Say
Jean-Baptiste
Say (1767-1832) no sólo fue un economista francés,
sino además el principal expositor en Europa de la Riqueza
de las Naciones de Adam Smith, el autor de uno de los textos más
leídos de economía en las primeras cuatro décadas
del siglo XIX y el primer profesor de economía política
en Francia a partir de 1815. Su libro, el Tratado de Economía
Política, se publicó en 1803, y fue tan exitoso que
en 1807 ya se contaba con una versión castellana completa,
la que aparentemente le dio inspiración a Mariano Moreno
en 1809 para argumentar en Buenos Aires a favor del libre comercio
con mercaderes ingleses, en su célebre Representación
de los hacendados. Cuando ya estaba semiolvidado, J. M. Keynes
volvió a llamar la atención de los economistas sobre
la figura de Say en 1936, al casi acusarlo de haber propuesto la
ley de Say, que Keynes enunció como la
oferta crea su propia demanda, que él reformuló
en sus propios términos diciendo que la demanda global
es idéntica a la oferta global para cualquier nivel de empleo
y gasto, acusando a la economía clásica
de haber hecho de esta proposición la piedra basal de su
modelo económico. Los estudiosos, al releer a Say, no encontraron
nada así, sino más bien una controversia en torno
de la afirmación escasea el dinero, que tanto
se oye en tiempos recesivos, y que Say refutaba afirmando que lo
que escaseaba era la producción de bienes: el comercio, decía,
sabe muy bien crear sucedáneos del dinero cuando éste
falta. Say no estaba errado, pero percibía sólo un
aspecto del problema. Si bien el comercio puede crear ciertos instrumentos
de pago para facilitar las ventas, como las tarjetas de crédito,
no puede obligar a los consumidores a elegir tal o cual artículo,
ni siquiera a obligarlos a gastar. Por su parte los consumidores,
limitados por los ingresos que perciben, no pueden obligar a los
empleadores a pagarles salarios más altos, ni siquiera obligarlos
a dar puestos de trabajo. De tal manera, todo funciona como una
gran rueda, el circuito económico, donde las empresas dan
nuevos puestos de trabajo en la medida que prevén un mayor
gasto de las familias, y las familias gastan más en la medida
que obtienen más puestos de trabajo y mejores remuneraciones.
Lo que la economía de mercado no garantiza es que el gasto
planeado coincida con los ingresos producidos por los empleos existentes,
a un nivel de plena ocupación.
Fenómenos
dinámicos
La
realidad es la gran inspiradora de la teoría económica.
Es posible que, si la estructura económica nunca hubiera
funcionado mal, la ciencia económica no hubiera tenido oportunidad
de existir, y el mundo estaría libre de nosotros, los economistas.
Además, como ciencia joven, ha tomado conceptos y modos de
hacer ciencia de otras disciplinas. De la sociologíatomó
la noción de dinámica social, como el estudio de los
fenómenos de movimiento. De la física tomó
el método de suponer determinados elementos como dados (los
datos) y analizar la interacción entre otros
elementos (las variables). Típicamente la economía
ha tomado como datos a las preferencias de los consumidores (los
gustos) y la tecnología de producción
(las artes). En la antigua dinámica económica
el objeto de estudio eran los fenómenos económicos
cuyo movimiento cambiaba las condiciones en que se producía
el fenómeno. Por ejemplo: el dinero sirve para facilitar
el intercambio, pero bajo condiciones inflacionarias se convierte
en un medio para redistribuir riqueza: aquel que posee dinero o
tiene créditos fijos en valor nominal a cobrar en fecha futura
pierde riqueza frente al que posee bienes o es deudor de deudas
fijas en valor nominal. Otro ejemplo: el comercio internacional
permite el intercambio de bienes entre naciones, comercio en el
que la relación entre lo exportado y lo importado constituye
los términos del intercambio; notaron Prebisch y Singer que
en el intercambio entre países productores de manufacturas
y países exportadores de materia prima, la relación
de intercambio (a partir de 1870) se movió en contra de los
segundos, lo que permitió a los países industriales
apropiar íntegramente los beneficios del comercio y del avance
tecnológico. El tercer ejemplo es inquietante, pero está
sustentado en la más amplia comprobación empírica
posible: el desempleo disciplina la oferta de trabajo y permite
casi cualquier grado de flexibilización de condiciones laborales
y salariales, pero las sociedades tienen una tolerancia máxima
respecto del grado de desempleo: más allá de cierto
índice, las instituciones estallan. Como casos notorios,
recuérdese qué sucedió después de 1929-30
con los gobiernos de Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra,
España, Portugal, o nuestra Argentina en la segunda mitad
de 1930. Todo gobernante debió cambiar de empleo.
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