Martes, 16 de agosto de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
La política, más en los últimos tiempos, no da para conclusiones definitivas. Sin la pretensión de dejar sentadas verdades que no existen, vale la pena señalar algunos puntos para seguir reflexionando a partir de los resultados de las primarias del domingo último.
El domingo triunfaron los hechos por sobre los discursos, la gestión por encima de las manifestaciones altisonantes y los anuncios de catástrofes o de sorpresas que nunca llegaron. Una mirada a los resultados deja en claro que quienes ganaron se apoyaron fundamentalmente en los logros de su gestión, en lo que pudieron mostrar y en lo que hacen. Y los ciudadanos no quisieron cambiar ese rumbo. Ni el que marca la Presidenta, ni el de los gobernadores e intendentes. Los oficialismos –también de signos distintos– triunfaron en la enorme mayoría de los casos.
El país crece y también ha mejorado la calidad de vida de las personas, su nivel de ingresos y la ocupación. Hay una política social de contención de los sectores de menores recursos, aunque se pueda decir –no sin razón– que crecimiento no es de-sarrollo y que los buenos índices macroeconómicos no se traducen necesariamente en mejor calidad de vida para las mayorías. Pero las personas se sienten cobijadas por este modelo político económico. Contra esta realidad es difícil argumentar. Algunos recuerdan también que lo mismo ocurrió en otros momentos –con Menem, por ejemplo– y que luego al país no le fue bien. Es verdad. Pero también se puede decir que “la única verdad es la realidad”. Las urnas lo demostraron más allá de las predicciones apocalípticas sobre las consecuencias de la inflación y por más que nadie crea en los datos del Indec.
El marketing se ha instalado en la política. Todos los candidatos y candidatas sin excepción recurren al marketing político en tiempos de la sociedad mediatizada donde las plateas mediáticas tienden a sustituir a las plazas públicas como espacio de construcción de la política. Pero también el domingo quedó demostrado que no alcanza con los globitos de colores, la música y el show. Se necesita algo más y los ciudadanos se pronuncian con sentido político. También cuando votan por quienes usaron el marketing de manera abusiva seguramente lo hacen intentando dar un mensaje político y no sólo por la bijouterie de la política. El marketing político es un recurso válido e importante, pero no es el único ni tampoco el decisivo.
Afortunadamente las decisiones políticas ciudadanas siguen pasando por las urnas y éstas se cargan con votos y no audiencias (rating) o con titulares de medios de comunicación controlados por corporaciones empresariales. Nadie podrá decir que los medios no inciden sobre la opinión de la población. Sería querer tapar el sol con las manos. Tampoco lo contrario. Las personas hacen uso de su libertad y deciden más allá de las presiones y de lo que les indican los “analistas” mediáticos convertidos, en este caso, en principales voceros de la oposición.
¿Se votan proyectos o personas? Ambos. Los proyectos existen por sus líderes y éstos y éstas construyen y constituyen también la identidad de los proyectos. Son indisociables y pretender que se votó a la persona y no al proyecto, o al proyecto y no a la persona, es un ejercicio que además de vano será siempre incomprobable.
Dejando de lado –por obvia– la ratificación abrumadora que recibió Cristina Fernández, entre los más evidentes derrotados aparecen los proyectos más conservadores (léase Duhalde o De Narváez) o quienes optaron por aliarse con ellos (léase Alfonsín). Si bien no cuenta aparentemente con chances para octubre, Binner instaló un mensaje desde una mirada progresista que supo captar con espíritu constructivo, lo que Pino Solanas desperdició desde una actitud entre caprichosa y negadora de lo evidente, o Elisa Carrió desde su irracionalidad. El hecho de que tanta gente se haya inclinado por Binner también puede ser un mensaje a ser leído desde el gobierno nacional para darle sentido al slogan que sostiene la profundización del cambio.
Viviendo uno de sus momentos de mayor reconocimiento político, Cristina Fernández tuvo la grandeza de convocar a la humildad a los propios y a la unidad a todos. Un mensaje que sería muy importante que trascendiera el 23 de octubre para proyectarse en la gestión que seguramente se avecina. Un mensaje que viniendo de quien conduce sería también fundamental que cale en todas la filas y las estructuras del Gobierno y del FpV para desterrar toda soberbia y estilo autoritario en la política y en la gestión. Ganaríamos todos.
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