Fatalidad y magia
Por
Alfredo Zaiat
Tiene como un aire de fatalidad y de resignación
que no deja de sorprender. Como si el destino estuviera predeterminado
por vaya uno a saber quién. La economía brinda más
o menos márgenes para poder hacer política, y se sabe
que la argentina brinda menos. Pero atarse obsesivamente a un único
objetivo subordinando el resto de la estrategia a conseguirlo es
lo mismo que caminar apaciblemente, doblegado, hacia el vacío
del abismo. Toda la suerte ha sido echada a que baje el riesgo país
para que se dispare un proceso de crecimiento. Con esa apuesta el
ahora ex-equipo económico cayó en una trampa, sin
asumir que la convertibilidad tiene problemas si el riesgo país
se dispara hasta niveles posteriores a la crisis de la renuncia
de Chacho Alvarez por insignificantes divergencias políticas
en cuanto a su importancia en lo económico, como el caso
Cuba, o por una leve tormenta financiera como la turca, o incluso
por la polémica por el procesado presidente del Banco Central,
Pedro Pou. (Al respecto, no resulta más desestabilizante
para un gobierno el vergonzoso chantaje del establishment defendiendo
a un funcionario que tiene más denuncias penales que Víctor
Alderete.)
Desde que tomó las riendas de Hacienda, Machinea presentó
una y otra iniciativa con la meta excluyente de generar confianza
para bajar la tasa de riesgo país y así precipitar
el demorado círculo virtuoso de crecimiento en un esquema
de convertibilidad. Pero cada una de ellas no ha dado el resultado
esperado. Qué herramienta más poderosa que el blindaje
para provocar una corriente de confianza le quedaba a José
Luis Machinea. Ninguna, y por eso se fue. Los efectos de expectativas
positivas generados por el rescate de los acreedores de Argentina
ya han quedado diluidos. Hasta la baja de la tasa de interés
internacional, que evidentemente beneficia al país, no ha
provocado una movilización de las adormecidas fuerzas productivas.
En ese escenario, Machinea se quedó sin nada más para
ofrecer. Ahora es tiempo de la fantasía de un golpe de confianza
que permita sacar a la economía del pozo recesivo. Ese pensamiento
mágico domina a la mayoría de banqueros, analistas
y empresarios. Ilusión que alimentan imaginando al protagonista
sacando de la galera la receta para terminar con 32 meses de estancamiento.
Pero creer que habrá un mago que podrá terminar con
esta etapa de retroceso económico es de una ingenuidad asombrosa.
La clave del estancamiento no pasa por los hombres, sino por encontrar
respuesta al siguiente interrogante: ¿La economía
puede crecer en forma sostenida con tipo de cambio fijo (convertibilidad)
en un escenario de tasa de interés doméstica elevada,
servicios públicos privatizados caros e impuestos que castigan
a la producción y al consumo? Un miembro del ex- equipo económico
esquivó la pregunta y uno del anterior comandado por Roque
Fernández admitió que no tiene respuesta y que sólo
hay que recuperar confianza, aunque no sabe cómo.
Lo que sucede es que ahora, sin ingreso de capitales, para crecer
con convertibilidad se necesita afectar privilegios de sectores
del poder económico, puesto que ya se ha dado el fuerte ajuste
a la baja del costo salarial. Para ganar competitividad, entonces,
la economía necesita que cambie la dinámica del sistema
financiero para que los bancos disminuyan la tasa de interés;
que bajen en forma agresiva el costo de los servicios de las empresas
privatizadas, que siguen contabilizando groseras ganancias extraordinarias
en una economía en recesión; y que se cobren impuestos
a los ricos para liberar presión sobre la producción
y el consumo. De esa forma, podrán volver a ser rentables
muchos negocios y varios proyectos de inversión en el esquema
cambiario 1=1.
Para ello, bancos, privatizadas y hombres de fortuna deberán
hacer su aporte. En caso contrario, lo que estará en cuestionamiento
no será un ministro de Economía, sino la propia convertibilidad,
que tanto dicen defender esos sectores de privilegio.
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