Sábado, 28 de mayo de 2011 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Luis Bruschtein
Los 25 de Mayo tienen para la Argentina un karma particular. Cuando Néstor Kirchner asumió el 25 de Mayo de 2003, recordó el 25 de Mayo de 1973, treinta años atrás, cuando Héctor Cámpora tomó posesión respaldado por una multitudinaria concentración de la JotaPe, de la que él mismo formaba parte. Cristina Kirchner volvió a recordarlo este miércoles 25 de Mayo en Resistencia, ocho años después.
“Cuando escuché el discurso de Néstor ese día, supe que iba a tener un costo muy alto”, recordó la Presidenta. Y señaló otro 25 de Mayo, el del Bicentenario, cuando Néstor Kirchner, poco antes de morir, tuvo la certeza de que su proyecto había echado raíz.
Se podrá estar de acuerdo o no, pero después de tantos años de hegemonía neoliberal, aquel discurso rompía los esquemas. Por eso, la mayoría no le creyó. Era otro político más con un discurso de circunstancia. Hubo quien tomó algunas de sus resonancias, sobre derechos humanos o sobre referencias históricas, pero la mayoría no valoró el contenido global que proponía.
El esfuerzo principal de Kirchner en todos esos años fue para gobernar, pero además para ganar credibilidad. Su discurso, al igual que el de los demás políticos, no era creíble. Resultará casi imposible explicar ese fenómeno en el futuro: un presidente luchando para ganar una credibilidad que le era esquiva aun cuando se lanzaba tras metas y ganaba batallas que en treinta años sólo habían existido en la categoría de consigna o expresión de deseos, como la conformación de una Suprema Corte idónea e independiente, como la anulación de las leyes de impunidad y la realización de los juicios contra los represores, como la quita más importante en la historia de la deuda externa del mundo o acabar con el ALCA de George Bush, entre otras.
Esas metas formaban parte de la tradición política del centroizquierda, de una parte del peronismo y de una parte del radicalismo. Nunca se habían podido concretar, pero cuando se pudo, en vez de reconocerlo, una parte de ese espectro siguió negándolo con más fuerza. Incluso algunos prefirieron unirse a sus enemigos, a los que habían generado esa deuda, los que habían aprobado las leyes de impunidad, los que habían manipulado a la Corte.
Se crearon varios relatos desde esa especie de negacionismo. El más elemental niega la realidad contra viento y marea. Nada de eso ocurrió, es todo una mentira. Más de un intelectual de paseo por TN suele intentar ese relato religioso donde se trata de creer o no creer.
El otro relato es más sofisticado. Personifica a un Kirchner político tradicional, amoral, sin principios ni ética ni ideología. Un hombre solamente motivado por el poder y que, sólo movido por esa combustión, realiza uno de los gobiernos más progresistas, o por lo menos, el que concreta gran parte de la agenda progresista que los supuestos progresistas que hacen ese relato nunca lograron. Desde ese lugar tan irregular, donde el que nunca logró concretar juzga a quien sí lo hizo, se puede calificar a Kirchner de calculador, que lo fue; de audaz, que por suerte también lo fue; pero no de progresista, que en realidad fue de lo que más hizo en su gobierno. Es decir, fue audaz y calculador, como señala el título del último libro de Beatriz Sarlo, pero para tomar las medidas que tomó, no para tirarse en parapente o correr en Fórmula 1.
Hay cierto regodeo en tratar de ponerse en ese lugar de juez y calificador del progresismo. Por citar a Ortega y Gasset: un hombre es él y sus circunstancias. En otras circunstancias, el Che podría haber sido un joven aventurero y después un médico de pueblo y hombre de familia.
A Kirchner le tocó vivir un momento histórico dramático en un lugar de responsabilidad inesperado y lo asumió cabalmente. Podría haber sido un desastre. Eran más las posibilidades de que así hubiera sido si se quedaba inmóvil, si se dejaba presionar, si hubiera sido incapaz o indolente o débil como muchos de los presidentes y aspirantes anteriores. Como ser humano tiene más mérito ese compromiso con el momento histórico y su realización, que una vida de pensar en cosas buenas.
Pero además ese relato no cierra. Es probable que antes de asumir, Kirchner no pensara en hacer todo lo que hizo. Venía del pragmatismo de una gestión provincial que había atravesado la década menemista. Es probable que en ese momento hubiera resignado muchas cosas que después hizo. Pero si Kirchner hubiera sido un malandra amoral como lo pintan, no hubiera elegido ese camino que para él tenía más costos que ganancias, como quedó finalmente demostrado. Y en ese caso, el mérito de haber podido comprender el reclamo de ese momento histórico sería aún mayor.
Los escritores vuelven una y otra vez a ese punto. Al momento en la vida de una persona que hasta allí no había sobresalido o había sido un campeón de lo cotidiano. Y de repente esa vida llega a una encrucijada donde todo está puesto en juego, el punto de decisión que iluminará todo lo demás. Puede ser que en ese punto los grandes personajes, los que vienen con discursos de comerse leones crudos o los grandes promeseros, se quiebren por temor o por corrupción. Y puede ser también que el personaje del que no lo esperábamos, el que venía con perfil bajo sin grandes discursos, se agrande y asuma todo el peso de esa encrucijada. Es el momento de definición. Ese 25 de Mayo de 2003 fue el gran momento de decisión de Néstor Kirchner, su encrucijada. Podría haber negociado con el poder sistémico para conseguir gobernabilidad, pero prefirió confrontarlo. Solamente haciendo ficción se puede saber lo que pensaba en ese momento o en el día anterior a su muerte o en todo ese agitado periplo. Lo que se puede saber son los resultados.
Y los resultados no condicen con la imagen del malandra. En Argentina hay muchas más experiencias de presidentes que se quebraron al asumir o durante la gestión. Son pocas las experiencias contrarias como la de Kirchner. Y aunque Raúl Alfonsín tiene mucho para rescatar, porque le tocó también, al igual que a Kirchner, un momento muy difícil, su experiencia fue muy frustrante para una generación que le puso todo el corazón al salir de la dictadura. Es probable que esa frustración provenga de la inmadurez, de la imposibilidad de reconocer las circunstancias contra las que debió lidiar el jefe radical, o de desconocer los recovecos sinuosos de la política, pero esa frustración fue muy fuerte. El mismo Kirchner pudo entender el drama de aquel Alfonsín y siempre lo diferenció claramente de sus otros antecesores.
Ese sector del progresismo furiosamente antikirchnerista busca interminables explicaciones para las capitulaciones de Alfonsín en acciones tan importantes que él había impulsado, como el Juicio a las Juntas. Pero es incapaz de reconocerle nada al gobierno de Néstor Kirchner, al que juzga con una rabia ciega.
Hay una construcción del personaje de Kirchner sobre la cual se justifica la negación de sus acciones. Si es un tipo malandra, movido por la ambición de poder y de dinero, ninguna de sus acciones puede ser buena. ¿Qué pasa si las acciones son buenas? ¿Entonces el hombre sería bueno? Las dos afirmaciones constituyen una estupidez, no hay un vínculo causal, solamente pueden servir como aproximación. Difícilmente un malandra opte por pelearse con la Iglesia, con Clarín, con el FMI y con Bush y es más probable que un tipo de buena entraña impulse los juicios a los represores o la conformación de una Corte independiente y de alto nivel. Son aproximaciones, porque en la realidad se pueden dar todas las combinaciones.
Si se justifican esas capitulaciones de Alfonsín al promediar su gobierno por el momento tan drástico y las fuertes presiones que lo ponían en un lugar de tanta debilidad, ¿por qué se critican las políticas del kirchnerismo, con sus alianzas y sus ofensivas para no capitular? ¿Es más honroso capitular y que no haya juicios? ¿O dar pelea con todas las herramientas de la política en democracia para que esos juicios se hagan? El que opte por lo primero, que se lo vaya a explicar a los familiares de los desaparecidos.
Muchos de los que critican así al gobierno de Kirchner, lo comparan con el gobierno de Lula, que en un país más complejo, con problemáticas muy diferentes, fue bastante menos “progresista” en sus medidas. Pero además, la gran prensa hizo denuncias de corrupción contra su gobierno que empalidecen a cualquiera de las que se hayan hecho aquí, la mayoría de las cuales están sin resolución en la Justicia. Y la mayoría de sus aliados, como los veteranos caudillos provinciales del PMDB, hacen que los vilipendiados gobernadores e intendentes argentinos del PJ parezcan nenes de pecho. En política se gana y se pierde, nada es lineal ni matemático. Para hacer lo que hizo, Lula hizo esas alianzas y recibió esas denuncias como parte de la campaña para contrarrestarlo.
Algunos intelectuales tienden a simpatizar con políticos testimoniales o “chamánicos” porque se parecen más a los intelectuales. Ellos priorizan la consigna frente a la acción. La acción sola es peligrosa también, pero la acción es la que transforma la realidad. El intelectual puede darle contenido a la acción, pero no es acción, a no ser que se transforme en político o militante. La política es real y trata de combinar la abstracción y la pureza del pensamiento con la impureza del conflicto concreto.
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