Dibujar
una sonrisa
El diccionario
ideológico de la lengua española Julio Casares, de
la Real Academia Española, tiene varias acepciones a la palabra
humor. Aquí van algunas:
1. Cualquiera de los líquidos del cuerpo del animal.
2. Temple, disposición del ánimo.
3. Jovialidad.
4. Buena disposición en que uno se halla para hacer una cosa.
Alguna de estas opciones puede elegir Fernando de la Rúa,
que está obsesionado con el humor social y reclama a sus
ministros que transmitan buena onda. José Luis
Machinea cumplió el recado como buen alumno al terminar su
discurso ante 1500 banqueros reunidos la última semana por
ABA diciendo que no veo razones para el pesimismo. No
es cuestión de ser aguafiesta pero algunos indicadores económicos
y sociales no permiten esbozar ni una sonrisa. Lamentablemente,
las intenciones del Gobierno para alegrar la vida de la gente el
aumento de impuestos y la reducción salarial no tuvieron
el resultado esperado.
Hasta ahora esas medidas fueron los dos grandes gestos que dio el
Gobierno a la sociedad o, en todo caso, fueron los que pegaron más
fuerte en el ánimo colectivo. Y esas iniciativas no sólo
profundizaron el malhumor que venía de arrastre de la administración
de Carlos Menem, sino que además afectaron la cuota de esperanza
de cambio depositado en todo nuevo Gobierno.
Si bien es cierto que el equipo económico buscó que
el impacto del paquete impositivo recaiga sobre los niveles salariales
medios y altos, y que la poda de sueldos no incluyera a los trabajadores
de menores ingresos, Machinea & Cía. no tomaron en cuenta
que esos ajustes lo estaban aplicando en un escenario de recesión.
Entonces, un ajuste de esas características en una economía
con varios trimestres cayendo, con elevada desocupación y
extendida pobreza fue recibido con alarma incluso por quienes no
fueron alcanzados por más impuestos y menos salarios. El
saldo fue que el consumo no repuntó, no se dispararon inversiones,
no se generaron nuevos empleos y, por lo tanto, se profundizó
el malhumor social. Y no hay palabras que pueda modificarlo. Lo
que se necesitan son señales, medidas, políticas concretas
de que la Alianza hará otras cosas más que el ajuste
de las cuentas públicas que, vale la pena recordar, no ha
tocado los nichos de privilegio de la década menemista (el
sector financiero y las privatizadas).
De la Rúa y Machinea, además, no deberían caer
en un optimismo que ni el más ingenuo puede contagiarse.
Reclamar una mejor onda porque, por ejemplo, se registró
un crecimiento del 0,9 por ciento del Producto en el primer trimestre
resulta un abuso de confianza. Que haya sido el primer trimestre
de aumento desde 1998, como se preocupó en difundir uno de
los más estrechos colaboradores del ministro, se debe a que
Economía corrigió las cifras del cuarto trimestre
del 99 de un positivo 0,1 a un negativo 0,3. No será
cuestión que dentro de unos meses cambie también el
signo de ese trimestre tan festejado ahora en el Gobierno.
Más bien los datos que se están conociendo sobre la
evolución del nivel de actividad son para preocuparse más
que para alegrarse. De acuerdo al análisis realizado por
Abel Viglione, especialista de Fiel, la industria sufrió
una fuerte desaceleración en los últimos tres meses,
mostrando caídas consecutivas del índice desestacionalizado
(aísla variables que distorsionan la comparación)
respecto del período anterior. Y que el máximo nivel
de actividad alcanzado en ese lapso de recuperación (febrero)
no logró superar el pico anterior (junio de 1998). ¿Existe
el peligro de caer nuevamente en recesión? Por favor, ¡a
cambiar el humor!
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