Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
24 SEPTIEMBRE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Swan

La escuela económica australiana es relativamente joven, por lo que el puñado de economistas que alcanzó notoriedad internacional todavía viven: Arndt (n. 1915), Kemp (n. 1926), Corden (n. 1927), Salter (1929-63), Harcourt (n. 1931) y Turnovsky (n. 1941). Del grupo, Arndt y Corden nacieron en Alemania y Turnovsky en Nueva Zelanda. Entre ellos sobresale Trevor Winchester Swan (1918-89), nacido en Sydney y graduado en la Universidad de Sydney con honores y premio universitario. Fue docente adjunto en la misma universidad en 1940-41. En 1942 ingresó a la administración pública como economista, en el Departamento de Organización Bélica de la Industria, consejero económico (1943-45); y luego ocupó diversos altos cargos, hasta dejar esas tareas en 1950, en que fue profesor fundador de Economía en la nueva Escuela de Investigación de las Ciencias Sociales en Canberra. En esta tarea docente también fue consejero de los gobiernos de Australia y otros, y miembro del Consejo del Banco de Reserva, entre 1976 y 1985. En sus aportes a la ciencia económica está en primer lugar su artículo “Crecimiento económico y acumulación de capital” (Economic Record, 1956). El de Solow apareció en febrero de 1956 y el de Swan en noviembre de ese año, por lo que, aunque se trata en esencia de la misma construcción y se publicaron ambos con independencia uno del otro, se menciona al modelo como el de Solow-Swan. El modelo de Solow, en determinado aspecto, no es sino la versión neoclásica (es decir, permitiendo la sustitución perfecta entre factores productivos) del modelo Harrod-Domar, y en igual sentido se orientó Swan, aunque su tratamiento de los rendimientos a escala no fue tan lograda como la de Solow. Estos trabajos teóricos no hicieron sino confirmar leyes de sentido común, como la implícita en el dicho “no hay pan sin afán”, que puede traducirse como que no puede acumularse capital sin el correspondiente respaldo de ahorro, es decir, de sacrificio del consumo. En efecto: “¿Cuál es la máxima tasa de crecimiento del trabajo compatible con el mantenimiento de un determinado nivel de producción per cápita? La respuesta (suponiendo ausencia de progreso tecnológico) es que para cualquiera de tales niveles –es decir, para cualquier nivel dado del coeficiente de producto/capital– la tasa máxima de crecimiento es directamente proporcional al coeficiente de ahorro”.

Solow

La mayoría de los economistas parecen desayunarse con limón y vinagre. Robert Solow es una excepción. Como es una celebridad, innumerables desconocidos se le acercan, y siempre exhibe una sonrisa cálida, como un padre que contempla la felicidad de sus hijos. Su presencia nos honró el año pasado, cuando la UBA abrió sus aulas para el congreso de la Asociación Internacional de Economía. Este neoyorquino de Brooklyn, de 76 años, cumple su medio siglo de ingreso al célebre M.I.T. como profesor adjunto de Estadística. Formado en Harvard, se doctoró en 1951 con una tesis sobre procesos estocásticos como causa de la desigual distribución de ingresos. En 1956 publicó el artículo “Una contribución a la teoría del crecimiento económico”, que en poco tiempo revolucionaría la teoría del crecimiento económico. Los precursores históricos de esta teoría habían sido los economistas clásicos (Smith, Ricardo, Marx), Cassel (1918), Ramsey (1927) y Von Neumann (1937). Pero la historia moderna comienza con Harrod (1939) y Domar (1946). Estos últimos completaron el modelo keynesiano, incluyendo en él la capacidad productiva del equipo de capital: la inversión, como producción de capital nuevo, no sólo representaba mayor actividad y empleo (efecto multiplicador) sino también expansión del potencial productivo (efecto capacidad). Se trataba de hallar a qué tasa debía crecer el sistema y a la vez mantener el pleno empleo, dada la expansión de capacidad y cierto crecimiento demográfico. La solución de Harrod-Domar era como caminar sobre un alambre: al menor paso en falso, el sistema entraba en desequilibrios crecientes. Este resultado indeseable, conocido como “el filo de la navaja”, era resultado de sujetar el sistema a una tecnología (o relación capital/producto) rígida. Si, en cambio, se permitía una sustitución suave del capital por trabajo, o viceversa, podía superarse la inestabilidad del modelo de Harrod-Domar, en el sentido de pasar bruscamente de un sobreempleo al desempleo, y viceversa. El modelo de Solow generó numerosos aportes, al punto que es la cabeza de la teoría del crecimiento, en tanto el modelo Harrod-Domar quedó como un prólogo no del todo exitoso. Ese artículo y otros no sólo le valieron a Solow ser designado en 1957 profesor de economía en el M.I.T., al lado de P.A. Samuelson, W.W. Rostow y C.P. Kindleberger, sino el Premio Nobel en 1987.