Molinos
de vientos
Mientras
la Alianza y el gobierno que se va debaten sobre cuál es
el verdadero desequilibrio de las cuentas públicas, pelean
por el Presupuesto del 2000, juegan chicanas políticas para
intentar cargar la mochila del ajuste al otro y discuten sobre cómo
distribuir los escasos recursos disponibles de un Estado hipotecado,
el mundo sigue andando. Alejados de ese microclima en que se encierran
técnicos y políticos, empleados, desocupados, pymes
y pueblos que dependen de la suerte de una o dos compañías
radicadas en su zona quedan desconectados de lo que el discurso
dominante define como importante: ordenar las cuentas
cobrando más impuestos a los de siempre. Queda fuera de ese
programa uno de los aspectos económicos más relevantes
después de diez años de menemismo que es qué
hacer con el extraordinario proceso de concentración económica,
que ha generado monopolios con superganancias. Y no se conocen medidas
previstas para endurecer las actuales laxas regulaciones antimonopolios
y para gravar impositivamente esas fabulosas utilidades. El privilegiado
trato a las privatizadas es el más obvio, pero también
se han conformado grupos con posiciones dominantes en muchos sectores
de la economía ante la mirada distraída y cómplice
de quienes deberían haber evitado esa expansión que
tiene efectos adversos en el empleo, en el consumidor y en zonas
productoras. Uno de esos casos emblemáticos es el de los
molinos harineros.
Pocos pueblos son tan representativos de la producción de
trigo como Marcos Juárez, en el sudeste de Córdoba.
En esa ciudad se realiza desde hace más de 50 años
la Fiesta Nacional del Trigo como reconocimiento a la calidad del
grano de esa zona. El 15 de marzo de 1896 la familia Tiscornia fundó
el Molino Tiscornia, diez años después pasó
a manos de Escudero Hnos. con el nombre de Molino del Interior.
En 1915 fue adquirido por Minetti y Cía., que en la década
del 60 construyó la planta más moderna de Sudamérica,
con tecnología de avanzada para moler más de 400 toneladas
diarias. Finalmente, en 1995 el molino fue comprado por Cargill.
El 1º de setiembre pasado se fusionaron las divisiones de harina
de Cargill y de Molinos, empresa controlada por Perez Companc, conformando
Trigalia. Esta nueva compañía pasó a concentrar
el 35 por ciento del mercado interno de harina.
Cargill asumió una agresiva política de precios para
desplazar a la competencia, provocando la quiebra de diez molinos
en los últimos cuatro años, sólo en Córdoba.
La multinacional contó con una estrategia financiera que
le permitió copar el mercado: entre otros instrumentos, acceso
al crédito internacional para la compra oportuna de materia
prima a un costo muy inferior al de las pymes molineras nacionales.
También que adquiere el trigo puesto en Rosario a través
de su grupo empresario, descontando el flete a los productores de
la zona.
Consolidada su posición dominante, en los últimos
cuatro meses ajustó el precio de la harina en casi 70 por
ciento, al pasar la bolsa de 9 a 15 pesos, incluido el IVA. Ese
aumento no se justifica por la evolución de la materia prima
(el trigo ha mantenido una cotización estable en unos 100
pesos por tonelada en ese período) ni de los insumos (los
fletes cayeron del 15 al 30 por ciento en la tarifa normal, disminuyó
el valor de la energía, no subió el costo de la mano
de obra y los aportes patronales bajaron de 9,4 a 6,1 por ciento).
Trigalia tiene una firme política de expansión de
poder de mercado: adquirió el molino Industria del Trigo
de Tucumán, y está estudiando absorber el molino Minetti
de Córdoba. La conformación de este pulpo de la producción
de harina, con acuerdos monopólicos de precios y de regulación
de la molienda, que tiene como objetivo la supermaximización
de ganancias, no ha sido observado ni por el gobierno que se va
ni por el que viene. Falta un dato a contar de esta historia de
monopolios que viven en islas de privilegios. Trigalia sorprendió
hace poco más de un mes a la comunidad de Marcos Juárez:
cerró el molino, dejando sin empleo a 120 familias. Objetivo
cumplido.
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