Cómo
empezó la cosa
Economía
y medicina nacieron para curar enfermedades. Las enfermedades económicas
son la marginación, el sometimiento, la desigualdad extrema.
Una sociedad no sobrevive a ellas. Desde tiempos remotos se lo reconoció:
el Código de Hammurabi y el Antiguo Testamento contienen
prescripciones para restablecer equilibrios entre personas y entre
ellas y la sociedad. Tácitamente admitían que ciertas
justas proporciones no podían alterarse demasiado, ni traspasarse
ciertos límites, sin ponerse en riesgo la continuidad de
la vida social. Por ejemplo, un agricultor toma un préstamo
para su producción. De pronto, su cosecha se pierde y no
tiene nada para vender, ni tampoco para devolver el dinero prestado.
Si el acreedor se cobrase con el campo o los enseres y animales
de labor, todo ello necesario a la vez para producir, quedaría
inoperante la unidad productiva, y rota la continuidad de la producción,
con perjuicio de la sociedad toda. La satisfacción del derecho
de un solo individuo afectaría el interés del conjunto
de la sociedad. El Código de Hammurabi (art. 48), por lo
tanto, disponía que el agricultor este año no
dará trigo al acreedor, sumergirá en agua su tableta
(donde se escribía el contrato), y no dará el interés
de este año. No hay sociedad sin viudas, huérfanos,
incapacitados para trabajar, ancianos y enfermos. Dejarlos librados
a sus posibilidades era enviarlos al exterminio, y ninguna vida
humana tenía menor valor que otra ni podía ser suprimida
por el hombre mismo. El profeta Isaías (1:17), por tanto,
mandaba: Buscad la justicia, dad sus derechos al oprimido,
haced justicia al huérfano y defended a la viuda. Entre
el vendedor y el comprador hay una desigualdad esencial: el comprador
desconoce posibles defectos ocultos de la cosa que adquiere. Cicerón
(en De Officiis, III 11:51), en consecuencia, mandaba que el vendedor
no debe ocultar al comprador nada de cuanto sabe. Estos
orígenes bíblicos, griegos, romanos y medievales produjeron
fragmentos de saber económico referentes al deber ser, es
decir, subordinando lo económico al valor justicia. Desde
el siglo XVI la economía cortó lazos con los valores,
hasta proclamarse del todo independiente de ellos. Hoy, sin embargo,
se estima que la prescidencia de los valores sólo es legítima
en la teoría o análisis económico, pero inadmisible
en la formulación de la política económica.
Un
tal Smith
Cuando
nació Adam Smith, el 5 de junio de 1723, acababa de publicarse
una novela que exaltaba la capacidad del individuo para afrontar
desafíos de la naturaleza: Robinson Crusoe, de Daniel Defoe.
Smith haría otro tanto respecto del individuo en el mundo
económico. A los tres años, cerca del castillo Strathendry,
de sus tíos, fue raptado por unos tinklers (gitanos), lo
que se asocia con su posterior énfasis en la libertad. Estudió
desde los 14 años en las universidades de Glasgow (donde
conoció a Hume en 1739) y Oxford. Desde 1751 enseñó
en Glasgow Lógica y Filosofía Moral. Esta última
incluía algunas nociones de economía. Fruto de sus
clases fue su primer libro, Teoría de los sentimientos morales
(1759). En 1763 renunció a una brillante vida académica
para ser tutor de un noble inglés, con quien viajó
en 1764-66 por Francia y Suiza. Estuvo diez meses en París,
donde se empapó con las teorías fisiocráticas
del impuesto único, el análisis del capital y la capacidad
optimizadora del laissez faire. Conoció y trató a
Quesnay, a quien se cree iba a dedicar su segundo libro, Ensayo
sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicado
el 9 de marzo de 1776, cosa que no ocurrió por fallecer Quesnay
dos años antes. La obra se dividía en cinco libros,
que trataban, respectivamente, de la división del trabajo,
el valor y la distribución, la acumulación de capital,
la historia económica europea, la historia del pensamiento
económico y las finanzas públicas. El mensaje central
está en el capítulo 2 del libro 4 conocido como la
parábola de la mano invisible, donde Smith adjudica
a la libre asignación de recursos la propiedad de llevar
al máximo posible el ingreso nacional. El pasaje fue siempre
tenido por una apología del empresario capitalista, aunque
hoy otras voces autorizadas sostienen que el sistema que mejor se
adapta al teorema de Smith es el cooperativismo competitivo propuesto
por John Stuart Mill. La obra fue recibida como un mensaje liberador
en colonias que buscaban cortar lazos con sus metrópolis.
Publicada poco antes de la independencia de EE.UU., se editó
completa en España en 1794, en la Argentina la citó
por primera vez Escalada en 1797, y en 1802 J. H. Vieytes bautizó
su periódico con el nombre de los sectores productivos indicados
en el orden en que Smith predecía que se desarrollaban: Semanario
de agricultura, Industria y comercio.
|