Lunes, 11 de febrero de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › CRíTICAS DE LAS MURGAS CONTRA LAS REJAS, LAS CESANTíAS, LAS TALAS DEL MACRISMO
En Villa Crespo, el Carnaval tuvo su color político distante del amarillo. Las murgas desfilaron con fuertes críticas a la acción del gobierno porteño. Los colores, las murgas, el lanzaperfumes y todo sobre los corsos de los primeros días de Carnaval.
Por Andrés Valenzuela
Es sábado, hace calor y el viento que baja por Scalabrini Ortiz hace ondear banderines de colores y alejan el humo del choripán. Todavía quedan restos de claridad en la noche de Villa Crespo cuando Los Desacatados, una murga de Recoleta, reclaman contra el enrejado de Parque Centenario. “La inseguridad no se combate con rejas”, afirman y los vecinos de ese corso porteño responden con los primeros aplausos espontáneos de la noche. Con el correr de las horas, ésta y otras agrupaciones recordarán a los maestros cesanteados, criticarán a los medios, la política de salud porteña, las calles inundadas, la basura acumulada, el achicamiento cultural de la Ciudad, las habituales vacaciones del jefe de Gobierno local y su preferencia por el turista extranjero. También celebrarán los feriados restituidos al Dios Momo.
La toma de posición es una constante en la noche y, por vocación y reglamento, atraviesa a todas las murgas. De hecho, uno de los items que tienen que cumplir, junto con el desfile o la glosa de retirada, es la “crítica”. En Villa Crespo, la cuestión se magnifica porque enfrente está el jurado encargado de evaluarlos. Esta noche son tres mujeres, una de ellas con la remera amarilla que identifica a los organizadores de la Ciudad, observando con cuidado cada uno de los seis grupos que desfilan frente al escenario. A Los Desacatados los siguen Atacados por la Santa Risa (de Palermo), La Redoblona (del proyecto FM La Tribu), Los Descontrolados (de Barracas), Los Impresentables (de Flores) y Los Descarrilados (de Parque Avellaneda).
“La calle es nuestra”, celebra desde el escenario el conductor de Recoleta, mientras invita a los vecinos a las palmas y el baile. Se la ve difícil: como sabe cualquier habitué de los corsos porteños, los triples saltos consiguen su máxima efectividad recién cuando cae la noche. Cuando él arenga son apenas 20.30 y el único puesto de paty y choripán (a 12 y 15 pesos) todavía no entró en ritmo.
Los que sí se mueven desde temprano son los puestos de venta de espuma, a 13 pesos. “¡No se las tiren a los murgueros!”, ruegan dos conductores sin mucho carisma. Luego, unos bailarines explicarán a Página/12 que la espuma mancha sin remedio la tafeta de las levitas que se compran o preparan con enorme esfuerzo. Igual ahí van los chiquitos persiguiéndose o escribiendo su nombre en el piso, los púberes jugando sus primeros coqueteos de verano y también alguna barrita adolescente esperando para llamar la atención de alguna chica. Uno de ellos, aburrido, empieza a soltar espuma al aire, bien arriba, y el viento se encarga de arremolinarla y dejarla descansar sobre los vecinos.
Los palermitanos concentran su función en torno a la bandera. El despliegue de los sesenta murgueros atrae la atención y el público empieza a cerrarse a los costados del espacio destinado a patadas y quebradas. “Usás la escarapela / en cada fecha nacional / pero depositás la plata afuera / porque de chiquito sos liberal”, disparan filosos en su tema central, que también recuerda a negros, mulatos y anarquistas de la historia argentina, y reivindica los orígenes del Carnaval porteño, que construyó su idiosincrasia de modo diferente al de sus pares de otras regiones. “Aunque no salgamos en muchas noticias, ni en muchos televisores, el Carnaval es de ustedes”, recuerdan mientras los aguateros hacen apartados con los bailarines, que necesitan retomar el aliento. Es que los medios no suelen ser amables con los corsos porteños, y a nadie se le escapa que los principales diarios prefieren destacar los cortes de calles antes que a los miles de participantes.
La glosa de retirada de Los Atacados culmina con un muchacho de musculosa y evidente cultura de gimnasio bailando sobre un transformador eléctrico y una murguera sonriéndole al cielo. “¿Ya se van?”, pregunta una nena divina que no deja de abrir los ojos ante los trajes y bombos (siempre es maravilloso ver a los niños de 3 o 4 años que descubren el Carnaval). “Sí, pero ya vienen otras”, le responde su papá. Y vaya si vienen otras: seguirán La Redoblona y Los Descontrolados, sin dudas dos de las mejores murgas porteñas, ambas parte de proyectos culturales integrales, con larga trayectoria en sus barrios e influidas por vertientes escénicas (La Redoblona, por las murgas uruguayas y la tradición circense; Los Descontrolados, por el teatro comunitario).
La Redoblona recuerda a Monsanto y reclama a los grupos mediáticos “basta de cautelar”, no olvidan el caso de Marita Verón y, al atacar a los jueces, consiguen un notable aplauso popular. Cuando mencionan al “germen de gobierno”, en cambio, se levanta un intenso abucheo y hasta las chicas del jurado sonríen. Imposible no hacerlo cuando el espectáculo gira en torno a la fiebre amarilla transmitida por el mosquito “aegyptus PRO”, que entra más fácil “por mirarse mucho el ombligo”. Cuando finalmente aparece el “germen de gobierno”, lo hace para asegurar que “la culpa es de ella, que me pone papas en la boca”.
La Redoblona invita a ponerse en contacto con el vecino, un tema que comparte con GPS Barrial, el espectáculo de Los Descontrolados. “Si uno se pone paranoico, se aísla y se pierden las tradiciones”, advierte uno de los personajes centrales de los de Barracas, Pancho, el parrillero del barrio, ese “sacerdote pagano del carbón y la brasa” que asegura que lo más rico del choripán es “la incertidumbre”.
Una de las glosas de esta murga vuelve sobre la cuestión del aislamiento: “Por prejuicio maltratamos y hacemos regla de la excepción”, reflexiona esta murga del maltratado sur porteño, que en shows anteriores abordó asuntos como la contaminación o la especulación inmobiliaria en el barrio. El coro recuerda a los vecinos de Villa Crespo que el verdadero recorrido es sin careta, poniéndose en contacto con el de al lado y cuidando entre todos lo que es de todos. Los Descontrolados terminan y dos chicas se abrazan interminablemente. Una de ellas casi no sale, por una lesión en una rodilla. Pero Momo pudo más y alentó a sus cumpas y pateó el aire como todos sus compañeros de naranja, amarillo y violeta.
Es pasada la medianoche y el público se renueva. Algunos llegan. Otros se fueron a comer y perdieron su lugar junto a las vallas. Hay piernas cansadas y pomos de espuma vacíos. Quedan aún los chicos de Flores y Parque Avellaneda, que prometen “un espectáculo tan contundente como la contaminación”. Ellos también celebran los feriados recuperados. El Carnaval sigue hoy y mañana. Momo puede más.
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