Costos argentinos
Cuando
era yo muy jovencito y me quería comer el mundo, enseñaba
en la facultad el profesor Juan José Guaresti (h), ya un
hombre mayor y de trato paternal, de quien en mis fueros internos
me burlaba por entender yo que algunas de sus ideas eran disparatadas:
él sostenía la importancia de los capitales básicos
en una sociedad, entre los que incluía la cultura del pueblo.
Como suele ocurrir, a medida que lo fui entendiendo, el profesor
falleció. Y hoy veo que era yo el antiguo y aquel profesor
el moderno. Mi mente se había formado en la vieja teoría
microeconómica, donde todo anda como una máquina ideal,
sin fricción. Y era incapaz de captar los innumerables factores
que traban el funcionar de los mecanismos económicos. Pruebe,
por ejemplo, si Ud. es jubilado y vive en Buenos Aires, lograr ser
atendido en un hospital público de la ciudad de Buenos Aires:
lo irán pasando de una repartición a otra, cada una
a gran distancia de las demás, como si no se hubieran inventado
el teléfono, el fax o la computadora, y finalmente se dará
por vencido sin haber logrado su propósito. Más le
habría valido mentir, decir que viene de Marte y que no tiene
obra social. Este ejemplo se repite hasta el infinito, desde llamar
a un service doméstico hasta conseguir una habilitación
para cualquier cosa, o pretender reequipar su empresa productiva
(¿remember el Yomagate?). Aquí cualquier acción
que desee realizar es más difícil: es como iniciar
un camino tortuoso sembrado de pequeñas maffias a todo lo
largo. Que un peaje, que una botella de whisky, una atención
para los muchachos, etcétera. Son trabas para lograr algo:
si a Ud. le sobra dinero y piensa colocarlo en una inversión,
tal vez el interés no le compense siquiera la molestia de
salir de su casa, hacer los trámites y luego esperar el resultado.
Hicks, en 1935, llamó a esos inconvenientes la molestia
(the bother), y con los años el concepto se convirtió
en costos de transacción, o suma de inconvenientes que deben
computarse al transferir derechos de propiedad. Los desencuentros,
la incomunicación, la información imperfecta, bienes
mal especificados, pesados o medidos, la ausencia de contratos claros,
etcétera. No son tasas de interés, tipos de cambio
o impuestos, pero son costos, que algunos perciben como altísimos.
A mayores costos de transacción, menor el volumen de las
transacciones. Y menor el bienestar que generan las transacciones.
Descubrimientos
múltiples
Los
argentinos, como el péndulo, somos extremistas. Tan pronto
estamos en la izquierda como en la derecha. En cincuenta años
pasamos, de exigir que los tangos se canten en buen castellano y
obligar a las broadcastings a pasar música nacional,
a incorporar en el habla común voces de grueso calibre otrora
sólo usadas por camioneros en altercados o situaciones límite,
y no escuchar ni ver otra cosa que música y filmes made
in USA. De creernos inventores de todo o al menos de
todo lo bueno, como el dulce de leche, el colectivo y la birome
a proclamar que en este país de cuarta no es necesario gastar
en ciencia y que basta con los inventos que logran los países
avanzados. La verdad, en este caso, no está en los extremos
sino en un punto intermedio. En Economía, los estudiosos
vernáculos alcanzaron logros importantes, no reconocidos
en el exterior. En 1801, Cerviño escribió sobre economía
espacial, antes que lo hiciera Von Thünen en 1826. En 1918,
Sánchez de Bustamante inventó la curva de ingreso
marginal, antes que Harrod o Yntema en 1928. En 1919-23, Broggi
demostró la existencia de la función de utilidad y
la insuficiencia del método de Walras, antes que los trabajos
de Zeuthen, Neisser y Stackelberg en 1932-33, o los posteriores
de Wald, Arrow y Debreu. En 1941, Barral Souto demostró el
teorema de costos comparativos de Ricardo, antes que Samuelson en
1948. El suizo-norteamericano Jürg Niehans, en un sesudotrabajo,
analizó por qué algunos descubrimientos quedan ocultos
o sin conocer en el resto del mundo, y a la larga obligan a un redescubrimiento.
Primero, la comunicación imperfecta, con sus demoras en publicar
resultados o no publicarlos, la renuencia a publicar en inglés
y las dificultades que plantean las matemáticas en Economía.
Segundo, la influencia del medio, tanto los condicionamientos políticos,
ideológicos como económicos. Y tercero, la influencia
del estado de las artes, que comprende el intentar resolver problemas
comunes, el dominio de los mismos instrumentos de análisis
y el compartir los mismos paradigmas de análisis económico.
Reflexionar sobre cómo estos aspectos han condicionado la
investigación en el país, impidiendo o favoreciendo
su adelanto, diría mucho sobre cómo funciona la mente
argentina, y ello es tanto o más importante que el mero hecho
de haber hallado una verdad o construido una herramienta antes que
otros.
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