La trampa del optimismo
La
idea era cumplir con la orden presidencial de, reconociendo que
algo estaba fallando en la comunicación de los actos de gobierno,
salir a informar las buenas medidas del primer mes de gestión.
El objetivo era contrarrestar el malhumor de la clase media más
acomodada afectada por el paquete impositivo, sector social quejoso
que sabe transformar en reclamo nacional sus preocupaciones. Y qué
mejor noticia para enfrentar a ese grupo de desalmados que lloriquean
por aportar a la causa de reducir el déficit fiscal que anunciar
algo que alegrará a toda la población. La recesión
ha terminado, sentenció con firmeza José Luis
Machinea. Y lo repitió otra vez para que no quedaran dudas,
pronosticando que el crecimiento en el 2000 no será menor
al 4 por ciento, por encima de todas las estimaciones de los consultores
de la city. Pero en esta economía argentina de manta corta
cuando se cubre un extremo queda a la intemperie el otro. Después
de ese anuncio rutilante del ministro que llenó de orgullo
a su equipo por haber cumplido la misión presidencial, dos
de sus más estrechos colaboradores empezaron a desesperarse.
Habían caído en una trampa de optimismo. Independientemente
que la gente les crea que la economía haya empezado a andar,
lo que les preocupaba era que al Gobierno se le evaporaba el principal
argumento ante los legisladores para impulsar en forma urgente la
ley de Emergencia Fiscal. Si ya no hay recesión y el porvenir
es venturoso, cuál es el apuro para aprobar un controvertido
paquete de leyes, especulan que será ahora la respuesta del
Congreso. El Gobierno intentó volver sobre sus pasos y de
la última reunión de gabinete se emitieron señales
alarmistas.
La frase optimista de Machinea también apuntaba a estructurar
una estrategia ante la complicada negociación que se abre
con el Fondo Monetario Internacional. Los técnicos del FMI
no creen que Argentina crezca más que el 2,5 por ciento y,
por lo tanto, exigen un mayor ajuste fiscal e insistirán
en una reducción todavía mayor del gasto público.
Tirar en la mesa que la economía mejorará por lo menos
un 4 por ciento es la forma que encontró Machinea de adelantarle
al Fondo que con lo realizado en materia fiscal es suficiente y
que se ha hecho acreedor de una ampliación del crédito
de contingencia hasta 5000 millones de dólares.
Más allá del devaneo comunicacional, la peor noticia
para el equipo económico fue el derrumbe de los mercados
bursátiles por el convencimiento de los financistas de que
subirá la tasa de interés internacional. En la city
no hay dudas de que la Reserva Federal (banca central estadounidense)
ajustará para arriba la tasa en su próxima reunión
de principios de febrero, y que repetirá un mes después.
Tasas empinadas no es un buen escenario para una economía
fuertemente endeudada que tiene que salir a buscar en la plaza local
y de afuera 17.500 millones de dólares. Y apenas es un deseo
que el riesgo país disminuya tanto para compensar el alza
de la tasa, tal como se esperanzó Machinea.
¿Y si después de tanto esfuerzo para congraciarse
con los financistas, el círculo virtuoso de la economía
que debiera comenzar con las medidas fiscales quedara trunco? Los
riesgos son dos:
1 La suba de la tasa. Esta exigirá una mayor exigencia fiscal
para hacer frente a los intereses de la deuda, al tiempo que disminuirá
el ingreso de capitales, flujo de fondos necesario para alimentar
una recuperación de la economía en convertibilidad.
2 El fracaso del shock de confianza. El paquete impositivo y el
ajuste del gasto público, que vienen a cerrar la brecha fiscal
para alentar el ingreso de capitales, que a la vez impulsa la economía,
sorprendentemente no mejora el humor de los financistas.
Entonces, sin recrear expectativas favorables, la reforma tributaria
puede actuar como freno del nivel de actividad por la caída
del consumo más que un factor dinamizador de la economía.
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