Así, mientras más personas bajan un mismo archivo, éste se baja más velozmente. Y, en pocas horas, resulta prácticamente imposible detener la liberación del contenido. Según un estudio de la consultora Ipoque, a través de BitTorrent se mueven entre 27 y 55 por ciento del tráfico de Internet. Es decir, clausurar los servidores de Wikileaks no evitaría que la información siga estando disponible.
Otra gran ironía: la idea de BitTorrent le surgió a Bram Cohen cuando desarrollaba un proyecto de seguridad informática llamada MojoNation. En ese proyecto, a fines de los ’90, Cohen quería permitirles a los usuarios distribuir archivos confidenciales en pequeños pedazos encriptados, para evitar que la información estuviera guardada en una sola máquina, y a la vez ésta fuera inaccesible. Si alguien quería recuperar un archivo encriptado, podría bajarlo a la vez desde varias computadoras. El proyecto no prosperó, pero el p2p (peer-to-peer, o par a par, en español) se convirtió no sólo en un estándar del intercambio de archivo, sino también en una especie de símbolo de la liberación de los contenidos, a tal punto de que la Fundación Mozilla –creadores de Firefox– acaba de crear una Universidad P2P. El sitio oficial de BitTorrent es usado al menos por 80 millones de usuarios mensualmente, y acaba de lanzar su propia plataforma para distribuir contenidos con licencias libres. A mediados de 2005, asediados por las corporaciones del derecho de autor, el portal oficial de BitTorrent realizó un acuerdo con la MPAA de Estados Unidos para remover contenidos ilegales del sitio oficial de BitTorrent. El acuerdo fue firmado con siete grandes estudios de Estados Unidos, lo cual dio origen a otros buscadores BitTorrent, fuera del sitio oficial. Y cada vez que la industria musical logra cerrar un buscador de BitTorrent con contenidos ilegales aparece otro que lo reemplaza y lo mejora.
Ahora bien, la industria discográfica y las compañías telefónicas han realizado grandes esfuerzos por aplacar la potencialidad de BitTorrent en una desesperada lucha contra la pérdida del derecho de autor. Uno de los esfuerzos está destinado a terminar con lo que en los circuitos especializados en Estados Unidos ha empezado a llamarse net neutrality o “neutralidad en la red”. El principio de neutralidad de la red –en cuyo espíritu fue creado Internet– promueve la idea de que cada byte que se mueve por Internet debe ser tratado de la misma manera: “un paquete es un paquete”, declaró a Página/12 Asa Dotzler, de la Fundación Mozilla. No importa que sea una página web, un servicio de ftp o un archivo bajado por el protocolo BitTorrent, todos deben correr a la misma velocidad.
Sin embargo, con la excusa de la falta de ancho de banda en gran parte por la aparición de los teléfonos móviles inteligentes, en la última década las empresas telefónicas han discriminado algunos servicios (es sabido, por ejemplo, que en Argentina Fibertel ralentiza al protocolo p2p) y el panorama parece ser peor: el diario The New York Times publicó tiempo atrás una serie de artículos sobre un acuerdo entre Google y la compañía de telefonía móvil Verizon para darse prioridad mutuamente. El escándalo está en los medios especializados desde hace al menos un año.
Sin embargo, la corta pero poderosa historia de la sociedad digital ha demostrado que mientras mayor es la penetración de Internet en la vida cotidiana, los procesos de distribución de la información son cada vez más veloces y de mayor impacto. Parafraseando al apocalíptico francés Paul Virilio que dice que cada invención genera su propio choque (la invención del avión creó el accidente de avión), la irrupción de los cables diplomáticos liberados por Wikileaks (por ahora de dudoso valor político, pero ésa es una discusión menor) acaba de inventar el gran choque diplomático a escala planetaria. Aunque, a diferencia de lo que sugiere Virilio, el choque diplomático a velocidad de la luz es profundamente liberador: si las sociedades civiles perdieron la privacidad gracias a Facebook, los gobiernos acabarán por darse cuenta de que están perdiendo el control del secreto.
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