Doce
por ciento
Cada empleado
público cobrará doce por ciento menos, para bajar
el gasto público y ponerlo más cerca del ingreso público.
Este, en el mejor de los casos, es el primer acto del drama. Porque
nada en economía está desconectado de todo lo demás,
ni nada queda estático. Sólo un cuentaporotos miope
o con grandes anteojeras podría creer que el drama termina
con el primer acto. Ningún economista, y menos el que llega
al rango de funcionario nacional o de funcionario internacional,
se maneja con un modelo simple y estático. Y no le quepan
dudas de que en las reuniones de técnicos se comparan resultados
de posibles medidas alternativas de política económica.
¿Cómo sigue esta historia?; o mejor: ¿cuál
es la historia? Vivimos dentro de un régimen cambiario, el
patrón oro, como el que tuvo el país hasta 1929, Inglaterra
hasta 1931, EE.UU. hasta 1933 y los países adheridos al FMI
hasta 1961. En él, la paridad cambiaria es lo último
que se toca. Todos vemos las insuperables dificultades del país
para exportar cosas que no sean cueros, carne o arroz. También
vemos cómo nos gustan los autos importados, o colocar bonos
en dólares para pagar los gastos del Estado. Si el país
no exporta todo lo que necesita, ya para pagar todas sus importaciones
o para remitir al exterior servicios de deuda externa y utilidades
de empresas extranjeras, debe achicar su actividad económica
todo lo que sea necesario hasta que las importaciones bajen al nivel
de las exportaciones. El Estado, por su parte, se quedó sin
instrumentos de política económica globales o de mercado,
y los salarios que paga son tan bajos que cualquier peso menos que
abone será un peso menos gastado en bienes vendidos por el
sector privado. Mil pesos ahorrado por el Estado en sueldos, son
mil pesos sustraídos a los ingresos de las empresas privadas.
Son una caída en la demanda global, no acompañada
por una baja en los costos de producción de las empresas.
El sistema, necesariamente, se ubica en un menor nivel de actividad
y de empleo. Lo cual se inscribe en el marco de la recesión
más prolongada de que se tiene noticia. Si usted no es empleado
público y cree que el recorte salarial no le afecta, no apelaré
al cuento de Brecht, pero le pronostico que en breve plazo su empleador
le invitará, como aporte a la empresa y para continuar operando
su fuente de trabajo, a trabajar igual jornada por menos sueldo,
o igual sueldo con jornada más larga.
No
se me para
En
la Argentina de hoy un hombre de Estado no podría jactarse
de que a Menem le hicieron trece paros, pero a mí no
me pasará. El Estado fue perdiendo capacidad de influir
en la economía privada y hoy, desde el punto de vista económico,
se está más cerca de una sociedad sin Estado que con
él. En una sociedad con Estado ausente, el empleo se determina
exclusivamente por las fuerzas privadas. Un necesitado de empleo
no puede obligar a un empresario a proporcionárselo. Ello
ocurrirá si luego de un cálculo el empleador halla
rentable dar un puesto más de trabajo. La ecuación
básica es cuánto le cuesta dar un puesto más,
comparado con cuánto más esperar ganar con ese nuevo
empleado. Y cuánto le ingrese por ventas a las empresas es
la misma cifra que la que todos decidan gastar. Todos
son las familias en bienes de consumo final, las empresas en insumos
y bienes de capital, y el exterior en bienes de producción
local. Esta demanda total se compara con los costos
u oferta total de las empresas, que sí o sí
deben cubrirse con ingresos. Es claro que sólo donde coinciden
el gasto de la comunidad con el costo de las empresas se fijará
un nivel de empleo que pueda sostenerse en el tiempo, aunque sea
inferior a la plena ocupación. Cualquier factor que resienta
el gasto de las familias, las compras de las empresas, o las exportaciones,
hace bajar la demanda total, incrementa la desocupación
y deteriora el nivel de vida de las clases media y baja. Este es
el mecanismo que Keynes llamó demanda efectiva,
pero que según él mismo admitió, fue descubierto
por muchos precursores, entre otros Silvio Gesell, que vivió
con pasión la crisis de 1890. Se trata de una verdad económica
fundamental, no dependiente de las diferencias entre países
o de sus etapas de desarrollo. Quesnay, aunque vivía en una
monarquía absolutista, reconoció tal mecanismo. El
creador de la bandera, estudioso de su obra económica, así
lo tradujo: Que no se disminuya la comodidad de las ínfimas
clases de ciudadanos; porque no podrían contribuir al consumo
de los géneros de primera necesidad que sólo pueden
gastarse en el país; esto sin duda disminuirá la reproducción,
y la renta de la Nación (Máximas generales del
gobierno económico de un Reyno agricultor, traducidos del
francés por D. Manuel Belgrano, abogado de los Reales Consejos,
y secretario del Consulado de Buenos Ayres, Madrid, 1794, Máxima
XX, pág. 21).
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