Malas noticias para los liberales argentinos, y sobre todo los ultras,
precisamente en el momento en que están esforzándose
por marcarle el rumbo a De la Rúa. La noticia que llega de
Estados Unidos, que es hacia donde ellos miran permanentemente a
riesgo de contraer una tortícolis, informa que la contrarrevolución
reaganeana, inspirada en el thatcherismo, es ya cosa del pasado,
luego de tres largos lustros de preeminencia. El péndulo
de la opinión pública estadounidense vuelve a inclinarse
hacia el Estado, no un Estado grande pero sí activista.
La gente se hartó del discurso ultraprivatista y se manifiesta
en favor de programas sociales de salud que den igual acceso a todos,
y por que haya más fondos presupuestarios para la formación
de maestros. Hasta los republicanos se vieron impelidos a respaldar
cierta forma de incremento en el salario mínimo, cuya sola
existencia era anatema para ellos hasta hace poco. Los analistas
discuten si este sentimiento igualitarista, que tiende a contener
los excesos de los fanáticos del mercado, es la mera consecuencia
de casi un decenio de prosperidad, o un renacer de la tradición
liberal (acentuando la i), que no estaba muerta, contra lo que aseguraban
los conservadores.
Los argentinos también sienten la fatiga del mercado, pero
no sólo porque profundizó la injusticia social (como
también ocurrió en Estados Unidos), sino porque además
no logró darle viabilidad a la economía. Un claro
ejemplo es la reforma previsional, porque para privatizar las jubilaciones
se abrió un boquete en la financiación del Estado.
Esto condujo a un desequilibrio insostenible, traducido en mayor
deuda pública, y sumado a otros desequilibrios, como el desempleo
y el déficit externo, ahondado pese al shock de productividad
que se prometía con las privatizaciones.
Frente a tanto sinsabor, los abogados del modelo contaban con el
sostén del paradigma norteamericano, que ahora se les corrió
unos pasos a la izquierda. Conociéndolos, es difícil
creer que aceptarán correrse ellos también.
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