La
fuerza o la ley
Las relaciones
económicas, como muchas relaciones humanas, suelen presentar
alternativas de cooperación y de competencia. Por ejemplo,
en la investigación científica los proyectos no son
alcanzables sin los aportes distintos y complementarios de varios
colaboradores; pero, a la vez, el grupo como un todo puede actuar
compitiendo con otros grupos para alcanzar primero cierto objetivo.
Cuando la actitud es ayudar a los otros, y poner cada uno lo suyo,
difícilmente no se halle un modo de actuar juntos. Pero si
se trata de alcanzar un objetivo no compartible, o donde compartir
significa dar a uno y privar a otro, la relación natural
es de rivalidad. Así ocurría en la época mercantilista,
cuando los países rivalizaban por arrebatarle a España
el oro americano. Cada onza de oro que un país obtenía
quedaba indisponible para los demás. Inglaterra inventó
como recurso la piratería, para tomar el oro a cambio de
nada, directamente en su traslado marítimo a España.
Francia se ofreció como proveedor de manufacturas a España,
y pudo tomar parte del oro hispano a cambio de productos. El resultado
era similar, pero los caminos distintos. Cuando un objetivo necesariamente
produce situaciones de conflicto, se abren dos caminos: librar el
resultado a lo que resuelva la relación de fuerzas entre
las partes en conflicto; o fijar reglas de juego previas y límites
a los resultados. O la ley de la fuerza, o la fuerza de la ley.
El primer camino ya contiene a priori la solución del problema:
el más fuerte o poderoso impondrá sus propios términos,
más allá o independientemente de la razonabilidad
del resultado. Y la fuerza o poder no es mero vigor físico
o corpulencia, sino poder económico. En un mundo donde conviven
fuertes y débiles, vulnerables e invulnerables, ricos y pobres,
la raza o religión oficial y las otras, el primer camino
siempre hace perder a los débiles, vulnerables o pobres.
Ya lo dijo Adam Smith, acerca de la disputa salarial entre patrones
y empleados: unos poseen capital e influencia en parlamento y prensa,
y el resultado siempre estará de su lado. En ese mundo la
explotación, la discriminación y aun el genocidio
son normales: el niño, el enfermo, la mujer, el asalariado,
el jubilado, el aborigen y otros sólo conocerán discriminación
y abuso. Una sociedad basada en la lucha carece de futuro. Sólo
hay esperanza si el conflicto lo resuelve la fuerza de la ley.
Un
pato acriollado
Se
cree que N. F. Canard nació en 1750, por lo que, con ciertas
reservas, en este solemne acto estaríamos celebrando su primer
cuarto de milenio. No se sabe mucho de él, salvo que enseñó
matemática en la Ecole Centrale de Moulins. También
se interesó en economía y meteorología. No
hemos de gastar chanzas por esa mezcla, ya que también la
eligieron Pedro A. Cerviño, entre nosotros, y Simon Newcomb,
el autor de la ecuación de circulación societaria.
Su fama nació con una obra de 235 páginas, Principes
dEconomie Politique, coronada por el Instituto Nacional en
su sesión del 15 de Nivoso del año IX (5 de enero
de 1801). Su contribución más interesante fue de índole
metodológica, consistente en emplear matemáticas en
el análisis económico. Hoy no merecería más
que aplausos, pero en 1801 era necesario algo más que un
poquito de audacia e imaginación para aceptar ese enfoque,
y la mayoría de sus lectores más calificados lo halló
inaceptable. Lo notable es que en Buenos Aires su obra fue recibida
con entusiasmo, y un resumen de la misma se publicó en el
periódico dominical Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico,
e Historiógrafo del Río de la Plata los días
30 de mayo y 6 de junio de 1802. Leemos en el texto rioplatense:
Según el autor el trabajo que hace el hombre es necesario
(travail nécessaire), ó superfluo (travail superflu):
necesario si absolutamente ha de ser consumido por el que le ha
hecho; y superfluo si se puede gastar en otras cosas. Del
trabajo necesario nació la idea de Adam Smith de un salario
mínimo de subsistencia. Y del trabajo superfluo, según
Canard, nació la posibilidad de crear y acumular riquezas,
ya para el propio trabajador o para otros. Tenemos dos casos que
ilustran la tesis de Canard. Se sabe que las misiones jesuíticas
de guaraníes tuvieron un crecimiento notable, basado en la
división del trabajo indígena en dos partes, el trabajo
necesario, con el que obtenían sus bienes de consumo en chacras
particulares; y el trabajo superfluo, como decía Canard,
que realizaban en talleres donde se fabricaban manufacturas para
atender a las necesidades comunitarias. De manera similar John Stuart
Mill en 1857 sostuvo que la posibilidad de generar una ganancia
dependía de que los trabajadores, además de
reproducir sus propios bienes de consumo e instrumentos, tuvieran
una porción sobrante de su tiempo para trabajar para el capitalista.
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