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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
23 JULIO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Say

Jean-Baptiste Say (1767-1832) no sólo fue un economista francés, sino además el principal expositor en Europa de la Riqueza de las Naciones de Adam Smith, el autor de uno de los textos más leídos de economía en las primeras cuatro décadas del siglo XIX y el primer profesor de economía política en Francia a partir de 1815. Su libro, el Tratado de Economía Política, se publicó en 1803, y fue tan exitoso que en 1807 ya se contaba con una versión castellana completa, la que aparentemente le dio inspiración a Mariano Moreno en 1809 para argumentar en Buenos Aires a favor del libre comercio con mercaderes ingleses, en su célebre “Representación de los hacendados”. Cuando ya estaba semiolvidado, J. M. Keynes volvió a llamar la atención de los economistas sobre la figura de Say en 1936, al casi acusarlo de haber propuesto la “ley de Say”, que Keynes enunció como “la oferta crea su propia demanda”, que él reformuló en sus propios términos diciendo que “la demanda global es idéntica a la oferta global para cualquier nivel de empleo y gasto”, acusando a la “economía clásica” de haber hecho de esta proposición la piedra basal de su modelo económico. Los estudiosos, al releer a Say, no encontraron nada así, sino más bien una controversia en torno de la afirmación “escasea el dinero”, que tanto se oye en tiempos recesivos, y que Say refutaba afirmando que lo que escaseaba era la producción de bienes: el comercio, decía, sabe muy bien crear sucedáneos del dinero cuando éste falta. Say no estaba errado, pero percibía sólo un aspecto del problema. Si bien el comercio puede crear ciertos instrumentos de pago para facilitar las ventas, como las tarjetas de crédito, no puede obligar a los consumidores a elegir tal o cual artículo, ni siquiera a obligarlos a gastar. Por su parte los consumidores, limitados por los ingresos que perciben, no pueden obligar a los empleadores a pagarles salarios más altos, ni siquiera obligarlos a dar puestos de trabajo. De tal manera, todo funciona como una gran rueda, el circuito económico, donde las empresas dan nuevos puestos de trabajo en la medida que prevén un mayor gasto de las familias, y las familias gastan más en la medida que obtienen más puestos de trabajo y mejores remuneraciones. Lo que la economía de mercado no garantiza es que el gasto planeado coincida con los ingresos producidos por los empleos existentes, a un nivel de plena ocupación.

Fenómenos dinámicos

La realidad es la gran inspiradora de la teoría económica. Es posible que, si la estructura económica nunca hubiera funcionado mal, la ciencia económica no hubiera tenido oportunidad de existir, y el mundo estaría libre de nosotros, los economistas. Además, como ciencia joven, ha tomado conceptos y modos de hacer ciencia de otras disciplinas. De la sociologíatomó la noción de dinámica social, como el estudio de los fenómenos de movimiento. De la física tomó el método de suponer determinados elementos como dados (los “datos”) y analizar la interacción entre otros elementos (las “variables”). Típicamente la economía ha tomado como datos a las preferencias de los consumidores (los “gustos”) y la tecnología de producción (las “artes”). En la antigua dinámica económica el objeto de estudio eran los fenómenos económicos cuyo movimiento cambiaba las condiciones en que se producía el fenómeno. Por ejemplo: el dinero sirve para facilitar el intercambio, pero bajo condiciones inflacionarias se convierte en un medio para redistribuir riqueza: aquel que posee dinero o tiene créditos fijos en valor nominal a cobrar en fecha futura pierde riqueza frente al que posee bienes o es deudor de deudas fijas en valor nominal. Otro ejemplo: el comercio internacional permite el intercambio de bienes entre naciones, comercio en el que la relación entre lo exportado y lo importado constituye los términos del intercambio; notaron Prebisch y Singer que en el intercambio entre países productores de manufacturas y países exportadores de materia prima, la relación de intercambio (a partir de 1870) se movió en contra de los segundos, lo que permitió a los países industriales apropiar íntegramente los beneficios del comercio y del avance tecnológico. El tercer ejemplo es inquietante, pero está sustentado en la más amplia comprobación empírica posible: el desempleo disciplina la oferta de trabajo y permite casi cualquier grado de flexibilización de condiciones laborales y salariales, pero las sociedades tienen una tolerancia máxima respecto del grado de desempleo: más allá de cierto índice, las instituciones estallan. Como casos notorios, recuérdese qué sucedió después de 1929-30 con los gobiernos de Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra, España, Portugal, o nuestra Argentina en la segunda mitad de 1930. Todo gobernante debió cambiar de empleo.