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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
10 DICIEMBRE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


¿Y dónde está el proyecto?

El país tuvo un proyecto exitoso de inserción internacional. Fue diseñado y ejecutado con obstinación a partir de Caseros, en 1852, más allá de las rivalidades entre los sucesivos caudillos y partidos que lo gobernaron. Hizo crisis en 1929 y la Gran Depresión y la Guerra Mundial crearon condiciones de escasez de manufacturas importadas, que alentaron su reemplazo por manufacturas locales, con la consiguiente expansión de una burguesía industrial vernácula, un proletariado urbano y una clase media de profesionales liberales. La industria, sin embargo, nunca tuvo sustento en la industria pesada y, en forma creciente, pasó a depender de distintas formas de protección oficial. Eliminada ésta, con la historia del libre intercambio y la globalización, los “industriales” rápidamente vendieron sus activos, las filiales de multinacionales se mudaron a Brasil y las plantas fueron cayendo una a una como fichas de dominó. Paradójicamente, cuando más necesario era exportar, más se apoyaron actividades no exportadoras, como servicios y ciertas industrias: construcción de lujo, transportes, comunicaciones y otras. El modelo vigente ha fracasado, no por gestión inhábil ni por no haberse desarrollado todas sus posibilidades, sino por carecer de solución: inhibe la exportación y obliga a un creciente endeudamiento externo, que a su vez no podrá afrontarse sino con más endeudamiento; por otro lado, no puede evitar niveles excesivos de interés, incompatibles con la expansión productiva. Hoy el país acepta resignado gastar ingentes masas de divisas en importar copiosas cantidades de bienes de consumo que, ayer no más, producía su propia industria y daba empleo a connacionales. Hoy el país no sirve ni como colonia a potencias extranjeras, ni posee capacidad de decisión para fijar un rumbo distinto al que le impone la economía global. Sus grandes problemas –desempleo, deuda externa, convertibilidad– traban toda iniciativa e insumen recursos que, invertidos adecuadamente, podrían mejorar de modo sustantivo la salud, educación, pobreza, ciencia y técnica. Pero no se ve el modo de cambiar su status sin generar escenarios peores. Entre tanto, el Norte manda y nos fija el proyecto nacional que le conviene. La clase política deberá allanarse a encabezar una gran convocatoria, que fije otro rumbo, o arriesgarse a perder su cabeza por falta de uso.

Seguridad social

En la actual discusión del régimen de seguridad social, recordamos a un pionero, el ingeniero Torcuato Di Tella (1894-1948), precursor de la teoría del capital humano, a la que arribó tras larga experiencia industrial. Le preocupaba que el capital humano industrial no se dañase en la producción, fuera atendido en caso de mal funcionamiento, o no se atrofiase por falta de uso. En Dos temas de legislación del trabajo. (Proyectos de ley de seguro social obrero y asignaciones familiares), elaboró un plan de seguridad social obrera, que la UIA, en el Día de la Industria del 2 de setiembre de 1941, hizo suyo y elevó a la Cámara de Senadores de la Nación. La OIT, en cuyas conferencias de 1937 y 1939 participó Di Tella integrando la delegación patronal argentina, publicó el plan en Revista Internacional del Trabajo (marzo 1942), que mereció el elogio de José González Galé. Su proyecto fue, pues, anterior al Plan Beveridge, de noviembre de 1942. Di Tella visitó los EE.UU. para estudiar procedimientos que luego aplicaría en la Argentina. También viajó a Rusia para conocer su industria. Participó en el diseño e invención de numerosos aparatos, como el que dio nombre a su empresa (Sociedad Industrial Amasadora Mecánica, SIAM). En diciembre de 1941 se postuló en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA para el cargo de profesor adjunto de Economía y Organización Industrial, cuyo titular era el ingeniero Ricardo J. Gutiérrez. Designado en 1944, ocupó el cargo cuatro ciclos lectivos hasta 1947. “¿Qué haremos con esta industria argentina después de la guerra?” preguntaba en 1943, en Problemas de la posguerra. Función económica y destino social de la industria argentina. Pedía la “adecuada valorización del capital humano”, que incluía a dirigentes, técnicos y obreros, y que consideraba de más difícil adquisición que el capital físico: “Un equipo de dirigentes industriales no se forma con la misma rapidez con que se compra un equipo de máquinas o se levantan edificios... La obra de formar profesionalmente a los hombres que deben mover esas máquinas es lenta y no se improvisa”. En la industrialización “cualquier atraso difícilmente se recupera”, y se debía “perfeccionar el utilaje de las empresas y elevar la capacidad técnica y profesional de todos los agentes encargados de hacerlas funcionar”. Pedía apoyar a las escuelas industriales y de artes y oficios.