Rodríguez, el de Rodríguez
Cuando
se esperaba la designación de una figura potente al frente
de la AFIP en reemplazo de Carlos Silvani, el elegido fue Héctor
Rodríguez, un abogado que escogió crecer en política
con su blasón de técnico. Obviamente, permanecer
en el atalaya de la Secretaría Legal y Técnica de
Presidencia resultaba mucho más funcional a sus planes
que convertirse en el gran recaudador de gabelas de la República,
función en la que hay que ejecutar políticas dictadas
por otros, someterse a presiones de arriba (a quién apretar
y a quién no) y exponerse a un veloz desgaste si no se
junta la plata que necesita Economía para apaciguar al
FMI. Razones todas que explican su resistencia a la designación.
Aunque Rodríguez ocupó en las dos últimas
décadas puestos significativos, nada impidió que
mantuviera su bajo perfil. Encolumnado en la corriente de Jesús
Rodríguez, durante el alfonsinismo condujo la Sigep (Sindicatura
General de Empresas Públicas), sin destapar ninguna gran
olla. Ya en el menemismo, fue asesor radical vía
senador Mazzucco de la Comisión Bicameral de Seguimiento
de las Privatizaciones (que, no por culpa de Rodríguez
ciertamente, no sirvió para evitar ningún desquicio).
Votada la nueva Constitución, en 1994 se convirtió
en uno de los siete auditores de la parlamentaria Auditoría
General de la Nación, cargo en el que respetó la
nefanda regla del consenso, convenida por justicialistas y radicales
para no pisarse la manguera entre ellos. Como asesor suyo en la
AGN nombró a Alfonso de la Rúa, sobrino de Fernando,
quizá para tener cerca de él ese estratégico
apellido. Efectivamente, cuando Chupete asumió como burgomaestre
en 1996, le encargó a Rodríguez armar una sindicatura
para la ciudad, y al conquistar la Rosada le encomendó
trabajar con Marcos Makón en reformar la Ley de Ministerios.
Este es el gladiador elegido por el Gobierno para combatir la
evasión y elusión impositiva, la crisis de la recaudación
previsional, el contrabando, la subfacturación de importaciones
y otros males, remontando el previsible fracaso de estos primeros
seis meses.