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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
30 JULIO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Vivir de arriba

Señora! ¿me da limones?... ¿me da quinotos?”. El limonero fue plantado por mi padre hace más de cuatro décadas; el quinoto ya no está. Ninguna de las personas que pasa y pide, todos vecinos, ha plantado un árbol en su casa. Parece que la gracia estaba, más que en la cosa pedida, en obtenerla gratis. ¿Vale el dato como muestra? Si vale, nos rige una suerte de principio hedónico: “en la producción, consumo, distribución y circulación de la riqueza, los hombres actúan exclusivamente por el deseo de obtener la máxima satisfacción de sus necesidades que las circunstancias permiten, con el menor sacrificio individual posible” (Pantaleoni). Sólo que en nuestra versión, el mínimo se lleva a cero: obtener satisfacción sin pagar nada por ello, obtener dinero sin entregar ningún trabajo a cambio. Es el país de los vivos, donde vivo es aquel que vive del tonto y tonto, el que vive de su trabajo. También el país de los ñoquis, o de quienes obtienen dinero sin dar trabajo a cambio. El país de los colados, que quieren ir a la cancha sin pagar entrada o viajar en tren sin sacar boleto. En mi vida universitaria me he cansado de ver profesores titulares que no dan clase y ganan su sueldo con el trabajo de sus adjuntos, o investigadores que pregonan la gratuidad de la enseñanza mientras embolsan sumas suculentas por estudios que jamás se ven. Nuestro sueño es viajar mucho sin pagar boleto. En la calle, todos pedimos que haya policías cerca para que nos protejan de atracos. Para nuestros hijos, que son el futuro del país, todos queremos que se les imparta educación primaria, secundaria y universitaria gratuita y de excelencia. En el hospital público los pacientes declaran no tener obra social ni medios. El problema lo tiene el Estado, al asumir el papel de proveedor de bienes públicos y, al pedir que alguien pague, todos miran a otro lado. Es el problema del pasajero sin boleto, que planteó Knut Wicksell hace un siglo en Investigaciones teóricas sobre finanzas públicas (1896). Nuestra índole demostró ser degradante de la calidad de los bienes públicos provistos por el Estado. La transferencia de éstos al mercado –concretamente los servicios de seguridad, educación, salud, transporte aéreo y terrestre, electricidad y comunicaciones– no mostró ser mejor, al sujetar a los demandantes a condiciones abusivas y excluyentes. La solución ¿no estará en cambiar nuestra índole?

El pueblo quiere saber

Nos manejamos con presupuestos a todas luces falsos: que las leyes son conocidas por todos, que los actos de gobierno son transparentes, que la información, en fin, es simétrica para todos. Baste recordar que no hace mucho un ex presidente confesaba haber mentido en la campaña preelectoral que le llevó al poder, pues en caso de haber sido veraz no habría sido votado. Vale decir, que la decisión de los votantes se fundó en información incompleta, y en caso de haber tenido información cabal acaso la decisión habría sido otra. En EE.UU., que solemos tomar como modelo, Nixon fue renunciado por mentir, no por espiar al adversario. Aquí nadie propuso enjuiciar al referido ex para que resignase su cargo. Que ello no haya ocurrido revela nuestra tolerancia a la reticencia, a la semiverdad, o directamente a la mentira. Otro caso: la cúpula cegetista aceptó que todo aumento salarial se fundase en mejoras de productividad, cuando todos saben que la información sobre ello, contenida en los libros de las empresas, es un secreto cerrado con siete llaves. Otro caso: el superministro de Economía del citado ex, en su momento, se jactaba de ser el único que tenía toda la información. ¿Con qué información tomaba sus decisiones el resto de la sociedad, empresas, trabajadores, consumidores? Unos informados y otros desinformados. La información asimétrica puede utilizarse para explotar a la otra parte de un contrato. Una empresa tiene más medios para conocer su propia demanda que los trabajadores que emplea,y cuanto más grande la empresa, tanto mayores sus recursos para llevar un análisis de mercado permanente. La expectativa de una demanda creciente va asociada con más empleo de personal y mayor erogación salarial, y viceversa. De igual modo que un político puede incrementar su caudal de votantes prometiendo medidas que en su fuero íntimo sabe que no podrá, no sabrá o no querrá cumplir, una empresa o grupo de empresas podrían obtener una ventaja, al negociar salarios más bajos, luego de pronosticar una reducción de la demanda, fuese ello cierto o no. En estos días una entidad que nuclea a grandes empresas publicó una encuesta donde el 40 por ciento pronostica caída de la demanda y el resto no prevé un aumento. Si la información es adrede sesgada, el contrato laboral basado sobre tal información, desde luego, nunca será el óptimo, ni el mercado un instrumento eficiente.