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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
19 MARZO 2000








 BUENA MONEDA
 por Alfredo Zaiat


Bienaventurados sean los pobres

Dos definiciones de Myrna Alexander, representante del Banco Mundial en la Argentina: 1. “Para mí la Argentina no tiene ventajas comparativas para fabricar autos. Por ejemplo, la leche y los productos lácteos, en cambio, sí se pueden vender en Brasil con mucho éxito” (Suplemento económico de Clarín, 5 de marzo de 2000). 2. “Ninguna obra social con menos de 50 mil afiliados puede ser viable” (Buenos Aires Económico, 7 de marzo de 2000). No resultan intrascendentes esas declaraciones si se tiene en cuenta que tarde o temprano los gobiernos de turno, que inicialmente rechazan posiciones extremas del Banco Mundial, terminan implementando las políticas necesarias para concluir en las premisas planteadas por ese organismo financiero internacional. Este tiene a favor que muchos funcionarios que ocupan transitoriamente un cargo político antes recibían ingresos del BM por consultorías o como parte de proyectos de investigación. Lo cierto es que un grupo de especialistas residentes en Washington opinan, elaboran estudios y proponen políticas para todo y cualquier área sin ningún pudor. ¿Qué saben del sistema de salud en Argentina? ¿Con qué parámetros de equidad, distribución de ingresos e integración productiva definen que un país tiene que tener una industria u otra? Con esa soberbia de ser dueños de la billetera, se involucran en temas tan diferentes que van desde el delito y sus consecuencias económicas, pasando por la necesidad de inmunidad judicial para los directores del Banco Central, las relaciones de género hasta cuál tiene que ser la cota máxima de Yacyretá. Y, por si eso fuera poco, ahora quieren encabezar la cruzada progresista contra la pobreza, proponiendo y orientando estrategias para atender la crítica situación social de los excluidos.
Puede ser que el espíritu de arrepentimiento del Papa por pecados cometidos por la Iglesia Católica haya influido en el Banco Mundial. Pero James Wolfensohn, presidente del BM, no está para esas cosas. Descubrió en estos días, gracias a un documento preparado por sus esmerados técnicos, titulado “Voces de los pobres”, que “las personas pobres sufren hambre con frecuencia, les falta energía y son dependientes de otros”.
Desde mediados de la década del ‘80, las políticas de ajuste estructural –en línea con el denominado Consenso de Washington– de apertura, desregulación, flexibilización laboral y privatización eran las propuestas del BM para alcanzar el bienestar general. Sugerencias que venían atadas a un paquete de ayuda financiera tan necesario para un país endeudado como el agua para un sediento. Por ahora no hubo un acto de contricción. Todo lo contrario. Para el Banco Mundial las consecuencias de ese modelo, de desestructuración del aparato productivo, con el consiguiente aumento de la desocupación y, por lo tanto, de expulsión de un amplio sector de la población a la marginación y pobreza, se deben a que en Argentina el mercado de trabajo no es todavía ¡más flexible! y a deficiencias en la educación. Método sencillo y eficaz de expiar culpas, liberarse del purgatorio y ganarse el reino de los cielos.
El Banco está tratando de mostrar una cara sensible a los problemas sociales de los países a los que asiste financieramente. Entonces, no se inhibe de organizar una jornada de debate de sus políticas con las Organizaciones No Gubernamentales, como la realizada el lunes pasado. No es cuestión de observar las buenas intenciones de unos y otros. Aunque en unos son más que en otros. Pero vale la pena recordar que hasta mediados de los ‘70 la pobreza era una situación –valga la palabra– marginal en la sociedad argentina. El desmantelamiento del Estado y el proceso de deterioro de las condiciones del mercado laboral destruyeron el modelo integrador de la sociedad argentina. ¿El Banco Mundial no tuvo nada que ver?