|
|
|
Por
Raúl Dellatorre
Cuando
esta semana se dé a conocer el decreto definitivo que reglamenta
la desregulación de las telecomunicaciones, el secretario
de Comunicaciones, Henoch Aguiar, se encontrará con una
desagradable sorpresa. A diferencia del proyecto original que
él redactó y que se integró como anexo al
decreto instructivo firmado el 9 de junio, en el nuevo texto la
Secretaría ya no será la autoridad de aplicación:
dicha responsabilidad recaerá sobre el ministro de Infraestructura,
Nicolás Gallo. Así, éste se adjudicará
la última batalla de la guerra prolongada que mantienen
ambos funcionarios desde el inicio de este último tramo
del proceso de desregulación, teñido de presiones
locales e internacionales, rumores interesados, zancadillas, amores
y odios.
La relación entre los dos funcionarios clave
de la desregulación telefónica se ha tornado francamente
mala en el último mes. No hay diálogo directo entre
ambos y sólo se encuentran en reuniones convocadas por
el presidente de la Nación, pero ambos tienen llegada a
Fernando de la Rúa por vías independientes. Desde
el entorno de uno y otro se lanzan acusaciones cruzadas respecto
de supuestos compromisos con los intereses en juego. Sin proponérselo,
ambos han quedado en el eje de una extraña trama de presiones
en torno a una puja multimillonaria.
El negocio de las telecomunicaciones de corta y larga distancia
representa una facturación de 10 mil millones de dólares
anuales, que varios especialistas, del Gobierno y privados, coinciden
en que saltará a más de 16 mil millones en tres
años. Es una torta que hoy se reparten entre dos, pero
en la que aspiran a participar, a partir de fin de año,
unas veinte empresas más. Las razones por las cuales los
primeros tratan de estrechar la puerta de entrada y los últimos
pugnan por derribar paredes son obvias. Lo que no deja de ser
sorprendente es la trama de presiones e intereses que se fue tejiendo
en torno a esa pelea, adentro y afuera del Gobierno, adentro y
afuera del país, sin dejar de lado ni siquiera a la familia
presidencial.
El tema fue creciendo en intensidad a partir de abril, cuando
el Gobierno ratificó la fecha de apertura y desregulación
para el 9 de noviembre. Faltan definir muchas cosas, no
se llega, advertían desde las actuales operadoras,
Telefónica y Telecom. Se les pedirá opiniones
a todos, y el Gobierno definirá a tiempo, respondían
desde los despachos oficiales. Para Fernando de la Rúa,
presidente de la Nación, la cuestión no pasaba de
una puja sectorial más, y una cuestión importante,
pero que podía dejar en manos de los técnicos. Fue
su hijo Fernando, Aíto, quien de a poco lo fue convenciendo
de la trascendencia que podría alcanzar la dinamización
de las telecomunicaciones y el interés de los jóvenes
en el acceso barato a Internet. Henoch Aguiar le arrimó
otros argumentos al joven De la Rúa para hacer valer en
los encuentros familiares: el Gobierno podría lucirse en
Estados Unidos con una desregulación modelo
y atraer inversiones de ese país que por ningún
otro medio ni sector llegarían.
De la Rúa padre, hombre conservador y poco afecto a la
informática, empezó a interesarse en el tema. Uno
de sus funcionarios de mayor confianza personal, Nicolás
Gallo, ministro de Infraestructura, también empezó
a arrimarle información sobre la trascendencia del asunto.
Su propio hermano Jorge, secretario general de la Presidencia,
le comentaba la creciente preocupación de las licenciatarias
Telefónica y Telecom, con las que mantiene buen contacto.
Aguiar, el especialista encargado de ir definiendo los aspectos
técnicos, comenzó a ser consultado en forma directa
por el Presidente de manera frecuente, actitud a la que no fue
ajena la incidencia de los consejos de Aíto.
Las barreras propuestas por Telefónica y Telecom podían
sintetizarse en dos: fijar un cargo de interconexión elevado
(el peaje que deben pagar las firmas que utilizan redes ajenas
para conectar a sus clientes), y exigir un aporte
a las empresas entrantes al sistema para subsidiar el servicio
en zonas alejadas de los centros urbanos y no rentables. La propuesta
que elevaron a la Secretaría de Comunicaciones reflejó
esa intención: tarifa de 1,7 centavo por minuto de interconexión
y un cargo del 3 por ciento de la facturación anual de
las entrantes que se destinaría como subsidio directo
a Telefónica y Telecom para seguir atendiendo zonas alejadas.
Las entrantes (CTI Móvil, Bell South, Comsat,
Nextel, Impsat, Iplan, MetroRed, Velocom y otras) comenzaron a
moverse en bloque para derribar las barreras: propusieron un cargo
de interconexión inferior a 0,8 de centavo y rechazaron
el subsidio directo.
Cada grupo eligió el funcionario sobre el cual operar:
las actuales concesionarias le hablaban al oído a Gallo,
las entrantes (predominantemente estadounidenses) se arrimaban
a Aguiar. El ministro tiene llegada directa y diaria al Presidente,
pero éste a su vez empezó a hacer más frecuentes
las llamadas de consulta al secretario. El discurso de uno y otro
empezaron a diferenciarse, conforme a las empresas que uno y otro
escuchaban con más asiduidad. De la Rúa le puso
fecha a una resolución definitiva: primera semana de junio.
Pero tuvo que esperar unos días más.
El jueves 8 de noviembre, Henoch Aguiar había terminado
la redacción de los reglamentos de la desregulación
con una activa participación del secretario de Defensa
de la Competencia, Carlos Winograd. Este último habría
recibido todo el aval del ministro de Economía, José
Luis Machinea. El viernes 9 estaba previsto anunciarlo, pero la
definición se trabó en las discusiones ese mismo
día de las que también participaron Nicolás
Gallo, Machinea, Rodolfo Terragno y Jorge de la Rúa, delante
del presidente de la Nación. Gallo y Jorge de la Rúa
advirtieron que las normas serían rechazadas por Telefónica
y Telecom, lo que pondría en tensión la prestación
del servicio en el interior del país. Aguiar enfatizaba
la explosión de inversiones estadounidenses que el esquema
provocaría. La opinión de Machinea apoyando esta
última postura torció el fiel de la balanza. Gallo,
en cambio, se impuso en una cuestión hasta ahí secundaria
y que no había merecido atención de sus adversarios:
consiguió postergar la definición de las reglas
de administración y gestión del espectro radioeléctrico,
un reclamo que sorprendió a varios.
La definición de las condiciones a través de un
decreto instructivo y el inmediato viaje a Estados Unidos parecían
haber laudado la cuestión en un punto más cercano
a los intereses de las empresas entrantes, pero las presiones
no terminaron allí. Manuel Rocha, encargado de negocios
de la embajada de Estados Unidos, no tardó en manifestar
su complacencia y largarse a hablar de cifras millonarias de inversiones
de sus compatriotas. Más reservado, el gobierno español
le hizo saber a su par argentino su disgusto por el perjuicio
a Telefónica, hecho que se sumaba al enrarecimiento de
las relaciones a partir del conflicto en torno a Aerolíneas
Argentinas y el cuestionamiento oficial a las participaciones
de Endesa en Edenor y Edesur.
A dos días del inicio de la visita a Washington, el martes
13, una noticia conmovió a quienes seguían de cerca
el tema: Marcha atrás en la desregulación
telefónica, decía la información. Una
resolución fechada el 9, pero divulgada ese martes anulaba
las reglamentaciones que, un día antes (el 8), había
firmado Aguiar. Pero dejaba en pie el decreto instructivo presidencial,
que asumía la misma letra de las resoluciones. Esta última
aclaración llegó con posterioridad, y debió
ser ratificada desde Estados Unidos por De la Rúa y Aguiar.
El chiste provocó más de un dolor de
cabeza, y nadie duda de que fue intencionado. En lo que difieren
las versiones es en la identificación de la mano ejecutora.
Curiosamente, la difusión de la anulación
de las resoluciones se hizo desde un locutorio cercano a las oficinas
centrales de Telefónica, sugirió intrigante
una fuente a Cash. La difusión corrió por
cuenta de medios vinculados con CTI, para meter ruido, se
jugó otra fuente. ¿A quién le interesaba
embarrar la cancha? Las interpretaciones son múltiples,
pero tanto las versiones que le adjudican intencionalidad a losoperadores
actuales o a los entrantes, no dejan de mencionar la complicidad
de sectores del Gobierno con unos u otros.
Esta semana daría a luz el decreto definitivo, pero la
pelea no estará concluida. La Comisión Nacional
de Comunicaciones, órgano de control del sistema, puede
llegar a ser el próximo ámbito de disputa. Tanto
como la definición de las reglas, su aplicación
en la práctica es un terreno apto para seguir la pulseada.
La hora de lamerse las heridas y volver a hacer las paces todavía
parece lejana.
Las
telefonicas afilan los dientes
Preparando
el ataque
Por
ahora no hay declaraciones, hasta que cambie el estatus
jurídico de la reglamentación, que hasta ahora
es nada más que un decreto instructivo. Pero si se
confirman estas reglas, va a significar un impacto muy negativo
sobre nuestro negocio. La respuesta va a ser muy dura, estamos
afilando los dientes. La posición es una síntesis
de lo que, en privado, manifiestan fuentes de Telefónica
y Telecom sobre la desregulación. Y en el gobierno
lo saben.
Estamos esperando el ataque. Con Henoch Aguiar hace
semanas que no quieren ni hablar, y sabemos que además
de una postura institucional dura, va a haber ataques personales,
confían allegados al secretario de Comunicaciones,
colocado en el centro del blanco al que apuntarán
sus dardos las dos actuales licenciatarias del servicio
telefónico.
Según confirmaron fuentes oficiales a Cash, la reglamentación
definitiva confirmará lo dispuesto en el decreto
instructivo, salvo en lo que respecta a la autoridad de
aplicación. Se conocerá antes de mediados
de esta semana, y será algo así como la orden
de iniciar el fuego para las telefónicas.
|
Un error millonario
José
Luis Machinea, Nicolás Gallo, Henoch Aguiar y Carlos
Winograd habían abandonado la Residencia y se dirigían
a la Sala de Conferencias de la Quinta de Olivos, para anunciar
la firma del decreto de desregulación y apertura
a la competencia del mercado de telecomunicaciones. Era
el sábado 10, al atardecer. Uno de ellos, mientras
caminaba, repasaba el texto del comunicado. ¡Acá
hay un error!, exclamó deteniendo el paso.
El controvertido cargo de interconexión, el peaje
a pagar por las nuevas empresas por el uso de la red que
explotan Telefónica y Telecom, había sido
subrepticiamente cambiado respecto del valor decidido la
noche anterior.
El escueto comunicado de cuatro párrafos había
sido modificado en tan sólo un valor, mencionado
en el tercero. La Instrucción Presidencial
incluye las reglas para ofrecer nuevos servicios de telecomunicaciones,
un valor de 1,3 centavo de costo de interconexión
y la obligación... decía el texto ante
los ojos del alarmado funcionario. No era lo acordado: la
noche anterior se había fijado en 1,1 centavo. Esas
dos décimas por minuto representan muchos millones
de pesos al mes, a favor de Telefónica y Telecom
(que lo cobran) o de CTI, Bell South, Impsat, MetroRed,
etc. (que lo pagan), según donde se fije. ¿Quién
cambió el valor? No se supo, pero el descubrimiento
de último momento obligó a retrasar otros
quince minutos la conferencia de prensa. Hay cosas
que sólo se sabrán con el tiempo, ironizó
una alta fuente oficial en referencia a más de un
episodio de esta historia.
|
Sin
reservas de derecho de admision
Pasen y ofrezcan
El
9 de noviembre de este año, el mercado de las telecomunicaciones
quedará plenamente desregulado y abierto a la libre
competencia. Cualquier operador que solicite una licencia
la obtendrá, ya sea para prestar algunos de los servicios
(larga y corta distancia, Internet, TV por cable, telefonía
celular, transmisión de datos o cualquier otro de
valor agregado) o todos ellos en su conjunto. Instalando
una red propia o utilizando (y pagando peaje) la de terceros.
Eligiendo una franja del mercado o al conjunto de usuarios.
En forma minorista (al usuario) o mayorista (servicios a
otras prestadoras o intermediando en la compraventa de paquetes
de comunicaciones).
Las actuales operadoras, Telefónica y Telecom, mantienen
la obligación de prestar el servicio universal hasta
el 2021, según la licencia obtenida tras la privatización
de Entel. Las empresas entrantes no tienen otras obligaciones
que las que surgen de cumplir con el reglamento de servicios.
Para evitar que las nuevas empresas se queden con lo mejor
del negocio y le dejen a las viejas el servicio
a pérdida (atención de zonas aisladas y con
escasa población), las primeras tendrán la
obligación de disponer del uno por ciento de su facturación
para esas zonas no rentables (cuya prioridad definirá
la Comisión Nacional de Comunicaciones), o aportarlo
a un fondo que le dará ese mismo destino.
La promesa oficial es que todos se beneficiarán con
la rebaja de tarifas, aunque en diferentes etapas. Primero
les tocará a las comunicaciones de larga distancia,
porque habrá nuevas redes instaladas ofreciendo su
servicio, tanto para comunicaciones internacionales como
interurbanas. Después les tocaría a los clientes
de grandes ciudades, que se beneficiarían por el
ingreso de operadores con tecnología inalámbrica
para la telefonía fija. La difusión de esta
última tecnología también beneficiaría
a zonas más alejadas, incluso aquellas que hoy no
están conectadas al servicio.
Las distintas oleadas de rebajas llegarían en los
primeros seis meses la primera, y en no más de tres
años las últimas, según los cálculos
oficiales. Para los usuarios de Internet también
se prometen ventajas, no en costo, pero sí en calidad
de servicio, con mayor velocidad de conexión.
|
|
|