Verduras y frutas
Resulta
una comparación odiosa, pero inevitable. A fines de la década
del 80, el Estado salía a recolectar fondos del mercado
financiero local para cubrir el desequilibrio de sus cuentas. Así
se fue estructurando lo que en ese momento se denominó festival
de bonos. Papeles con nombres de antibióticos, como
Tidol, Tacam, Barra, Bagon, que eran incorporados a las carteras
de los bancos devengando una exorbitante tasa de interés.
Como no podía ser de otra manera, las cuentas públicas
quedaron exhaustas, precipitándose una corrida contra un
Estado quebrado que derivó en hiperinflación. En estos
días, José Luis Machinea colocó en la plaza
local Letras del Tesoro a tasas incompatibles con la posibilidad
de recrear condiciones para que la economía pueda crecer.
Y dando señales de que la Argentina está en riesgo
de cesación de pagos, al revelar con esa colocación
que ha disminuido hasta un nivel alarmante el colchón
financiero para hacer frente sin sobresaltos a los vencimientos
de la deuda. Lo que no deja de llamar la atención en el comportamiento
del equipo económico es su incapacidad de aprender de la
propia experiencia.
Salvo que la situación sea desesperante y, por lo tanto,
debería ser otra la reacción del Gobierno ante una
emergencia financiera, la colocación de Letras al 16 por
ciento anual resultó una irresponsabilidad con consecuencias
imprevisibles. Estrategia de financiamiento que recibió críticas
de todo el abanico de economistas, política que el encargado
de esa emisión de deuda, Daniel Marx, justificara con soberbia
tan poco feliz comparando que la suba de la tasa es posible
como el alza de la fruta y la verdura. Como sabe cualquiera
que alguna vez pisó una verdulería, los precios tienen
una evolución estacional y la mayoría compra los productos
de temporada cuando empiezan a descender, no cuando son escasos
y caros.
A un golpe de mercado que ya ha mudado a crisis financiera no se
le responde esquivando culpas. Marx debería asumir con humildad
que ha tenido una pésima percepción de la evolución
del mercado, dejando a la economía con una vulnerabilidad
alarmante frente a la voracidad de los bancos. Argentina está
pagando tasas altísimas y al borde de la cesación
de pagos por no haber adelantado financiamiento en los meses previos
a la espera de un mercado más favorable, especulación
que fue errada.
Pensar, además, que con una seguidilla de anuncios de planes
de inversión pactados con privatizadas, atados a aumentos
de tarifas, podrán frenar la corrida desatada contra los
activos de riesgo argentinos es de una ingenuidad sorprendente.
No asumir que los analistas de Wall Street, con su elevada cuota
de ignorancia, han bajado el pulgar a Argentina resulta una negación
peligrosa. La única forma que tiene Machinea para poder mantenerse
al frente del Palacio de Hacienda sin profundizar la recesión
es con un contraataque fulminante. Y lo único que tiene a
mano es conseguir un crédito contingente del FMI, bancos
y del Tesoro de Estados Unidos por 15 mil millones de dólares
para tranquilizar a las fieras.
De todos modos, ese préstamo no sería suficiente si
persiste la debilidad por el lado político. Ya no es Machinea
el escollo, sino la falta de liderazgo político. Y las críticas
apuntan entonces a Fernando de la Rúa. En ese contexto de
desconfianza creciente, con el mercado financiero internacional
cerrado, los márgenes de acción se angostan. El actual
escenario es de una situación fiscal relativamente controlada,
un sector externo comercial desahogado y reservas internacionales
abundantes. Pero la clave pasa hoy por frenar la ola de sospechas
sobre la economía argentina para poder abrir el mercado voluntario
de crédito internacional y negociar con el Fondo Monetario
el relajamiento de las metas fiscales para poder expandir la economía.
El nuevo paquete de medidas es un tributo más al mercado.
¿Será suficiente?
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