Rompiendo
los huevos
Hay impresiones
imborrables. Una mía resultó de leer la revista Hobby,
de esas que hoy se llaman de bricolage. En un número se contaba
la historia de Bernard Palissy, el ceramista francés del
siglo XVI que, empeñado en descubrir el secreto de los famosos
esmaltes cerámicos italianos, experimentó hasta alcanzar
vidriados notables, y como la búsqueda le empobrecía
en recursos, para alimentar su horno en tales momentos de penuria
debió hacer astillas su mobiliario y los pisos de madera
de su hogar. Acaso esa impresión me suscita relacionar nuestro
pasado reciente, en que para mantener la afluencia de divisas a
un tipo de cambio fijo se enajenó a cualquier precio todo
tipo de industria, se entregó a explotación extranjera
recursos no renovables, se dio a malos administradores el manejo
del patrimonio de la línea aérea de bandera. En fin,
se quemaron los muebles y pisos para calefaccionar al mundo, que
no dejaba de aplaudir cómo le creábamos empleo y gasto
al cerrar nuestras propias fábricas y reducir puestos de
trabajo. Para reorientar la demanda global y volver a crear demanda
por la industria local, sería necesario poner aranceles o
cuotas de importación, o devaluar el tipo de cambio. En lugar
de beneficiar al resto del mundo a costa de recortar permanentemente
la actividad local, con apertura indiscriminada, aranceles bajos,
aceptación de dumping, descontrol aduanero y facilidades
completas para el capital financiero externo, se debería
hacer lo contrario: calefaccionar hacia adentro. Pero una política
económica que reacomodase los marcos en que los agentes económicos
toman sus decisiones, para mejorar la situación de algún
gran sector social, de un sector económico, o del país
como un todo, no sería factible sin perjudicar a otros sectores
sociales, económicos, o al resto del mundo. Sería
molestar al vecino, término de los años
treinta que designaba políticas de incremento del empleo
interno. No hay ganancia sin pagar algún precio, o como dijo
un político, no puede hacerse una tortilla sin romper
algunos huevos, versión precientífica del conocido
axioma de la producción llamado inexistencia del país
de Cucaña (o de Jauja), que descarta la posibilidad
de producir algo sin insumir algún factor productivo: no
se puede obtener trigo sin plantar alguna semilla, como no se puede
cambiar la política económica sin molestar a algún
vecino.
Con
aires de vals
La
economía austríaca, de Menger, Böhm-Bawerk y
Wieser, se halla en Principios de economía (1871) de Menger:
para él la utilidad es un atributo de los bienes; se llaman
bienes si la conexión con la satisfacción de necesidades
humanas es reconocida por quien tiene necesidad de ella y tiene
el poder concreto de disponer de las cosas útiles para satisfacción
de sus necesidades. Son bienes de primer orden a los que sirven
al consumo. Son bienes de orden superior los que sirven para producir
bienes de primer orden. Si la necesidad de un bien supera la cantidad
disponible, los bienes son económicos. Los bienes de orden
superior no pueden compararse directamente con las necesidades.
¿Cuál es su valor? La reunión de varios bienes
de orden superior permite obtener una producción de cierto
valor en el mercado. Ese valor no puede exceder el de los bienes
de orden inferior: el valor de los bienes de orden superior está
dado por el valor de los bienes de orden inferior a cuya creación
contribuyen. La contribución de Böhm-Bawerk, en Capital
e interés (1884), fue explicar la tasa de interés
por: la expectativa de una mejor condición económica
en el futuro; la mayor utilidad de los bienes presentes comparada
con la de iguales bienes futuros; la mayor productividad de los
métodos de producción indirectos. Wieser, en Sobre
el origen y leyes principales del valor económico (1884),
introdujo el término utilidad marginal y resolvió
la imputación del valor de los factores según
el valor de los bienes de primer orden. Los conceptos austríacos
aparecieron en italiano en Principios de economía pura (1889)
de Pantaleoni. En Inglaterra apareció una traducción
(1898) a la que aportó Marshall. La enseñanza de economía
austríaca en la UBA hasta 1918 fue nula, y se optó
por una mezcla de historicismo, nacionalismo y socialismo de cátedra.
La oportunidad de suplir esa orientación se dio en 1918:
la Reforma Universitaria introdujo la docencia libre y los estudiantes
reclamaron estudiar la nueva teoría. Pantaleoni autorizó
a Gondra para traducir su libro, que salió en 1918. Sobre
esa base, Broggi y Gondra dieron en la Facultad de Ciencias Económicas
un curso libre de Economía pura que incluía la teoría
del valor, principio hedónico, teoría de la utilidad,
teoremas de Gossen, teoría de la utilidad decreciente y diferentes
orientaciones de la economía pura: la escuela austríaca.
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