Abuso
de austeridad
John
Welch, economista jefe del Departamento de América latina
de Barclays Bank, es uno de los tantos que trabajan en entidades
financieras y fondos internacionales que invierten en acciones y
bonos argentinos. Hace un par de semanas en Londres, en el auditorio
de ese banco inglés, Welch descolocó al secretario
de Finanzas, Daniel Marx, invitado por el Canning House. El hombre
de negocios cuestionó al equipo económico por haber
puesto metas fiscales tan ambiciosas con el FMI, en lugar de imitar
la estrategia exitosa de México y otros países emergentes
a la que denominó táctica de las sorpresas positivas.
Esta consiste en proponer objetivos modestos y generar una ola de
optimismo cuando se superan. Ustedes han hecho exactamente
lo contrario, y la verdad es que nadie se lo explica, apuró
a Marx, para concluir que los mercados hubieran aceptado una
reducción menor del déficit que el que han fijado,
que pocos creen que pueda alcanzarse sin dañar la recuperación
de la demanda. Esta reveladora anécdota, publicada
en el último número de la revista Mercado, muestra
hasta qué punto resulta incomprensible la insólita
obsesividad fiscal de Machinea & Cía. Manía de
papista que en la última semana alcanzó su clímax
cuando festejaron el esfuerzo que significó alcanzar
un superávit record del Tesoro. Extraordinario saldo que
permitió un sobrecumplimiento de las metas con el FMI.
Ese exceso significa que del desequilibrio pactado para el primer
semestre (2690 millones de pesos) se logró uno menor (2375
millones). O sea, que hubo un ahorro extra de 315 millones. En un
país de abundancia y buen vivir de la gente el ahorro puede
ser, como dicen los abuelos sabios, la base de la fortuna. Pero
en la Argentina de una recesión larguísima, de elevada
desocupación y de una dramática situación social
resulta un despropósito. El argumento de Economía
es que ese dinero permitirá compensar el desfasaje previsto
para la segunda mitad del año. Estrategia difícil
de entender porque, como se sabe, un sobreajuste provoca retracción
del nivel de actividad. Y así se termina con un efecto inverso
al buscado, derivando, en definitiva, en una mayor fragilidad fiscal.
Más incomprensible resulta observar ese festejado sobrecumplimiento
cuando se hace la antipática comparación con el presupuesto
asignado para asistencia social. El ministerio que maneja Graciela
Fernández Meijide tiene 1270 millones de pesos para planes
sociales, de los cuales sólo controla directamente unos 310
millones de pesos. El resto se distribuye en pensiones graciables.
Vale un pequeño contrapunto de números, que el lector
ya lo debe haber imaginado.
- Fernández Meijide tiene para gastar 310 millones de pesos
anuales en planes sociales de una red de contención, incluyendo
los programas provinciales, que sólo alcanzan al 25 por ciento
de las familias pobres, dejando a casi 8 millones de personas carenciadas
sin ningún tipo de cobertura.
- Machinea, en tanto, mirándose en el espejo para que se
refleje un rostro idéntico al de Ricardo López Murphy,
reduce gastos y pone más impuestos para excederse en las
metas fiscales del semestre en 315 millones de pesos. Y merece destacarse
que esa abundancia la logró luego de pagar 600
millones de pesos adicionales de intereses de la deuda por la suba
de la tasa internacional.
Es decir, en el por ahora más grande absurdo de su corta
gestión, el gobierno de la Alianza mantiene congelados los
fondos de un famélico plan de asistencia social dadas las
urgentes necesidades de los grupos más vulnerables, al tiempo
que brinda como tributo al denominado mercado un sobrecumplimiento
de las metas fiscales equivalente al monto total de ese programa
de auxilio a los pobres. Lo que se dice un abuso de austeridad.
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