Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
16 JULIO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Saldos monetarios ¿reales?

Qué son los “saldos monetarios”? Pues la cantidad de dinero, en billetes y monedas o en depósitos bancarios, con los que uno cuenta cada instante. Claro, los números impresos en un billete deben compararse con los números de los precios de otras cosas. Si tengo un billete de 100, y una cosa X se vende a 10 pesos y otra Y a 5, tener el billete vale tanto como tener 10 unidades de X o 20 de Y, o una combinación cualquiera entre ellas, por ejemplo 8 unidades de X y 4 de Y, etc. Si hablar del billete es suficiente para referir una situación, se dice que hablamos “en términos nominales”; si es necesario comparar el billete con el precio de las cosas, se dice que hablamos “en términos reales”. En el ejemplo, la cantidad nominal de dinero es 100, y la cantidad real, en unidades del bien X, es 10. ¿10 qué? 10 unidades de X, que es lo que compran 100 unidades de dinero. Si en lugar del precio de X tomamos un indicador de un conjunto de precios (como ser, los bienes consumidos por las familias), y lo usamos para comparar el dinero, el cociente “dinero/precios” se llama valor del dinero, poder adquisitivo del dinero o saldos monetarios reales. Muchos economistas creen en el “efecto de saldos monetarios reales”, enunciado en 1939 por Gottfried Haberler (1900-95) y en 1947 por Arthur C. Pigou (1877-1959), según el cual, una baja de precios incrementa el valor de los saldos monetarios; y como éstos son parte de la riqueza, esta última aumenta, lo cual a su vez incrementa el consumo y el ocio. Es obvio que esto fue propuesto como mecanismo para estimular la economía. No tan obvio es que también se proponía una flexibilidad descendente de los salarios (dicho en criollo, recortar salarios). Si el precio de X baja de 10 a 9, 100 pesos ya no compran sólo 10, sino 11. Pero acá no se dicen los supuestos ocultos de la economía: muchos no tienen riqueza alguna, ni entre los que la tienen está distribuida con equidad. ¿Quién tiene 100 pesos? O como decía Tita, “¿dónde hay un mango, viejo Gómez? los han limpiao con piedra pómez”. Para una clase media venida abajo, jubilados con el mínimo, pobres bajo la línea de subsistencia y millones sin empleo, el dinero no es real: billete que cazan, va para subsistir. En la otra punta, a quien tiene 10 millones, un 1 por ciento de baja de precios le significa un jugoso incremento de sus saldos reales, y poder gastar en más ocio estas próximas vacaciones. Claro que no en la Argentina.

Rawls el justiciero

La justicia es un valor. Más aun, es el valor que contuvo en su seno las primeras categorías de la ciencia económica –precio, salario, interés– esbozadas en el Código de Hammurabi, en la Biblia, en los escritos de Platón y Aristóteles y en los de Santo Tomás de Aquino. Desde 1600 el discurso económico pasó a manos de comerciantes y políticos y éstos, más interesados en acumular fortunas, expulsaron del cálculo económico toda limitación ética. A eso se llamó “autonomía de la ciencia económica”. El avance en rigor científico del período clásico (siglos 18-19), que intentó un balance entre observación y razón, mantuvo alejados los valores. El período neoclásico (siglos 19-20) no sólo no recuperó a los valores, sino que purgó al análisis económico de toda referencia a realidades concretas. Posiciones como la de Max Weber contribuyeron a mantener lejos del gabinete del científico todo compromiso valorativo. Hoy se acepta esta posición, pero sólo en el campo del análisis. Cuando los resultados de la ciencia económica se trasladan al terreno de las políticas económicas, por el contrario, sería desastroso no respetar ciertos valores. Pero ¿cuáles? Aunque la injusticia está instalada firmemente en múltiples situaciones económicas, pocos, o nadie, aceptarían que ése es el valor que rija la economía. Es auspicioso, pues, que el valor justicia aparezca de nuevo como categoría de la economía. Esta vez, de la mano de John Rawls. En una sociedad en que acuerdos secretos generan situaciones desiguales, donde las diferencias de poder y fortuna son usadas para servirse de los demás, es tanto más útil la Teoría de la justicia de Rawls, donde una organización social justa es aquella que los individuos elegirían si no les atasen sus propios intereses creados. Individuos hipotéticamente aislados, invitados a suscribir un contrato social, sin conocer de antemano qué puesto (en cuanto a sexo, raza, capacidad, etc.) le tocará a cada uno, desde sus “posiciones originarias” cada cual elegiría un conjunto de instituciones sociales con estas características: 1) cada persona tendría iguales derechos hasta la máxima cantidad de libertad personal compatible con la libertad de los demás; 2) Todas las desigualdades de la sociedad, o tendrían su origen en puestos ganados en libre competencia, o serían justificables mientras las desigualdades operasen a favor de todos.