Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
19 MARZO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Cómo empezó la cosa

Economía y medicina nacieron para curar enfermedades. Las enfermedades económicas son la marginación, el sometimiento, la desigualdad extrema. Una sociedad no sobrevive a ellas. Desde tiempos remotos se lo reconoció: el Código de Hammurabi y el Antiguo Testamento contienen prescripciones para restablecer equilibrios entre personas y entre ellas y la sociedad. Tácitamente admitían que ciertas justas proporciones no podían alterarse demasiado, ni traspasarse ciertos límites, sin ponerse en riesgo la continuidad de la vida social. Por ejemplo, un agricultor toma un préstamo para su producción. De pronto, su cosecha se pierde y no tiene nada para vender, ni tampoco para devolver el dinero prestado. Si el acreedor se cobrase con el campo o los enseres y animales de labor, todo ello necesario a la vez para producir, quedaría inoperante la unidad productiva, y rota la continuidad de la producción, con perjuicio de la sociedad toda. La satisfacción del derecho de un solo individuo afectaría el interés del conjunto de la sociedad. El Código de Hammurabi (art. 48), por lo tanto, disponía que el agricultor “este año no dará trigo al acreedor, sumergirá en agua su tableta (donde se escribía el contrato), y no dará el interés de este año”. No hay sociedad sin viudas, huérfanos, incapacitados para trabajar, ancianos y enfermos. Dejarlos librados a sus posibilidades era enviarlos al exterminio, y ninguna vida humana tenía menor valor que otra ni podía ser suprimida por el hombre mismo. El profeta Isaías (1:17), por tanto, mandaba: “Buscad la justicia, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano y defended a la viuda”. Entre el vendedor y el comprador hay una desigualdad esencial: el comprador desconoce posibles defectos ocultos de la cosa que adquiere. Cicerón (en De Officiis, III 11:51), en consecuencia, mandaba que el vendedor “no debe ocultar al comprador nada de cuanto sabe”. Estos orígenes bíblicos, griegos, romanos y medievales produjeron fragmentos de saber económico referentes al deber ser, es decir, subordinando lo económico al valor justicia. Desde el siglo XVI la economía cortó lazos con los valores, hasta proclamarse del todo independiente de ellos. Hoy, sin embargo, se estima que la prescidencia de los valores sólo es legítima en la teoría o análisis económico, pero inadmisible en la formulación de la política económica.

Un tal Smith

Cuando nació Adam Smith, el 5 de junio de 1723, acababa de publicarse una novela que exaltaba la capacidad del individuo para afrontar desafíos de la naturaleza: Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Smith haría otro tanto respecto del individuo en el mundo económico. A los tres años, cerca del castillo Strathendry, de sus tíos, fue raptado por unos tinklers (gitanos), lo que se asocia con su posterior énfasis en la libertad. Estudió desde los 14 años en las universidades de Glasgow (donde conoció a Hume en 1739) y Oxford. Desde 1751 enseñó en Glasgow Lógica y Filosofía Moral. Esta última incluía algunas nociones de economía. Fruto de sus clases fue su primer libro, Teoría de los sentimientos morales (1759). En 1763 renunció a una brillante vida académica para ser tutor de un noble inglés, con quien viajó en 1764-66 por Francia y Suiza. Estuvo diez meses en París, donde se empapó con las teorías fisiocráticas del impuesto único, el análisis del capital y la capacidad optimizadora del laissez faire. Conoció y trató a Quesnay, a quien se cree iba a dedicar su segundo libro, Ensayo sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicado el 9 de marzo de 1776, cosa que no ocurrió por fallecer Quesnay dos años antes. La obra se dividía en cinco libros, que trataban, respectivamente, de la división del trabajo, el valor y la distribución, la acumulación de capital, la historia económica europea, la historia del pensamiento económico y las finanzas públicas. El mensaje central está en el capítulo 2 del libro 4 conocido como “la parábola de la mano invisible”, donde Smith adjudica a la libre asignación de recursos la propiedad de llevar al máximo posible el ingreso nacional. El pasaje fue siempre tenido por una apología del empresario capitalista, aunque hoy otras voces autorizadas sostienen que el sistema que mejor se adapta al teorema de Smith es el cooperativismo competitivo propuesto por John Stuart Mill. La obra fue recibida como un mensaje liberador en colonias que buscaban cortar lazos con sus metrópolis. Publicada poco antes de la independencia de EE.UU., se editó completa en España en 1794, en la Argentina la citó por primera vez Escalada en 1797, y en 1802 J. H. Vieytes bautizó su periódico con el nombre de los sectores productivos indicados en el orden en que Smith predecía que se desarrollaban: Semanario de agricultura, Industria y comercio.