Vivir de arriba
Señora!
¿me da limones?... ¿me da quinotos?. El limonero
fue plantado por mi padre hace más de cuatro décadas;
el quinoto ya no está. Ninguna de las personas que pasa y
pide, todos vecinos, ha plantado un árbol en su casa. Parece
que la gracia estaba, más que en la cosa pedida, en obtenerla
gratis. ¿Vale el dato como muestra? Si vale, nos rige una
suerte de principio hedónico: en la producción,
consumo, distribución y circulación de la riqueza,
los hombres actúan exclusivamente por el deseo de obtener
la máxima satisfacción de sus necesidades que las
circunstancias permiten, con el menor sacrificio individual posible
(Pantaleoni). Sólo que en nuestra versión, el mínimo
se lleva a cero: obtener satisfacción sin pagar nada por
ello, obtener dinero sin entregar ningún trabajo a cambio.
Es el país de los vivos, donde vivo es aquel que vive del
tonto y tonto, el que vive de su trabajo. También el país
de los ñoquis, o de quienes obtienen dinero sin dar trabajo
a cambio. El país de los colados, que quieren ir a la cancha
sin pagar entrada o viajar en tren sin sacar boleto. En mi vida
universitaria me he cansado de ver profesores titulares que no dan
clase y ganan su sueldo con el trabajo de sus adjuntos, o investigadores
que pregonan la gratuidad de la enseñanza mientras embolsan
sumas suculentas por estudios que jamás se ven. Nuestro sueño
es viajar mucho sin pagar boleto. En la calle, todos pedimos que
haya policías cerca para que nos protejan de atracos. Para
nuestros hijos, que son el futuro del país, todos queremos
que se les imparta educación primaria, secundaria y universitaria
gratuita y de excelencia. En el hospital público los pacientes
declaran no tener obra social ni medios. El problema lo tiene el
Estado, al asumir el papel de proveedor de bienes públicos
y, al pedir que alguien pague, todos miran a otro lado. Es el problema
del pasajero sin boleto, que planteó Knut Wicksell hace un
siglo en Investigaciones teóricas sobre finanzas públicas
(1896). Nuestra índole demostró ser degradante de
la calidad de los bienes públicos provistos por el Estado.
La transferencia de éstos al mercado concretamente
los servicios de seguridad, educación, salud, transporte
aéreo y terrestre, electricidad y comunicaciones no
mostró ser mejor, al sujetar a los demandantes a condiciones
abusivas y excluyentes. La solución ¿no estará
en cambiar nuestra índole?
El
pueblo quiere saber
Nos
manejamos con presupuestos a todas luces falsos: que las leyes son
conocidas por todos, que los actos de gobierno son transparentes,
que la información, en fin, es simétrica para todos.
Baste recordar que no hace mucho un ex presidente confesaba haber
mentido en la campaña preelectoral que le llevó al
poder, pues en caso de haber sido veraz no habría sido votado.
Vale decir, que la decisión de los votantes se fundó
en información incompleta, y en caso de haber tenido información
cabal acaso la decisión habría sido otra. En EE.UU.,
que solemos tomar como modelo, Nixon fue renunciado por mentir,
no por espiar al adversario. Aquí nadie propuso enjuiciar
al referido ex para que resignase su cargo. Que ello no haya ocurrido
revela nuestra tolerancia a la reticencia, a la semiverdad, o directamente
a la mentira. Otro caso: la cúpula cegetista aceptó
que todo aumento salarial se fundase en mejoras de productividad,
cuando todos saben que la información sobre ello, contenida
en los libros de las empresas, es un secreto cerrado con siete llaves.
Otro caso: el superministro de Economía del citado ex, en
su momento, se jactaba de ser el único que tenía toda
la información. ¿Con qué información
tomaba sus decisiones el resto de la sociedad, empresas, trabajadores,
consumidores? Unos informados y otros desinformados. La información
asimétrica puede utilizarse para explotar a la otra parte
de un contrato. Una empresa tiene más medios para conocer
su propia demanda que los trabajadores que emplea,y cuanto más
grande la empresa, tanto mayores sus recursos para llevar un análisis
de mercado permanente. La expectativa de una demanda creciente va
asociada con más empleo de personal y mayor erogación
salarial, y viceversa. De igual modo que un político puede
incrementar su caudal de votantes prometiendo medidas que en su
fuero íntimo sabe que no podrá, no sabrá o
no querrá cumplir, una empresa o grupo de empresas podrían
obtener una ventaja, al negociar salarios más bajos, luego
de pronosticar una reducción de la demanda, fuese ello cierto
o no. En estos días una entidad que nuclea a grandes empresas
publicó una encuesta donde el 40 por ciento pronostica caída
de la demanda y el resto no prevé un aumento. Si la información
es adrede sesgada, el contrato laboral basado sobre tal información,
desde luego, nunca será el óptimo, ni el mercado un
instrumento eficiente.
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