Suerte y destino
No parece
muy riguroso, ni estricto y mucho menos juicioso hablar de suerte
o destino cuando la referencia es la economía. Pero la tentación
es muy grande. El encadenamiento de sucesos considerados fortuitos
o casuales es una definición genérica de lo que se
denomina suerte. Indudablemente, en cuanto a la evolución
de la tasa de interés de Estados Unidos, Domingo Cavallo
es un hombre de suerte. Su primer desembarco en el ministerio de
Economía fue a comienzos de la década del 90
presentando la Convertibilidad I cuando la tasa internacional estaba
en el piso del 3 por ciento anual. Bajísimo nivel que explica
en gran parte el éxito inicial de ese esquema rígido
de tipo de cambio, puesto que ese sistema sólo se puede sostener
con el ingreso incesante de capitales. Y esas tasas reducidas alentaron
la entrada de fondos desde el exterior en búsqueda de rentas
más atractivas que las que se ofrecían en los mercados
estadounidense o europeos. También puede ser una cuestión
del destino, que una definición simple lo expresa como el
encadenamiento de los sucesos considerados como necesarios. Y en
este caso, cuando se trata de la evolución de la tasa de
interés internacional, convoca a una mueca de compasión
el destino que le correspondió a los radicales al momento
de manejar la economía.
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, la tasa promedio
se ubicó por encima del ¡10 por ciento anual!, con
picos del 14 por ciento al comienzo de esa administración.
Como se sabe, esa experiencia económica terminó de
la peor manera posible, con descontrol de precios que derivó
en hiperinflación y moratoria en el pago de los intereses
de la deuda externa. Ese elevado nivel de las tasas no fue el único
determinante del fracaso económico de la gestión Sourrouille-Machinea,
pero colaboró bastante para acelerar la quiebra de un Estado
exprimido por grupos económicos y banca acreedora. En el
ejercicio reciente de manejar la economía por parte de José
Luis Machinea el destino, aunque dicen que no está marcado,
volvió a jugarle una mala pasada. Unos meses antes de que
el radical Fernando de la Rúa ganara las elecciones, en octubre
del 99, la Reserva Federal inició una veloz carrera
de subir la tasa de interés con el objetivo de frenar el
recalentamiento de la economía de Estados Unidos. Con esa
política agresiva de contención monetaria llevó
la tasa del 4,75 al 6,5 por ciento anual en mayo del 2000, manteniéndola
en esa cumbre durante todo el resto del año. Logrado el objetivo,
y con el riesgo de sumergir a la economía en una profunda
recesión, la FED cambió su estrategia recién
a principios de enero del 2001. Para Machinea ya era tarde, había
tenido que cabalgar contra el viento internacional en contra y la
magia del blindaje financiero fue insuficiente.
Suerte y destino se volvieron a dar la mano. La legión de
economistas radicales salió nuevamente frustrados y Cavallo
ingresó otra vez al Palacio de Hacienda. Lanzó la
versión II de la Convertibilidad, que vale recordar necesita
ingreso de capitales para sostenerse, y la Fed redujo sorpresivamente
la tasa al 4,5 por ciento. Cota que para la mayoría de los
analistas de Wall Street seguirá bajando en los próximos
meses hasta el 4,0 o 3,5 por ciento, dependiendo de la evolución
de la economía americana.
Con tasas más bajas, Argentina pagará menos intereses,
le resultará más fácil colocar bonos en los
mercados, los inversores se volcarán a las plazas emergentes
para tener rentas más atractivas y, fundamentalmente, se
facilitará una eventual reprogramación de la deuda.
¡Bingo!, dijo Mingo.
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