Islas y gondoleros
Ya lo dijo Platón y lo confirmó Smith: el pasar de
una esfera a otra, o de una etapa a otra, del proceso económico,
puede significar desperdicio de recursos, pero no es irremediable.
El primero indicó la pérdida de tiempo que sufre el
productor esperando al comprador, lo que se remedia convirtiendo
el trueque en compraventa. El segundo apuntó al tiempo que
pierde un trabajador al cambiar de una tarea a otra en el mismo
proceso, lo que se evita poniendo un trabajador para cada tarea
distinta. Aquí esas ideas no sirvieron de nada. Ejemplo 1:
si en lugar de tener sus libros a la vista, usted decide apilarlos
en un depósito alejado, y tener un empleado que se los busque
cuando quiere leer, ¿cuánto le cuesta?, ¿el
servicio es mejor? En ninguna universidad del mundo las bibliotecas
funcionan así. En la Argentina, sí. Ejemplo 2: es
fácil llegar a un aeropuerto argentino. Salir es cosa de
Dios. Usted no arribó a Ezeiza o Aeroparque, sino a una isla
en un archipiélago. Como en Venecia, si usted quiere cruzar
la calle, o pasar a la otra isla, necesita un gondolero. Sólo
que aquí, entre isla e isla, como los dioses de Epicuro,
pululan una suerte de cocodrilos famélicos, que con suerte
le permitirán caminar encima de ellos, y sin ella prepárese
para ser devorado. Tales criaturas se evaporarían en el aire
si desaparece de pronto el hábitat que los nutre. Si usted
llega al aeropuerto de Frankfurt, por caso, un lugar techado y climatizado,
sin poner un pie fuera del aeropuerto ni caminar más de una
cuadra, puede viajar de ahí en un magnífico y democrático
tren, a la ciudad más próxima o al sitio más
alejado del país, sólo con comprar el boleto, sin
tener que negociar con nadie ni aventurarse en manos de un desconocido.
Aquí es todo lo contrario, gracias a nuestros gobernantes
de los siglos 19 y 20, que con las obras públicas llenaron
sus bolsillos, pero jamás se les ocurrió coordinarlas.
Lo único que pedían era que el extranjero trajera
plata. Y el extranjero también buscó lucrar, y optó
por estrategias de competencia imperfecta, creando líneas
férreas no intercambiables. Hoy todo eso sigue igual. Los
trenes de una línea no pueden caminar por las otras, ni los
trenes por las de subterráneos. Todas las trochas (ancho
de vía) y sistemas de alimentación eléctrica
son distintos. Aeroparque, a pocas cuadras de Plaza Italia, no está
comunicado por subterráneo o tren con ella. El viajero debe
recurrir a las criaturas de los intersticios, que en algunos casos
son ingenieros, que estarían mucho mejor aprovechados resolviendo
el rompecabezas del transporte.Ya lo dijo Platón y lo confirmó
Smith: el pasar de una esfera a otra, o de una etapa a otra, del
proceso económico, puede significar desperdicio de recursos,
pero no es irremediable. El primero indicó la pérdida
de tiempo que sufre el productor esperando al comprador, lo que
se remedia convirtiendo el trueque en compraventa. El segundo apuntó
al tiempo que pierde un trabajador al cambiar de una tarea a otra
en el mismo proceso, lo que se evita poniendo un trabajador para
cada tarea distinta. Aquí esas ideas no sirvieron de nada.
Ejemplo 1: si en lugar de tener sus libros a la vista, usted decide
apilarlos en un depósito alejado, y tener un empleado que
se los busque cuando quiere leer, ¿cuánto le cuesta?,
¿el servicio es mejor? En ninguna universidad del mundo las
bibliotecas funcionan así. En la Argentina, sí. Ejemplo
2: es fácil llegar a un aeropuerto argentino. Salir es cosa
de Dios. Usted no arribó a Ezeiza o Aeroparque, sino a una
isla en un archipiélago. Como en Venecia, si usted quiere
cruzar la calle, o pasar a la otra isla, necesita un gondolero.
Sólo que aquí, entre isla e isla, como los dioses
de Epicuro, pululan una suerte de cocodrilos famélicos, que
con suerte le permitirán caminar encima de ellos, y sin ella
prepárese para ser devorado. Tales criaturas se evaporarían
en el aire si desaparece de pronto el hábitat que los nutre.
Si usted llega al aeropuerto de Frankfurt, por caso, un lugar techado
y climatizado, sin poner un pie fuera del aeropuerto ni caminar
más de una cuadra, puede viajar de ahí en un magnífico
y democrático tren, a la ciudad más próxima
o al sitio más alejado del país, sólo con comprar
el boleto, sin tener que negociar con nadie ni aventurarse en manos
de un desconocido. Aquí es todo lo contrario, gracias a nuestros
gobernantes de los siglos 19 y 20, que con las obras públicas
llenaron sus bolsillos, pero jamás se les ocurrió
coordinarlas. Lo único que pedían era que el extranjero
trajera plata. Y el extranjero también buscó lucrar,
y optó por estrategias de competencia imperfecta, creando
líneas férreas no intercambiables. Hoy todo eso sigue
igual. Los trenes de una línea no pueden caminar por las
otras, ni los trenes por las de subterráneos. Todas las trochas
(ancho de vía) y sistemas de alimentación eléctrica
son distintos. Aeroparque, a pocas cuadras de Plaza Italia, no está
comunicado por subterráneo o tren con ella. El viajero debe
recurrir a las criaturas de los intersticios, que en algunos casos
son ingenieros, que estarían mucho mejor aprovechados resolviendo
el rompecabezas del transporte.Ya lo dijo Platón y lo confirmó
Smith: el pasar de una esfera a otra, o de una etapa a otra, del
proceso económico, puede significar desperdicio de recursos,
pero no es irremediable. El primero indicó la pérdida
de tiempo que sufre el productor esperando al comprador, lo que
se remedia convirtiendo el trueque en compraventa. El segundo apuntó
al tiempo que pierde un trabajador al cambiar de una tarea a otra
en el mismo proceso, lo que se evita poniendo un trabajador para
cada tarea distinta. Aquí esas ideas no sirvieron de nada.
Ejemplo 1: si en lugar de tener sus libros a la vista, usted decide
apilarlos en un depósito alejado, y tener un empleado que
se los busque cuando quiere leer, ¿cuánto le cuesta?,
¿el servicio es mejor? En ninguna universidad del mundo las
bibliotecas funcionan así. En la Argentina, sí. Ejemplo
2: es fácil llegar a un aeropuerto argentino. Salir es cosa
de Dios. Usted no arribó a Ezeiza o Aeroparque, sino a una
isla en un archipiélago. Como en Venecia, si usted quiere
cruzar la calle, o pasar a la otra isla, necesita un gondolero.
Sólo que aquí, entre isla e isla, como los dioses
de Epicuro, pululan una suerte de cocodrilos famélicos, que
con suerte le permitirán caminar encima de ellos, y sin ella
prepárese para ser devorado. Tales criaturas se evaporarían
en el aire si desaparece de pronto el hábitat que los nutre.
Si usted llega al aeropuerto de Frankfurt, por caso, un lugar techado
y climatizado, sin poner un pie fuera del aeropuerto ni caminar
más de una cuadra, puede viajar de ahí en un magnífico
y democrático tren, a la ciudad más próxima
o al sitio más alejado del país, sólo con comprar
el boleto, sin tener que negociar con nadie ni aventurarse en manos
de un desconocido. Aquí es todo lo contrario, gracias a nuestros
gobernantes de los siglos 19 y 20, que con las obras públicas
llenaron sus bolsillos, pero jamás se les ocurrió
coordinarlas. Lo único que pedían era que el extranjero
trajera plata. Y el extranjero también buscó lucrar,
y optó por estrategias de competencia imperfecta, creando
líneas férreas no intercambiables. Hoy todo eso sigue
igual. Los trenes de una línea no pueden caminar por las
otras, ni los trenes por las de subterráneos. Todas las trochas
(ancho de vía) y sistemas de alimentación eléctrica
son distintos. Aeroparque, a pocas cuadras de Plaza Italia, no está
comunicado por subterráneo o tren con ella. El viajero debe
recurrir a las criaturas de los intersticios, que en algunos casos
son ingenieros, que estarían mucho mejor aprovechados resolviendo
el rompecabezas del transporte.
La
materia más difícil
Quien
opine sobre el rumbo de la ciencia en general es Aristóteles
o un caradura. Y Aristóteles ya no está. Uno puede
hablar con mediana propiedad de lo que conoce, en este caso, de
economía. Y aun así, debe ser humilde, pues nadie
abarca hoy siquiera lo hecho en el siglo 20. Podemos ver casos,
sacar alguna conclusión, y pensar que en otras disciplinas
las cosas pasan de un modo análogo. En Europa, por caso,
existió la revista Archivo de Ciencia Social y Ciencia Política,
dirigida desde 1904 por Werner Sombart, Max Weber y Edgar Jaffe,
y desde 1922 por Emil Lederar, Joseph Schumpeter y Alfred Weber.
Allí se publicaron estudios célebres: La ética
protestante y el espíritu del capitalismo (1905) de
Max Weber, Valor y precios en el sistema de Marx (1906-7)
de Bortkiewick. Cuando el régimen nazi cerró la revista
(1933), ella había alcanzado tal calidad y reputación
como nunca más pudo alcanzar una revista alemana. Al mismo
tiempo, una ley del 7 de abril de 1933 provocó el despido
o renuncia de profesores de las universidades alemanas. Otro tanto
ocurrió en Austria tras su anexión en 1938. Dicha
revista fue continuada en Estados Unidos por el mismo Lederer, en
la Nueva Escuela de Investigación Social, con el nombre Investigación
Social. Entre los profesores emigrantes que aún viven, hay
nombresconocidos, que hicieron grandes aportes a la ciencia internacional,
como Hans Singer, Paul Streeten, Henry Spiegel, Richard Musgrave
y Wolfgang Stolper. Sólo con mencionarlos nos pasa por la
mente la idea de riqueza, pero no aquella constituida por metal
amarillo, sino una de materia mucho más difícil de
producir, y en ciertos casos, no reproducible, la materia gris.
Hoy se investiga en foros internacionales cómo aquella emigración
enriqueció la ciencia de los países huéspedes,
particularmente los Estados Unidos, adonde se dirigieron mayoritariamente,
al tiempo que su salida hizo colapsar la ciencia económica
alemana y la famosa escuela de Viena. Significó un cuantioso
subsidio que los totalitarismos de entonces (Alemania, Italia, URSS)
hicieron, sin proponérselo, a las grandes potencias de Occidente.
Pero el hombre es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra,
y hoy ocurre algo semejante entre nosotros. Los políticos
que llegan al poder se creen Dios, y por tanto con capacidad de
apretar sin ahorcar. No aprendieron aún que las eminencias
del pensamiento y el arte son flores raras, que sólo se dan
en climas que las favorecen. Y que cuando se aprieta, los primeros
en irse son los mejores.Quien opine sobre el rumbo de la ciencia
en general es Aristóteles o un caradura. Y Aristóteles
ya no está. Uno puede hablar con mediana propiedad de lo
que conoce, en este caso, de economía. Y aun así,
debe ser humilde, pues nadie abarca hoy siquiera lo hecho en el
siglo 20. Podemos ver casos, sacar alguna conclusión, y pensar
que en otras disciplinas las cosas pasan de un modo análogo.
En Europa, por caso, existió la revista Archivo de Ciencia
Social y Ciencia Política, dirigida desde 1904 por Werner
Sombart, Max Weber y Edgar Jaffe, y desde 1922 por Emil Lederar,
Joseph Schumpeter y Alfred Weber. Allí se publicaron estudios
célebres: La ética protestante y el espíritu
del capitalismo (1905) de Max Weber, Valor y precios
en el sistema de Marx (1906-7) de Bortkiewick. Cuando el régimen
nazi cerró la revista (1933), ella había alcanzado
tal calidad y reputación como nunca más pudo alcanzar
una revista alemana. Al mismo tiempo, una ley del 7 de abril de
1933 provocó el despido o renuncia de profesores de las universidades
alemanas. Otro tanto ocurrió en Austria tras su anexión
en 1938. Dicha revista fue continuada en Estados Unidos por el mismo
Lederer, en la Nueva Escuela de Investigación Social, con
el nombre Investigación Social. Entre los profesores emigrantes
que aún viven, hay nombresconocidos, que hicieron grandes
aportes a la ciencia internacional, como Hans Singer, Paul Streeten,
Henry Spiegel, Richard Musgrave y Wolfgang Stolper. Sólo
con mencionarlos nos pasa por la mente la idea de riqueza, pero
no aquella constituida por metal amarillo, sino una de materia mucho
más difícil de producir, y en ciertos casos, no reproducible,
la materia gris. Hoy se investiga en foros internacionales cómo
aquella emigración enriqueció la ciencia de los países
huéspedes, particularmente los Estados Unidos, adonde se
dirigieron mayoritariamente, al tiempo que su salida hizo colapsar
la ciencia económica alemana y la famosa escuela de Viena.
Significó un cuantioso subsidio que los totalitarismos de
entonces (Alemania, Italia, URSS) hicieron, sin proponérselo,
a las grandes potencias de Occidente. Pero el hombre es capaz de
tropezar dos veces con la misma piedra, y hoy ocurre algo semejante
entre nosotros. Los políticos que llegan al poder se creen
Dios, y por tanto con capacidad de apretar sin ahorcar. No aprendieron
aún que las eminencias del pensamiento y el arte son flores
raras, que sólo se dan en climas que las favorecen. Y que
cuando se aprieta, los primeros en irse son los mejores.
|