Tragamonedas
- Peajes
en rutas que no los tenían.
- Nuevas
condiciones en los corredores en los cuales ya existen.
- En uno
y en otro caso el valor por pasar por las casillas no será
más elevado que el actual, que ya de por sí es altísimo.
- No se
prevé, necesariamente, una baja en el costo del peaje.
- El concurso
por manejar las rutas será por 25 años.
- Los peajes
serán la primera reformulación de una privatización
que realizará el Gobierno.
- Diferencias
entre los ministerios de Economía e Infraestructura, y
entre el titular de esa última cartera y su secretario
de Obras Públicas.
- El Plan
de Peaje está en línea con lo que quieren las actuales
adjudicatarias, grupo que reúne a las grandes empresas
como Techint, Sideco y Roggio.
Por
Cledis Candelaresi
Peajes en rutas
que no los tenían, y nuevas condiciones en los corredores
en los cuales ya existen a partir de una nueva licitación.
En uno y en otro caso el valor por pasar por las casillas no será
más elevado que el actual, que ya de por sí es altísimo.
Pero no se prevé, necesariamente, una baja en el costo del
peaje. Estos son los principales lineamientos del plan, al que tuvo
acceso Cash, para la primera privatización que Fernando de
la Rúa reformulará íntegramente. El Gobierno
convocará a una nueva licitación en los próximos
meses de las rutas nacionales concesionadas bajo el sistema de peaje
con la intención de extender las casillas a caminos que hoy
no las tienen. Y también llamará a concurso para el
manejo por 25 años de los corredores que ya cobran peaje,
definiendo el ganador por el criterio de la menor tarifa, que no
necesariamente será más baja que la actual. El dilema
oficial fue cómo garantizar un buen nivel de inversiones
evitando, al mismo tiempo, un tarifazo. Semejante desafío
produjo una confrontación de criterios entre los ministerios
de Economía e Infraestructura y, a su vez, entre el titular
de esa última cartera y su subordinado directo en el tema.
Esa disputa, que en los últimos meses se mantuvo en reserva,
parece haberse zanjado con un proyecto que otorga un lugar de privilegio
a las actuales adjudicatarias, grupo que reúne a las grandes
empresas como Techint, Sideco y Roggio.
Este plan del Gobierno probará la benevolencia de De la Rúa
hacia los adjudicatarios de privatizaciones, los mismos que meses
atrás miraban a la Alianza con recelo. Al igual que en la
renegociación de los contratos de trenes urbanos en
la cual el Gobierno admitirá aumentos periódicos en
el boleto para garantizar inversiones, también en el
caso de las rutas está dispuesto a admitir una tarifa tal
vez impolítica, pero útil para costear un programa
de obras que empuje la anhelada reactivación.
Formalmente el ministro de Infraestructura, Nicolás Gallo,
es quien debe resolver sobre el futuro de las concesiones por peajes.
Sin embargo, el tema también involucra a José Luis
Machinea, corresponsable de la política tarifaria y quien,
en definitiva, libera los fondos para transferir el subsidio que
los actuales contratos fijaron en favor de las empresas. Pero en
las últimas semanas, las caldeadas agendas ministeriales
dejaron el tema en manos del secretario de Obras Públicas,
Máximo Fioravanti, allegado a los constructores.
Este colaborador de Gallo aprovechó esta delegación
para que sus ideas ganaran más adeptos que los que acumulaba
su propio jefe. Gallo pensaba volver a licitar las rutas sobre la
base de tarifas fijas, y hasta evaluó la posibilidad de estatizar
la recaudación. Claro que difícilmente una u otra
alternativa podrían sobrevivir el previsible lobby de las
grandes constructoras locales, que operan el grueso de las rutas.
Como titular de la Cámara Argentina de Consultores, Fioravanti
participó en la redacción del Programa Nacional de
Infraestructura que la Cámara Argentina de la Construcción
(CAC) elevó al Gobierno, y éste retocó apenas,
antes de presentarlo como un multimillonario plan a ejecutar en
los próximos años. Familiarizado con las expectativas
empresarias, el secretario de Obras Públicas trabaja ahora
sobre la propuesta oficial de volver a licitar las rutas a fin de
año, aunque los actuales contratos expiran recién
en el 2003.
Las concesionarias podrán participar de esa proyectada licitación
y, si se avienen a que su contrato caiga antes, serán premiadas
con una preferencia: tendrán chance de igualar
la oferta ganadora y, de ese modo, quedarse con un negocio cuya
extensión geográfica será mayor a la actual.
La relación con las actuales adjudicatarias está lejos
de ser idílica (ver aparte). Pero en Infraestructura afirman
que es muy difícil sostener el sistema de peaje y, al mismo
tiempo, marginar a las empresas locales mejor posicionadas para
explotar el doble negocio de construir caminos y administrar las
cabinas de cobro.
Quizá porque es interlocutor frecuente de muchas figuras
de las empresas constructoras como Aldo Roggio y Eduardo Baglietto,
vicepresidente de Techint, Fioravanti sabe que como funcionario
debe tomar algunos recaudos. En las privatizaciones diseñadas
por Roberto Dromi, las adjudicatarias inflaron sus proyecciones
de tránsito. El secretario de Obras Públicas presume
que, de ese modo, las empresas habrían sobreestimado ingresos.
Así dispusieron de un instrumento para arrancarle prerrogativas
al Gobierno, argumentando que su negocio era menos próspero
que lo que habían previsto en el momento de hacer su oferta.
En la futura licitación, será el Estado el que defina,
previamente, el plan de obras a ejecutar sobre la base de calcular
el tránsito previsto, justamente, para evitar que se repita
esa maniobra.
Sin embargo, una de las discusiones que más sensibilizó
los ánimos oficiales estuvo referida a la futura tarifa,
que ahora roza el promedio de 1,75 dólar cada 100 kilómetros.
Gallo aspiraba a licitar con precio fijo para todo el período
de concesión. Pero como esa estrategia formaba parte de un
esquema desechado (ver aparte), el Gobierno se contentaría
con aplicar una fórmula de ajuste menos gravosa que la actual.
Las tarifas de peaje se ajustan anualmente por el equivalente al
80 por ciento de la tasa Libo, que en los últimos años
se ubicó por encima de la evolución de los precios
internos. Según el plan, el Gobierno llamaría a concurso
con una tarifa tope, posiblemente similar a la actual, que después
iría aumentando tanto como lo haga el precio del cemento,
insumo básico en las obras a realizar. Los ajustes
serían del 2 o 3 por ciento anual, calcula Fioravanti,
quien, a diferencia de su ministro, tiene oficinas en Economía.
Por el cuarto piso del Palacio de Comunicaciones, donde Gallo tiene
su despacho, también se evaluó la idea de constituir
un fondo especial para financiar obras ruteras, que en gran medida
se nutriría con créditos internacionales que hoy están
disponibles. Pero la negativa de Economía fue terminante.
A través de su secretario de Hacienda, Mario Vicens, el Palacio
de Hacienda advirtió que no es posible aumentar la deuda
externa, aunque sea por el loable fin de hacer obra pública.
CUALES
SON LOS RECLAMOS DE LOS GRUPOS LOCALES
Poner barreras a las extranjeras
Para
las empresas que actualmente operan las rutas nacionales el panorama
es bastante promisorio. Si bien el plan oficial plasma criterios
menos concesivos de los que inspiró la privatización
en 1990, ofrece a las constructoras la posibilidad de continuar
en un negocio que hoy permite recaudar en conjunto cerca de 400
millones de pesos por año. Pero aún falta para que
las concesionarias decidan celebrar con champagne. Antes, el Gobierno
debería garantizarles que en la futura licitación
bloqueará de algún modo la temida competencia de constructoras
extranjeras.
La felicidad privada tampoco es completa porque aún persiste
la incógnita acerca de cómo se resolverá el
pleito que abrieron contra el Estado y que el gobierno anterior
intentó resolver mediante una renegociación finalmente
abortada. Los empresarios grupo Macri, Roggio, Techint, Supercemento,
Dycasa reclaman una compensación por subsidio impago
y porque no se les permitió aplicar todos los ajustes anuales
que hubieran correspondido por contrato (equivalentes al 80 por
ciento de la tasa Libo).
Con los meses, este paquete en discusión crece en número
de exigencias y en monto. Ahora, los adjudicatarios también
demandan un resarcimiento por los descuentos en el peaje que el
Gobierno otorgó a los transportistas para que levanten medidas
de fuerza, y que les habría provocado una pérdida
de ingresos supuestamente no compensada.
Por todo, los empresarios hoy ya exigen 350 millones de pesos, contra
los 180 millones demandados en el primer momento. Aquel monto no
admitido por ningún organismo de contralor público
surge como exagerado a simple vista y parece más una carta
de negociación que una exigencia real.
Pero al margen de cómo se resuelva esta partida, las empresas
tienen varios tantos ganados porque el Gobierno parece no poner
mucho énfasis en las inversiones incumplidas. El órgano
de control dependencia interna de la Dirección Nacional
de Vialidad no tiene registros que permitan saber a ciencia
cierta cuánto invirtieron los concesionarios, denunció
a Cash el secretario de Obras Públicas, Máximo Fioravanti.
Ahora, el mayor desvelo de los constructores es la posibilidad cierta
de permanecer en el negocio, para lo cual reclaman al Estado una
especie de compre local, que dé a las firmas
argentinas prioridad por sobre cualquier otra empresa extranjera.
El principal temor son las grandes competidoras brasileñas,
cuya capacidad ociosa podría empujarlas hacia el atractivo
negocio de las cabinas argentinas.
Aunque con distintas ópticas, la idea de dar preeminencia
al capital nacional es bien vista tanto por el ministro de Infraestructura,
Nicolás Gallo, como por la secretaria de Industria, Débora
Giorgi. Así, el anhelo de los grupos locales tiene muchas
posibilidades de ser satisfecho.
EL
PROYECTO DE NICOLAS GALLO QUE QUEDO EN LA NADA
La
recaudación para el Estado
Cuando,
semanas atrás, las controvertidas situaciones de Aerolíneas
Argentinas y del Correo comenzaron a transformarse en una bomba
de tiempo, Nicolás Gallo acariciaba la idea de repetir con
los peajes nacionales su exitosa gestión en AUSA, que desde
1997 recuperó para el Gobierno de la ciudad 17 kilómetros
de autopista urbana. Es superavitaria y tiene menos personal
que cualquier otro acceso a Buenos Aires, se jactan. Pero
el funcionario que acompañó al Presidente también
en el Gobierno de la ciudad despertó pronto de su sueño.
Nos complicaría con el Fondo Monetario, escuchó
desde Economía.
Gallo analizó la alternativa de transformar las actuales
concesiones de rutas nacionales en contratos de simple gerenciamiento.
Las empresas privadas percibirían un canon por administrar
las rutas, cobrando el peaje y contratando las obras de mantenimiento.
Pero, a diferencia del sistema actual, en el que son propietarias
de la recaudación, ésta iría íntegra
a un fondo fiduciario que el Gobierno utilizaría para inversiones
tanto en aquellas rutas que tienen casillas como en las que no.
Se trataba, en definitiva, de una forma de estatización.
Pero, justamente por ello, los movimientos de esa caja como
de las cuentas públicas en general deberían
quedar bajo la lupa del FMI. Y, según advirtieron los funcionarios
de Economía, el organismo internacional seguramente cuestionaría
al Gobierno esa estrategia.
El mismo planteo escuchó más de una vez el propio
Gallo en boca de Mario Vicens, cuando quiso echar mano de algunos
préstamos otorgados por el BID y el Banco Mundial para obra
pública. Preferimos pagar la penalidad (una comisión
por no utilizar los préstamos otorgados) antes de endeudarnos
más, fue lo que le dijo el secretario de Hacienda.
Con esa objeción, la idea en la que se trabajaba a toda máquina
quedó abortada.
No fue la única alternativa desechada.
El esquema preferido por Gallo consistía en licitar nuevamente
las rutas con una tarifa fija, establecida por el Estado, y adjudicándole
las rutas a quien ofreciera explotar el negocio por menos tiempo.
También en este esquema las actuales concesionarias tendrían
una preferencia.
Todo depende de cuál sea el plan de obras, advertían
los desconfiados empresarios, temerosos de que esa variable desbaratase
el negocio: con tarifa fija y regulada, el monto de las inversiones
resultaba decisivo. Pero esa desconfianza se cruzó con el
rechazo de su secretario de Obras Públicas, en quien recayó
la responsabilidad de diseñar un modelo de peaje para el
futuro. Licitar por tiempo es un sistema que ya fracasó
en todos los lugares del mundo en que fue aplicado, sentenció,
sin vueltas, Máximo Fioravanti.
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