¿Y dónde está el proyecto?
El país tuvo un proyecto exitoso de inserción internacional.
Fue diseñado y ejecutado con obstinación a partir
de Caseros, en 1852, más allá de las rivalidades entre
los sucesivos caudillos y partidos que lo gobernaron. Hizo crisis
en 1929 y la Gran Depresión y la Guerra Mundial crearon condiciones
de escasez de manufacturas importadas, que alentaron su reemplazo
por manufacturas locales, con la consiguiente expansión de
una burguesía industrial vernácula, un proletariado
urbano y una clase media de profesionales liberales. La industria,
sin embargo, nunca tuvo sustento en la industria pesada y, en forma
creciente, pasó a depender de distintas formas de protección
oficial. Eliminada ésta, con la historia del libre intercambio
y la globalización, los industriales rápidamente
vendieron sus activos, las filiales de multinacionales se mudaron
a Brasil y las plantas fueron cayendo una a una como fichas de dominó.
Paradójicamente, cuando más necesario era exportar,
más se apoyaron actividades no exportadoras, como servicios
y ciertas industrias: construcción de lujo, transportes,
comunicaciones y otras. El modelo vigente ha fracasado, no por gestión
inhábil ni por no haberse desarrollado todas sus posibilidades,
sino por carecer de solución: inhibe la exportación
y obliga a un creciente endeudamiento externo, que a su vez no podrá
afrontarse sino con más endeudamiento; por otro lado, no
puede evitar niveles excesivos de interés, incompatibles
con la expansión productiva. Hoy el país acepta resignado
gastar ingentes masas de divisas en importar copiosas cantidades
de bienes de consumo que, ayer no más, producía su
propia industria y daba empleo a connacionales. Hoy el país
no sirve ni como colonia a potencias extranjeras, ni posee capacidad
de decisión para fijar un rumbo distinto al que le impone
la economía global. Sus grandes problemas desempleo,
deuda externa, convertibilidad traban toda iniciativa e insumen
recursos que, invertidos adecuadamente, podrían mejorar de
modo sustantivo la salud, educación, pobreza, ciencia y técnica.
Pero no se ve el modo de cambiar su status sin generar escenarios
peores. Entre tanto, el Norte manda y nos fija el proyecto nacional
que le conviene. La clase política deberá allanarse
a encabezar una gran convocatoria, que fije otro rumbo, o arriesgarse
a perder su cabeza por falta de uso.
Seguridad
social
En
la actual discusión del régimen de seguridad social,
recordamos a un pionero, el ingeniero Torcuato Di Tella (1894-1948),
precursor de la teoría del capital humano, a la que arribó
tras larga experiencia industrial. Le preocupaba que el capital
humano industrial no se dañase en la producción, fuera
atendido en caso de mal funcionamiento, o no se atrofiase por falta
de uso. En Dos temas de legislación del trabajo. (Proyectos
de ley de seguro social obrero y asignaciones familiares), elaboró
un plan de seguridad social obrera, que la UIA, en el Día
de la Industria del 2 de setiembre de 1941, hizo suyo y elevó
a la Cámara de Senadores de la Nación. La OIT, en
cuyas conferencias de 1937 y 1939 participó Di Tella integrando
la delegación patronal argentina, publicó el plan
en Revista Internacional del Trabajo (marzo 1942), que mereció
el elogio de José González Galé. Su proyecto
fue, pues, anterior al Plan Beveridge, de noviembre de 1942. Di
Tella visitó los EE.UU. para estudiar procedimientos que
luego aplicaría en la Argentina. También viajó
a Rusia para conocer su industria. Participó en el diseño
e invención de numerosos aparatos, como el que dio nombre
a su empresa (Sociedad Industrial Amasadora Mecánica, SIAM).
En diciembre de 1941 se postuló en la Facultad de Ciencias
Económicas de la UBA para el cargo de profesor adjunto de
Economía y Organización Industrial, cuyo titular era
el ingeniero Ricardo J. Gutiérrez. Designado en 1944, ocupó
el cargo cuatro ciclos lectivos hasta 1947. ¿Qué
haremos con esta industria argentina después de la guerra?
preguntaba en 1943, en Problemas de la posguerra. Función
económica y destino social de la industria argentina. Pedía
la adecuada valorización del capital humano,
que incluía a dirigentes, técnicos y obreros, y que
consideraba de más difícil adquisición que
el capital físico: Un equipo de dirigentes industriales
no se forma con la misma rapidez con que se compra un equipo de
máquinas o se levantan edificios... La obra de formar profesionalmente
a los hombres que deben mover esas máquinas es lenta y no
se improvisa. En la industrialización cualquier
atraso difícilmente se recupera, y se debía
perfeccionar el utilaje de las empresas y elevar la capacidad
técnica y profesional de todos los agentes encargados de
hacerlas funcionar. Pedía apoyar a las escuelas industriales
y de artes y oficios.
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