Obediencia
fiscal
Suena provocativo,
es antipático decirlo y hasta puede sonar a burla hacia los
miles que marcharon con frío y mucha bronca. Pero el eje
del conflicto económico y social que irrumpe en estos días
de ajuste no es el Fondo Monetario Internacional. Los símbolos
son importantes para articular voluntades e intentar construir una
conciencia social que permita cambiar el cuestionado modelo económico.
Pero cuando ese símbolo desvía la atención
a lo secundario obviando lo principal se transforma en funcional
a los intereses del poder económico. La identificación
equivocada del objetivo es la forma más ingenua de beneficiar
a quienes desde la mitad de la década del 70, con militares,
radicales, peronistas y ahora aliancistas, se han enriquecido permanentemente
succionando recursos del Estado y del resto de la sociedad. Y aquellos
que se han beneficiado están dentro del país, no fuera.
Como broche de la manifestación contra el FMI, que vale mencionar
apenas representa el 5 por ciento del total de la deuda externa
del país, el titular de la CGT disidente, Hugo Moyano, convocó
a la desobediencia fiscal. Es fácil imaginarse
cómo se estarán regodeando con ese llamado y la posterior
polémica financistas, empresarios y personas acaudaladas
que tienen como deporte evadir el pago de impuestos.
Basta con pensar un poco la estructura tributaria para darse cuenta
de que asalariados de hasta 1500 pesos y, obviamente, todos los
empleados en negro no pagan Ganancias ni Bienes Personales. Y que
el IVA e Internos están integrados a los precios de los bienes
que compran y, por lo tanto, no pueden negarse a pagarlos. Suena
ridículo pensar ante la compra de una gaseosa en decirle
al almacenero que no cobre el IVA porque uno es un desobediente
fiscal.
Más bien la convocatoria de Moyano sería asumida,
y en los hechos la practican, por el sector económico privilegiado
de este modelo. Aquí van algunos datos para ilustrar la miopía
de esa arenga que ignora la dinámica del proceso económico
y social que ha llevado al país a una obscena desigualdad
en los ingresos.
n Gran parte de la fuga de capitales se explica por la evasión
impositiva. Los argentinos tienen activos en el exterior por 105
mil millones de dólares, según estadísticas
oficiales. Pero tanto en Economía como consultores independientes
estiman ese monto en, por lo menos, 150 mil millones de dólares
(nota de tapa del Cash del 21 de mayo pasado).
n La evasión en el Impuesto a los Bienes Personales (vulgo,
riqueza) es escandalosa. Más de 1,5 millón de personas
de ingresos medios y altos deberían pagar, pero apenas 370
mil personas lo hacen (nota de tapa del Cash del 7 de mayo pasado).
El impuesto a la riqueza es el gravamen más progresivo del
actual sistema tributario, porque sólo lo pagan los que cuentan
con un capital importante. El incumplimiento de esa obligación
fiscal por parte de los que más tienen obliga al Estado a
cobrar más impuestos al resto de la sociedad. Por ejemplo,
el IVA del 21 por ciento. La recaudación de Bienes Personales
de 1999 fue de 545 millones de pesos. Varios tributaristas calculan
la evasión en más de 1500 millones de pesos, monto
que evitaría los recientes ajustes fiscales.
n Entre 1996 y 1998 la evasión del Impuesto a las Ganancias
por parte de las empresas aumentó en forma impresionante,
según un documento de la Alianza preparado antes de asumir
el Gobierno. En ese período, bajo la conducción del
cuestionado Carlos Silvani, la tasa de incumplimiento pasó
del 48 al 57 por ciento. Si se hubiera mantenido el poco ambicioso
objetivo de mantener ese elevadísimo porcentaje de incumplimiento,
entonces hoy el Estado estaría cobrando de las empresas 4400
millones más.
La lista de inequidades impositivas es más extensa. La renta
financiera no paga Ganancias; las privatizadas son un nicho privilegiado;
la rebaja de aportes patronales significó una impresionante
transferencia de recursos a las empresas, al tiempo que desfinanció
al sistema previsional. ¿No resultaría más
provocador y desafiante reclamar obediencia fiscal?
|