La falacia del riesgo país
Por
federico poli y miguel peirano
La
teoría del riesgo país, entendida como la idea de
centrar fundamentalmente todos los esfuerzos de política
económica en crear confianza externa para mejorar la cotización
de los títulos de deuda pública y así producir
un círculo virtuoso de baja de la tasa de interés
local y aumento de la demanda agregada, se ha demostrado rápida
y contundentemente fallida. Pocas veces la realidad ha sido tan
demostrativa del equívoco de una teoría en una ciencia
social. Ya el piloto automático había quedado sepultado
tras la profunda recesión argentina (profundizada por la
inacción y la reforma impositiva de la anterior gestión
económica). Mientras, el mundo entero crecía a tasas
significativas, olvidando las crisis de Asia y de Rusia.
Ahora se pretende responsabilizar al ruido político
del pobre desempeño económico. Pareciera desconocerse
que sucesos políticos relevantes existen siempre en todo
el mundo y las economías sanas siguen su curso.
Estados Unidos vivió un affaire y supuestas mentiras de su
presidente que pusieron en riesgo su continuidad por meses, luego
existió una indefinición electoral que tuvo que ser
resuelta por la Corte Suprema y ha tenido en su historia, y en los
últimos años, todo tipo de escándalos y denuncias.
Brasil ha tenido un presidente vinculado a la corrupción
sistemática, con familiares inculpados y relacionados con
muertes; ministros también ligados a ilícitos y un
presidente como Cardoso que cuando logró reencaminar la economía
tenía bajísimos niveles de popularidad. Pero así
y todo, cuando los fundamentos lo justificaron la economía
creció vertiginosamente. Chile ha tenido un duro conflicto
social y político que duró meses y que culminó
con el procesamiento del dictador Pinochet. España, banqueros
vinculados con el poder presos, dirigentes políticos acusados
de represión ilegal y, ya más atrás en el tiempo,
intentos de alterar el orden constitucional. Italia ha visto caer
gobiernos y gran parte de la clase política sospechada de
corrupción.
Así se puede extender el análisis a todos los países
y momentos históricos. Incluso puede decirse que la Argentina
de los últimos años ha sido muy estable en términos
políticos. Es evidente que la crisis económica que
vivimos no es responsabilidad de las declaraciones de Eduardo Duhalde
y Raúl Alfonsín sobre la deuda externa ni a la renuncia
a la vicepresidencia de Carlos Alvarez o a la investigación
de la diputada Elisa Carrió.
Obviamente, todos los factores inciden en la evolución económica
pero no en forma determinante, menos aún pueden ser señalados
como causantes de la crisis. Además, debe remarcarse que
el ruido político no debe asignarse a quien exterioriza
irregularidades sino a quien las genera.
Argentina tiene un problema económico sustentado en políticas
que han fracasado y que deben dar paso a una reorientación
de las medidas aplicadas. Es la economía la que no funciona,
no podemos sobrevivir dependiendo de la confianza existente en el
exterior para prestarnos fondos a tasas elevadísimas. Existen
problemas de rentabilidad que exceden al propio sector productivo,
ausencia de competitividad para exportar bienes con alto valor agregado
y debilidad de la demanda interna. Es hora de debatir cómo
encaminar el crecimiento. Casi 30 días duró superficialidad
del blindaje y el inducido optimismo de la recuperación del
euro, los commodities y la baja de tasas de interés.
El estancamiento afecta tanto a la gente como a los políticos
que terminarán siendo víctimas de las víctimas
del modelo.
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