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Por Alfredo Grieco y Bavio Siempre ganan los mejores. Joaquín Lavín Infante nunca desatendió este precepto del Opus Dei, que ayer le dio a pensar que no era el mejor. Pero la lógica competitiva del movimiento católico está por detrás del avance de la derecha pospinochetista. Desde el reestablecimiento de la democracia en Chile, el político de la Unión Democrática Independiente (UDI, conservadora, nacionalista, gremialista) había conocido la derrota una sola vez: al perder en 1989 la elección parlamentaria de la riquísima comuna de Las Condes. Pero en 1992 ganó la alcaldía en la misma comuna, y en 1996 lo hizo de nuevo con un avasallador 78 por ciento de los votos-. Lavín exhibió una reserva aparentemente inagotable de energía personal, y también de fondos de campaña. En los últimos diez días visitó 81 ciudades en jets comerciales, helicópteros privados y otros vehículos, en contacto directo con esa pobreza que la Concertación no llegó a erradicar. Hizo de el cambio el lema de su campaña, con la disciplina comunicativa (mensajes breves, repetidos y recordables) que tanto le había entusiasmado en Dick Morris, asesor de imagen de Bill Clinton. La oposición a Ricardo Lagos fue así nítida. El candidato oficialista tenía por detrás a la Concertación, es decir, a la continuidad: un país latinoamericano con la peor distribución de la renta después de Brasil. Como el peruano Alberto Fujimori o el venezolano Hugo Chávez, Lavín escarneció a los partidos tradicionales. Ellos ya tuvieron su oportunidad, repetía, mientras apuntaba a sus opositores como corruptos, o al menos como ineficientes. Lagos caricaturizó la campaña de su contrincante; dijo que no vamos a construir Chile con payasos que se andan disfrazando de pueblo en pueblo. Sin el respaldo del mundo artístico y cultural en el que es tan efectiva una sátira como la del candidato oficialista, Lavín supo impactar prometiendo un millón de empleos, un crecimiento del 7 por ciento para el PBI, un incremento del ingreso per cápita a 7000 dólares en 2005, un aumento de la inversión al 30 por ciento del PBI, y solución a los problemas de la salud, educación y seguridad. Y para ello osó comprometer los números de la macroeconomía, mientras Lagos mantuvo la máquina de promesas al mínimo. A sus 46 años, Lavín es un hombre con un pesado pretérito anterior a su primera postulación electoral. De obtener un título en Ingeniería comercial en la Universidad Católica, pasó a colaborar en 1976 con Pinochet en la Oficina de Planificación Nacional, a viajar en 1977 a la Universidad de Chicago para un master en Economía durante la edad de oro de los Chicago Boys santiaguinos, y a difundir después ese evangelio en la sección Economía y Negocios, el Cuerpo B del diario El Mercurio. Lavín usó coreográficamente para la campaña a su esposa María Estela León y a sus siete hijos. Cuando hacía falta más, alquilaba a la estrella pop Miriam Hernández, con la que cantaban juntos La fuerza del amor. Lavín no sólo es hipercatólico. Pertenece al Opus Dei, una prelatura de la Iglesia Católica nacida en la España de la dictadura de Francisco Franco. Una de las singularidades de La Obra fue su inclinación decidida por el liberalismo económico, contra el populismo y nacionalsocialismo de la vieja Falange franquista. El fundador del Opus, José María Escrivá de Balaguer, ahora beatificado por Juan Pablo II, visitó Chile en 1974, tras el golpe de Pinochet contra Salvador Allende en 1973. Esta oportuna visita motivó a Lavín para unirse como supernumerario al Opus. Caminos, la obra maestra de Escrivá (publicada en 1939, cuando la democracia fue derrotada en España), es refugio y fuente permanente de consulta para Lavín. No es una obra orgánica, sino 999 máximas. Son las que convenían a un presidenciable: No vueles como las aves de corral cuando puedes subir como las águilas, ¿Tú del montón? ¡Si has nacido para caudillo!, etc. Lavín ostenta una puntual asistencia cotidiana a misa, quince minutos diarios de lectura religiosa y asistencia periódica a retirosespirituales. La familia es lo primero fue uno de sus slogans; la campaña televisiva tenía coros como música de fondo y mostraba a Lavín saliendo de una iglesia rústica. Aunque los miembros del Opus son sólo 5000 en Chile, incluyen a muchos líderes empresarios. Son los que financiaron que en 10 días pueda visitar 81 ciudades. Un triunfalismo de la eficiencia guió su gestión concreta como alcalde. Según Lagos, Lavín consiguió algo prodigioso en Chile: presentarse como un político sin historia, al difuminar por sus logros el recuerdo de su defensa de la dictadura. También, por su afectada moderación frente al caso Pinochet y la política de derechos humanos. De hecho, los ultrapinochetistas lo acusaron de traidor y celebraron ayer su derrota como venganza. Candidato de la derecha, Lavín hizo campaña de izquierda, dirigiéndose a los excluidos del régimen de la Concertación. O al menos, una decidida campaña de oposición. Un lugar que innegablemente supo hacer valer, después de diez años del oficialismo democristiano-socialista que sucedió a Pinochet en 1989.
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