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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
09 ENE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Costos argentinos

Cuando era yo muy jovencito y me quería comer el mundo, enseñaba en la facultad el profesor Juan José Guaresti (h), ya un hombre mayor y de trato paternal, de quien en mis fueros internos me burlaba por entender yo que algunas de sus ideas eran disparatadas: él sostenía la importancia de los capitales básicos en una sociedad, entre los que incluía la cultura del pueblo. Como suele ocurrir, a medida que lo fui entendiendo, el profesor falleció. Y hoy veo que era yo el antiguo y aquel profesor el moderno. Mi mente se había formado en la vieja teoría microeconómica, donde todo anda como una máquina ideal, sin fricción. Y era incapaz de captar los innumerables factores que traban el funcionar de los mecanismos económicos. Pruebe, por ejemplo, si Ud. es jubilado y vive en Buenos Aires, lograr ser atendido en un hospital público de la ciudad de Buenos Aires: lo irán pasando de una repartición a otra, cada una a gran distancia de las demás, como si no se hubieran inventado el teléfono, el fax o la computadora, y finalmente se dará por vencido sin haber logrado su propósito. Más le habría valido mentir, decir que viene de Marte y que no tiene obra social. Este ejemplo se repite hasta el infinito, desde llamar a un service doméstico hasta conseguir una habilitación para cualquier cosa, o pretender reequipar su empresa productiva (¿remember el Yomagate?). Aquí cualquier acción que desee realizar es más difícil: es como iniciar un camino tortuoso sembrado de pequeñas maffias a todo lo largo. Que un peaje, que una botella de whisky, una atención para los muchachos, etcétera. Son trabas para lograr algo: si a Ud. le sobra dinero y piensa colocarlo en una inversión, tal vez el interés no le compense siquiera la molestia de salir de su casa, hacer los trámites y luego esperar el resultado. Hicks, en 1935, llamó a esos inconvenientes “la molestia” (the bother), y con los años el concepto se convirtió en costos de transacción, o suma de inconvenientes que deben computarse al transferir derechos de propiedad. Los desencuentros, la incomunicación, la información imperfecta, bienes mal especificados, pesados o medidos, la ausencia de contratos claros, etcétera. No son tasas de interés, tipos de cambio o impuestos, pero son costos, que algunos perciben como altísimos. A mayores costos de transacción, menor el volumen de las transacciones. Y menor el bienestar que generan las transacciones.

Descubrimientos múltiples

Los argentinos, como el péndulo, somos extremistas. Tan pronto estamos en la izquierda como en la derecha. En cincuenta años pasamos, de exigir que los tangos se canten en buen castellano y obligar a las “broadcastings” a pasar música nacional, a incorporar en el habla común voces de grueso calibre otrora sólo usadas por camioneros en altercados o situaciones límite, y no escuchar ni ver otra cosa que música y filmes “made in USA”. De creernos inventores de todo –o al menos de todo lo bueno, como el dulce de leche, el colectivo y la birome– a proclamar que en este país de cuarta no es necesario gastar en ciencia y que basta con los inventos que logran los países avanzados. La verdad, en este caso, no está en los extremos sino en un punto intermedio. En Economía, los estudiosos vernáculos alcanzaron logros importantes, no reconocidos en el exterior. En 1801, Cerviño escribió sobre economía espacial, antes que lo hiciera Von Thünen en 1826. En 1918, Sánchez de Bustamante inventó la curva de ingreso marginal, antes que Harrod o Yntema en 1928. En 1919-23, Broggi demostró la existencia de la función de utilidad y la insuficiencia del método de Walras, antes que los trabajos de Zeuthen, Neisser y Stackelberg en 1932-33, o los posteriores de Wald, Arrow y Debreu. En 1941, Barral Souto demostró el teorema de costos comparativos de Ricardo, antes que Samuelson en 1948. El suizo-norteamericano Jürg Niehans, en un sesudotrabajo, analizó por qué algunos descubrimientos quedan ocultos o sin conocer en el resto del mundo, y a la larga obligan a un redescubrimiento. Primero, la comunicación imperfecta, con sus demoras en publicar resultados o no publicarlos, la renuencia a publicar en inglés y las dificultades que plantean las matemáticas en Economía. Segundo, la influencia del medio, tanto los condicionamientos políticos, ideológicos como económicos. Y tercero, la influencia del estado de las artes, que comprende el intentar resolver problemas comunes, el dominio de los mismos instrumentos de análisis y el compartir los mismos paradigmas de análisis económico. Reflexionar sobre cómo estos aspectos han condicionado la investigación en el país, impidiendo o favoreciendo su adelanto, diría mucho sobre cómo funciona la mente argentina, y ello es tanto o más importante que el mero hecho de haber hallado una verdad o construido una herramienta antes que otros.