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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
11 JUNIO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Doce por ciento

Cada empleado público cobrará doce por ciento menos, para bajar el gasto público y ponerlo más cerca del ingreso público. Este, en el mejor de los casos, es el primer acto del drama. Porque nada en economía está desconectado de todo lo demás, ni nada queda estático. Sólo un cuentaporotos miope o con grandes anteojeras podría creer que el drama termina con el primer acto. Ningún economista, y menos el que llega al rango de funcionario nacional o de funcionario internacional, se maneja con un modelo simple y estático. Y no le quepan dudas de que en las reuniones de técnicos se comparan resultados de posibles medidas alternativas de política económica. ¿Cómo sigue esta historia?; o mejor: ¿cuál es la historia? Vivimos dentro de un régimen cambiario, el patrón oro, como el que tuvo el país hasta 1929, Inglaterra hasta 1931, EE.UU. hasta 1933 y los países adheridos al FMI hasta 1961. En él, la paridad cambiaria es lo último que se toca. Todos vemos las insuperables dificultades del país para exportar cosas que no sean cueros, carne o arroz. También vemos cómo nos gustan los autos importados, o colocar bonos en dólares para pagar los gastos del Estado. Si el país no exporta todo lo que necesita, ya para pagar todas sus importaciones o para remitir al exterior servicios de deuda externa y utilidades de empresas extranjeras, debe achicar su actividad económica todo lo que sea necesario hasta que las importaciones bajen al nivel de las exportaciones. El Estado, por su parte, se quedó sin instrumentos de política económica globales o de mercado, y los salarios que paga son tan bajos que cualquier peso menos que abone será un peso menos gastado en bienes vendidos por el sector privado. Mil pesos ahorrado por el Estado en sueldos, son mil pesos sustraídos a los ingresos de las empresas privadas. Son una caída en la demanda global, no acompañada por una baja en los costos de producción de las empresas. El sistema, necesariamente, se ubica en un menor nivel de actividad y de empleo. Lo cual se inscribe en el marco de la recesión más prolongada de que se tiene noticia. Si usted no es empleado público y cree que el recorte salarial no le afecta, no apelaré al cuento de Brecht, pero le pronostico que en breve plazo su empleador le invitará, como aporte a la empresa y para continuar operando su fuente de trabajo, a trabajar igual jornada por menos sueldo, o igual sueldo con jornada más larga.

No se me para

En la Argentina de hoy un hombre de Estado no podría jactarse de que “a Menem le hicieron trece paros, pero a mí no me pasará”. El Estado fue perdiendo capacidad de influir en la economía privada y hoy, desde el punto de vista económico, se está más cerca de una sociedad sin Estado que con él. En una sociedad con Estado ausente, el empleo se determina exclusivamente por las fuerzas privadas. Un necesitado de empleo no puede obligar a un empresario a proporcionárselo. Ello ocurrirá si luego de un cálculo el empleador halla rentable dar un puesto más de trabajo. La ecuación básica es cuánto le cuesta dar un puesto más, comparado con cuánto más esperar ganar con ese nuevo empleado. Y cuánto le ingrese por ventas a las empresas es la misma cifra que la que todos decidan gastar. “Todos” son las familias en bienes de consumo final, las empresas en insumos y bienes de capital, y el exterior en bienes de producción local. Esta “demanda total” se compara con los costos u oferta “total” de las empresas, que sí o sí deben cubrirse con ingresos. Es claro que sólo donde coinciden el gasto de la comunidad con el costo de las empresas se fijará un nivel de empleo que pueda sostenerse en el tiempo, aunque sea inferior a la plena ocupación. Cualquier factor que resienta el gasto de las familias, las compras de las empresas, o las exportaciones, hace bajar la “demanda total”, incrementa la desocupación y deteriora el nivel de vida de las clases media y baja. Este es el mecanismo que Keynes llamó “demanda efectiva”, pero que según él mismo admitió, fue descubierto por muchos precursores, entre otros Silvio Gesell, que vivió con pasión la crisis de 1890. Se trata de una verdad económica fundamental, no dependiente de las diferencias entre países o de sus etapas de desarrollo. Quesnay, aunque vivía en una monarquía absolutista, reconoció tal mecanismo. El creador de la bandera, estudioso de su obra económica, así lo tradujo: “Que no se disminuya la comodidad de las ínfimas clases de ciudadanos; porque no podrían contribuir al consumo de los géneros de primera necesidad que sólo pueden gastarse en el país; esto sin duda disminuirá la reproducción, y la renta de la Nación” (Máximas generales del gobierno económico de un Reyno agricultor, traducidos del francés por D. Manuel Belgrano, abogado de los Reales Consejos, y secretario del Consulado de Buenos Ayres, Madrid, 1794, Máxima XX, pág. 21).