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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
09 JULIO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Rompiendo los huevos

Hay impresiones imborrables. Una mía resultó de leer la revista Hobby, de esas que hoy se llaman de bricolage. En un número se contaba la historia de Bernard Palissy, el ceramista francés del siglo XVI que, empeñado en descubrir el secreto de los famosos esmaltes cerámicos italianos, experimentó hasta alcanzar vidriados notables, y como la búsqueda le empobrecía en recursos, para alimentar su horno en tales momentos de penuria debió hacer astillas su mobiliario y los pisos de madera de su hogar. Acaso esa impresión me suscita relacionar nuestro pasado reciente, en que para mantener la afluencia de divisas a un tipo de cambio fijo se enajenó a cualquier precio todo tipo de industria, se entregó a explotación extranjera recursos no renovables, se dio a malos administradores el manejo del patrimonio de la línea aérea de bandera. En fin, se quemaron los muebles y pisos para calefaccionar al mundo, que no dejaba de aplaudir cómo le creábamos empleo y gasto al cerrar nuestras propias fábricas y reducir puestos de trabajo. Para reorientar la demanda global y volver a crear demanda por la industria local, sería necesario poner aranceles o cuotas de importación, o devaluar el tipo de cambio. En lugar de beneficiar al resto del mundo a costa de recortar permanentemente la actividad local, con apertura indiscriminada, aranceles bajos, aceptación de dumping, descontrol aduanero y facilidades completas para el capital financiero externo, se debería hacer lo contrario: calefaccionar hacia adentro. Pero una política económica que reacomodase los marcos en que los agentes económicos toman sus decisiones, para mejorar la situación de algún gran sector social, de un sector económico, o del país como un todo, no sería factible sin perjudicar a otros sectores sociales, económicos, o al resto del mundo. Sería “molestar al vecino”, término de los años treinta que designaba políticas de incremento del empleo interno. No hay ganancia sin pagar algún precio, o como dijo un político, “no puede hacerse una tortilla sin romper algunos huevos”, versión precientífica del conocido axioma de la producción llamado “inexistencia del país de Cucaña (o de Jauja)”, que descarta la posibilidad de producir algo sin insumir algún factor productivo: no se puede obtener trigo sin plantar alguna semilla, como no se puede cambiar la política económica sin molestar a algún vecino.

Con aires de vals

La economía austríaca, de Menger, Böhm-Bawerk y Wieser, se halla en Principios de economía (1871) de Menger: para él la utilidad es un atributo de los bienes; se llaman bienes si la conexión con la satisfacción de necesidades humanas es reconocida por quien tiene necesidad de ella y tiene el poder concreto de disponer de las cosas útiles para satisfacción de sus necesidades. Son bienes de primer orden a los que sirven al consumo. Son bienes de orden superior los que sirven para producir bienes de primer orden. Si la necesidad de un bien supera la cantidad disponible, los bienes son económicos. Los bienes de orden superior no pueden compararse directamente con las necesidades. ¿Cuál es su valor? La reunión de varios bienes de orden superior permite obtener una producción de cierto valor en el mercado. Ese valor no puede exceder el de los bienes de orden inferior: el valor de los bienes de orden superior está dado por el valor de los bienes de orden inferior a cuya creación contribuyen. La contribución de Böhm-Bawerk, en Capital e interés (1884), fue explicar la tasa de interés por: la expectativa de una mejor condición económica en el futuro; la mayor utilidad de los bienes presentes comparada con la de iguales bienes futuros; la mayor productividad de los métodos de producción indirectos. Wieser, en Sobre el origen y leyes principales del valor económico (1884), introdujo el término “utilidad marginal” y resolvió la “imputación” del valor de los factores según el valor de los bienes de primer orden. Los conceptos austríacos aparecieron en italiano en Principios de economía pura (1889) de Pantaleoni. En Inglaterra apareció una traducción (1898) a la que aportó Marshall. La enseñanza de economía austríaca en la UBA hasta 1918 fue nula, y se optó por una mezcla de historicismo, nacionalismo y socialismo de cátedra. La oportunidad de suplir esa orientación se dio en 1918: la Reforma Universitaria introdujo la docencia libre y los estudiantes reclamaron estudiar la nueva teoría. Pantaleoni autorizó a Gondra para traducir su libro, que salió en 1918. Sobre esa base, Broggi y Gondra dieron en la Facultad de Ciencias Económicas un curso libre de Economía pura que incluía la teoría del valor, principio hedónico, teoría de la utilidad, teoremas de Gossen, teoría de la utilidad decreciente y diferentes orientaciones de la economía pura: la escuela austríaca.