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DESECONOMIAS |
por
Julio Nudler
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Para
que el peso pudiera abandonar el tipo de cambio fijo y flotar, sin
provocarle tremendos costos a la economía, debería el
país contar con un sistema bancario y un mercado de capitales
donde empresas y particulares se financiasen en moneda nacional. Esa
es precisamente la situación del yen y de la libra esterlina,
dos monedas importantes pero convertidas en solitarios viajeros en
un mundo dominado por el dólar y por la ascendente estrella
del euro.
Es obvio que la Argentina no navega en esa dirección, y que
el masivo endeudamiento en dólares asegura que el partido antidevaluatorio
seguirá detentando el predominio. Esto no significa que los
costos de mantener el peso atado al dólar no sean también
insoportables, pero se expresan de otra manera: alto desempleo, desindustrialización,
déficit gemelos. Brasil, que evitó seguir la senda dolarizante,
pudo así devaluar exitosamente el real, tornando definitivamente
difícil la convivencia en el Mercosur.
Curiosamente, el dólar, que es utilizado como ancla, se depreció
fantásticamente frente al resto de los bienes a lo largo del
siglo XX. El poder adquisitivo de un dólar en 1999 equivalía
al que tenían 5 centavos en el 1900. Sería un error
pensar que fue sólo el poderío de la economía
estadounidense el que catapultó al dólar a su liderazgo:
los períodos de altos déficit externos de la Unión
pusieron a disposición del resto de los países enormes
cantidades de dólares, con los que se llenaron las reservas
y se armaron enormes mercados financieros.
Paralelamente, la política monetaria alcanzaba un esplendor
desconocido. Al empezar el siglo XX sólo existían 18
bancos centrales. Ni Estados Unidos ni la Argentina lo habían
creado aún. Al finalizar la centuria, los bancos centrales
eran 172, aunque la formación de bloques monetarios puede desmontar
ese número. El caso argentino es especial: utiliza dos monedas
y mancó a su BC. |
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