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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
1 OCTUBRE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Cambiando de vida

El salario del trabajo en distintos empleos varía según la probabilidad de éxito de ellos. La probabilidad de que una persona determinada consiga o no calificarse para ejercer la profesión que está aprendiendo es muy distinta en las diferentes profesiones. El éxito es casi seguro en la mayor parte de los oficios mecánicos, pero es muy inseguro en profesiones liberales. Coloque usted a su hijo de aprendiz con un zapatero y existe poca duda de que aprenderá a fabricar un par de zapatos; pero envíelo a estudiar leyes y la probabilidad de que llegue a una capacitación que le permita ganarse la vida con esa actividad es, por lo menos, de veinte a uno. En una profesión en la que por cada uno que triunfa fracasan veinte, ese uno debería ganar todo lo que les habría correspondido a los veinte que fracasan. El éxito universal de la lotería puede hacernos ver que se tiende a sobreestimar la probabilidad de ganancia” (Adam Smith). Elegir oficio es demandar un bien: supone comparar la utilidad que añade obtener un bien, con el precio que se paga: si un bien me añade mucha utilidad, no implica que demandaré mucho de él; todo depende del precio que deba pagar. Elegir oficio es demandar ingreso futuro y se compara con el riesgo de fracasar en obtener tal ingreso. Pero hay distintos ingresos y riesgos. Elegir el oficio de ladrón, tan común hoy, indica que hay una subestimación de la probabilidad de ser aprehendido. Que haya pocos ladrones de guante blanco presos y sólo ladrones de gallinas indica que la ganancia de los segundos fue tan pequeña como para no permitir una coima apetecible a los captores. Algunos ingresos son mucho más altos que los garantidos por contrato, como los de acomodadores o mozos. La fuerte competencia por tales cargos sugiere la magnitud de los ingresos “adicionales” esperados. También la competencia por cargos públicos genera feroces contiendas. ¿Por la expectativa de suculentos ingresos “adicionales”? Los festejos jubilosos que todo el país vio atónito por televisión, al enajenarse alguna empresa pública, hacen pensar que en ese momento les cambiaba la vida a unos cuantos. El gobernador de Córdoba, alguna vez, sostuvo que la política en estos tiempos sirve para cambiarles la vida a los políticos. Por otra parte, la inexistencia de condenados indica que la trama de lealtades y silencios baja a casi cero el riesgo de ser descubierto y condenado.

Todo se cotiza

Hace unos 135 años, un escritor más temido que leído tomó por caso de bienes objeto de compraventa un trozo de tela, una Biblia y una dosis de aguardiente: “Para nuestro tejedor, la carrera de su mercancía se cierra con la Biblia, en la cual él ha convertido sus 2 libras esterlinas. Pero el vendedor de Biblias permuta por aguardiente las 2 libras esterlinas obtenidas del tejedor”. Marx no conoció los calefones, pero sin duda habría coincidido con E. S. Discépolo en idear alguna transacción de compraventa entre ellos. Es que en nuestro sistema de mercado, todo se hace con el fin de venderse y por ello cada cosa tiene su cotización en el mercado. ¿La moral? Cuando su cotización es baja, se da por moneditas, como lo señala un ya vetusto tango. ¿La Patria? En tanto ella es el suelo en que se nació, éste puede ser adquirido en cantidades ilimitadas por cualquier residente del exterior, al punto en que lo que llamamos patria podría ser no más que las tierras de Soros o de Bill Gates. ¿Puede esperarse que algún rinconcito de la vida no haya sido invadido por el cálculo económico? Al aceptar el mercado como único espacio donde relacionarse, se ha traspuesto una puerta en que está escrito, como en la puerta del infierno del Dante: “¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!” En efecto, de aspectos de la vida como formar una familia, dice Gary Becker que “ningún aspecto de la vida familiar escapa actualmente a su interpretación con el cálculo de la elección racional”. Es decir, lo que antes se decía “enamorarse” ahora debe entenderse como”la maximización de una función de utilidad”. Tener hijos es producir una mercancía: “Producir y criar niños supone un sustancial compromiso del tiempo de las madres, y a veces también de los parientes femeninos cercanos, debido a que los niños tienden a ser más tiempo-intensivos que otras mercancías, en especial respecto del tiempo materno”. Los niños no sólo son mercancías, sino además instrumentos de producción, según Fred Cottrell, profesor de Derecho Político y Sociología: “En los primeros pasos hacia la industrialización, o en zonas que dependen completamente de vender productos de baja energía para conseguir convertidores de alta energía, puede ser posible criar un niño hasta el momento en que se le puede dar empleo a un costo más bajo que el que supone obtener su equivalente mecánico” (Energy and Society, VII).