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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
04 MARZO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Islas y gondoleros

Ya lo dijo Platón y lo confirmó Smith: el pasar de una esfera a otra, o de una etapa a otra, del proceso económico, puede significar desperdicio de recursos, pero no es irremediable. El primero indicó la pérdida de tiempo que sufre el productor esperando al comprador, lo que se remedia convirtiendo el trueque en compraventa. El segundo apuntó al tiempo que pierde un trabajador al cambiar de una tarea a otra en el mismo proceso, lo que se evita poniendo un trabajador para cada tarea distinta. Aquí esas ideas no sirvieron de nada. Ejemplo 1: si en lugar de tener sus libros a la vista, usted decide apilarlos en un depósito alejado, y tener un empleado que se los busque cuando quiere leer, ¿cuánto le cuesta?, ¿el servicio es mejor? En ninguna universidad del mundo las bibliotecas funcionan así. En la Argentina, sí. Ejemplo 2: es fácil llegar a un aeropuerto argentino. Salir es cosa de Dios. Usted no arribó a Ezeiza o Aeroparque, sino a una isla en un archipiélago. Como en Venecia, si usted quiere cruzar la calle, o pasar a la otra isla, necesita un gondolero. Sólo que aquí, entre isla e isla, como los dioses de Epicuro, pululan una suerte de cocodrilos famélicos, que con suerte le permitirán caminar encima de ellos, y sin ella prepárese para ser devorado. Tales criaturas se evaporarían en el aire si desaparece de pronto el hábitat que los nutre. Si usted llega al aeropuerto de Frankfurt, por caso, un lugar techado y climatizado, sin poner un pie fuera del aeropuerto ni caminar más de una cuadra, puede viajar de ahí en un magnífico y democrático tren, a la ciudad más próxima o al sitio más alejado del país, sólo con comprar el boleto, sin tener que negociar con nadie ni aventurarse en manos de un desconocido. Aquí es todo lo contrario, gracias a nuestros gobernantes de los siglos 19 y 20, que con las obras públicas llenaron sus bolsillos, pero jamás se les ocurrió coordinarlas. Lo único que pedían era que el extranjero trajera plata. Y el extranjero también buscó lucrar, y optó por estrategias de competencia imperfecta, creando líneas férreas no intercambiables. Hoy todo eso sigue igual. Los trenes de una línea no pueden caminar por las otras, ni los trenes por las de subterráneos. Todas las trochas (ancho de vía) y sistemas de alimentación eléctrica son distintos. Aeroparque, a pocas cuadras de Plaza Italia, no está comunicado por subterráneo o tren con ella. El viajero debe recurrir a las criaturas de los intersticios, que en algunos casos son ingenieros, que estarían mucho mejor aprovechados resolviendo el rompecabezas del transporte.Ya lo dijo Platón y lo confirmó Smith: el pasar de una esfera a otra, o de una etapa a otra, del proceso económico, puede significar desperdicio de recursos, pero no es irremediable. El primero indicó la pérdida de tiempo que sufre el productor esperando al comprador, lo que se remedia convirtiendo el trueque en compraventa. El segundo apuntó al tiempo que pierde un trabajador al cambiar de una tarea a otra en el mismo proceso, lo que se evita poniendo un trabajador para cada tarea distinta. Aquí esas ideas no sirvieron de nada. Ejemplo 1: si en lugar de tener sus libros a la vista, usted decide apilarlos en un depósito alejado, y tener un empleado que se los busque cuando quiere leer, ¿cuánto le cuesta?, ¿el servicio es mejor? En ninguna universidad del mundo las bibliotecas funcionan así. En la Argentina, sí. Ejemplo 2: es fácil llegar a un aeropuerto argentino. Salir es cosa de Dios. Usted no arribó a Ezeiza o Aeroparque, sino a una isla en un archipiélago. Como en Venecia, si usted quiere cruzar la calle, o pasar a la otra isla, necesita un gondolero. Sólo que aquí, entre isla e isla, como los dioses de Epicuro, pululan una suerte de cocodrilos famélicos, que con suerte le permitirán caminar encima de ellos, y sin ella prepárese para ser devorado. Tales criaturas se evaporarían en el aire si desaparece de pronto el hábitat que los nutre. Si usted llega al aeropuerto de Frankfurt, por caso, un lugar techado y climatizado, sin poner un pie fuera del aeropuerto ni caminar más de una cuadra, puede viajar de ahí en un magnífico y democrático tren, a la ciudad más próxima o al sitio más alejado del país, sólo con comprar el boleto, sin tener que negociar con nadie ni aventurarse en manos de un desconocido. Aquí es todo lo contrario, gracias a nuestros gobernantes de los siglos 19 y 20, que con las obras públicas llenaron sus bolsillos, pero jamás se les ocurrió coordinarlas. Lo único que pedían era que el extranjero trajera plata. Y el extranjero también buscó lucrar, y optó por estrategias de competencia imperfecta, creando líneas férreas no intercambiables. Hoy todo eso sigue igual. Los trenes de una línea no pueden caminar por las otras, ni los trenes por las de subterráneos. Todas las trochas (ancho de vía) y sistemas de alimentación eléctrica son distintos. Aeroparque, a pocas cuadras de Plaza Italia, no está comunicado por subterráneo o tren con ella. El viajero debe recurrir a las criaturas de los intersticios, que en algunos casos son ingenieros, que estarían mucho mejor aprovechados resolviendo el rompecabezas del transporte.Ya lo dijo Platón y lo confirmó Smith: el pasar de una esfera a otra, o de una etapa a otra, del proceso económico, puede significar desperdicio de recursos, pero no es irremediable. El primero indicó la pérdida de tiempo que sufre el productor esperando al comprador, lo que se remedia convirtiendo el trueque en compraventa. El segundo apuntó al tiempo que pierde un trabajador al cambiar de una tarea a otra en el mismo proceso, lo que se evita poniendo un trabajador para cada tarea distinta. Aquí esas ideas no sirvieron de nada. Ejemplo 1: si en lugar de tener sus libros a la vista, usted decide apilarlos en un depósito alejado, y tener un empleado que se los busque cuando quiere leer, ¿cuánto le cuesta?, ¿el servicio es mejor? En ninguna universidad del mundo las bibliotecas funcionan así. En la Argentina, sí. Ejemplo 2: es fácil llegar a un aeropuerto argentino. Salir es cosa de Dios. Usted no arribó a Ezeiza o Aeroparque, sino a una isla en un archipiélago. Como en Venecia, si usted quiere cruzar la calle, o pasar a la otra isla, necesita un gondolero. Sólo que aquí, entre isla e isla, como los dioses de Epicuro, pululan una suerte de cocodrilos famélicos, que con suerte le permitirán caminar encima de ellos, y sin ella prepárese para ser devorado. Tales criaturas se evaporarían en el aire si desaparece de pronto el hábitat que los nutre. Si usted llega al aeropuerto de Frankfurt, por caso, un lugar techado y climatizado, sin poner un pie fuera del aeropuerto ni caminar más de una cuadra, puede viajar de ahí en un magnífico y democrático tren, a la ciudad más próxima o al sitio más alejado del país, sólo con comprar el boleto, sin tener que negociar con nadie ni aventurarse en manos de un desconocido. Aquí es todo lo contrario, gracias a nuestros gobernantes de los siglos 19 y 20, que con las obras públicas llenaron sus bolsillos, pero jamás se les ocurrió coordinarlas. Lo único que pedían era que el extranjero trajera plata. Y el extranjero también buscó lucrar, y optó por estrategias de competencia imperfecta, creando líneas férreas no intercambiables. Hoy todo eso sigue igual. Los trenes de una línea no pueden caminar por las otras, ni los trenes por las de subterráneos. Todas las trochas (ancho de vía) y sistemas de alimentación eléctrica son distintos. Aeroparque, a pocas cuadras de Plaza Italia, no está comunicado por subterráneo o tren con ella. El viajero debe recurrir a las criaturas de los intersticios, que en algunos casos son ingenieros, que estarían mucho mejor aprovechados resolviendo el rompecabezas del transporte.

La materia más difícil

Quien opine sobre el rumbo de la “ciencia” en general es Aristóteles o un caradura. Y Aristóteles ya no está. Uno puede hablar con mediana propiedad de lo que conoce, en este caso, de economía. Y aun así, debe ser humilde, pues nadie abarca hoy siquiera lo hecho en el siglo 20. Podemos ver casos, sacar alguna conclusión, y pensar que en otras disciplinas las cosas pasan de un modo análogo. En Europa, por caso, existió la revista Archivo de Ciencia Social y Ciencia Política, dirigida desde 1904 por Werner Sombart, Max Weber y Edgar Jaffe, y desde 1922 por Emil Lederar, Joseph Schumpeter y Alfred Weber. Allí se publicaron estudios célebres: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1905) de Max Weber, “Valor y precios en el sistema de Marx” (1906-7) de Bortkiewick. Cuando el régimen nazi cerró la revista (1933), ella había alcanzado tal calidad y reputación como nunca más pudo alcanzar una revista alemana. Al mismo tiempo, una ley del 7 de abril de 1933 provocó el despido o renuncia de profesores de las universidades alemanas. Otro tanto ocurrió en Austria tras su anexión en 1938. Dicha revista fue continuada en Estados Unidos por el mismo Lederer, en la Nueva Escuela de Investigación Social, con el nombre Investigación Social. Entre los profesores emigrantes que aún viven, hay nombresconocidos, que hicieron grandes aportes a la ciencia internacional, como Hans Singer, Paul Streeten, Henry Spiegel, Richard Musgrave y Wolfgang Stolper. Sólo con mencionarlos nos pasa por la mente la idea de riqueza, pero no aquella constituida por metal amarillo, sino una de materia mucho más difícil de producir, y en ciertos casos, no reproducible, la materia gris. Hoy se investiga en foros internacionales cómo aquella emigración enriqueció la ciencia de los países huéspedes, particularmente los Estados Unidos, adonde se dirigieron mayoritariamente, al tiempo que su salida hizo colapsar la ciencia económica alemana y la famosa escuela de Viena. Significó un cuantioso subsidio que los totalitarismos de entonces (Alemania, Italia, URSS) hicieron, sin proponérselo, a las grandes potencias de Occidente. Pero el hombre es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, y hoy ocurre algo semejante entre nosotros. Los políticos que llegan al poder se creen Dios, y por tanto con capacidad de apretar sin ahorcar. No aprendieron aún que las eminencias del pensamiento y el arte son flores raras, que sólo se dan en climas que las favorecen. Y que cuando se aprieta, los primeros en irse son los mejores.Quien opine sobre el rumbo de la “ciencia” en general es Aristóteles o un caradura. Y Aristóteles ya no está. Uno puede hablar con mediana propiedad de lo que conoce, en este caso, de economía. Y aun así, debe ser humilde, pues nadie abarca hoy siquiera lo hecho en el siglo 20. Podemos ver casos, sacar alguna conclusión, y pensar que en otras disciplinas las cosas pasan de un modo análogo. En Europa, por caso, existió la revista Archivo de Ciencia Social y Ciencia Política, dirigida desde 1904 por Werner Sombart, Max Weber y Edgar Jaffe, y desde 1922 por Emil Lederar, Joseph Schumpeter y Alfred Weber. Allí se publicaron estudios célebres: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1905) de Max Weber, “Valor y precios en el sistema de Marx” (1906-7) de Bortkiewick. Cuando el régimen nazi cerró la revista (1933), ella había alcanzado tal calidad y reputación como nunca más pudo alcanzar una revista alemana. Al mismo tiempo, una ley del 7 de abril de 1933 provocó el despido o renuncia de profesores de las universidades alemanas. Otro tanto ocurrió en Austria tras su anexión en 1938. Dicha revista fue continuada en Estados Unidos por el mismo Lederer, en la Nueva Escuela de Investigación Social, con el nombre Investigación Social. Entre los profesores emigrantes que aún viven, hay nombresconocidos, que hicieron grandes aportes a la ciencia internacional, como Hans Singer, Paul Streeten, Henry Spiegel, Richard Musgrave y Wolfgang Stolper. Sólo con mencionarlos nos pasa por la mente la idea de riqueza, pero no aquella constituida por metal amarillo, sino una de materia mucho más difícil de producir, y en ciertos casos, no reproducible, la materia gris. Hoy se investiga en foros internacionales cómo aquella emigración enriqueció la ciencia de los países huéspedes, particularmente los Estados Unidos, adonde se dirigieron mayoritariamente, al tiempo que su salida hizo colapsar la ciencia económica alemana y la famosa escuela de Viena. Significó un cuantioso subsidio que los totalitarismos de entonces (Alemania, Italia, URSS) hicieron, sin proponérselo, a las grandes potencias de Occidente. Pero el hombre es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, y hoy ocurre algo semejante entre nosotros. Los políticos que llegan al poder se creen Dios, y por tanto con capacidad de apretar sin ahorcar. No aprendieron aún que las eminencias del pensamiento y el arte son flores raras, que sólo se dan en climas que las favorecen. Y que cuando se aprieta, los primeros en irse son los mejores.