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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
17 JUNIO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Insulas

A quince años de su deceso, Borges cada día escribe mejor. Pero sus opiniones siguen exasperando. Como aquella de que los argentinos son “individuos”. ¿Tenía razón? Al parecer, mucha. Entre individuos no florece la comunicación y la solidaridad sino precisamente el individualismo, suma de aislamiento y egoísmo. El país fue mandado por individuos, dueños de ínsulas –los caudillos– que no desaparecieron en las “luchas por la organización”. Simplemente, se quedaron ahí, esperando la caída de aquello que los obligaba a comunicarse y obedecer una Constitución. La caída del Estado, fruto de la era menemista, fue aquí, como para Europa la caída del Imperio Romano. Aquel Imperio fue tal porque fue imperialista, es decir, sojuzgó a naciones extranjeras para extraerles recursos y pagar un Estado central. Para establecer su dominio sobre territorios nuevos debió enviar ejércitos. ¿Cómo hacerlo sin caminos adecuados?: las célebres vías romanas. Pero detrás de las tropas, los comerciantes aprovechaban los caminos, y el tráfico de ida y vuelta por las vías romanas creó siglos de esplendor, de comercio, de uso del dinero. Al caer el Imperio, murió el Estado romano que planificaba y mantenía sus vías, que pronto desaparecieron, y sin ellas menguó el comercio y el uso de dinero. El vacío de Estado y su derecho de gentes fue llenado por los feudos y sus privilegios, con la adscripción de las campesinos a la tierra y su sometimiento al señor. Gran parte del suelo europeo cabría en la Argentina, y por igual motivo nuestro desarrollo dependió de los medios de comunicación. Al tomarse la tierra al indio, ella era inútil en sí, porque la carreta no permitía cultivar más allá de 60 km de los centros poblados. Los ferrocarriles, cual canales artificiales, abarataron fletes. Fuimos granero del mundo por tener la red ferroviaria mayor en Sudamérica. En proporción al tamaño del Estado, crecieron los medios de comunicación a cargo del Estado: flotas mercante y aérea, caminos y ferrocarriles. Luego se habló de “achicar el Estado es agrandar la Nación”. Se achicó, convirtiendo los medios de comunicación en negocios privados. Pero lo cierto fue: “achicar el Estado es volver a la colonia”. Miremos el mapa: la red ferroviaria no está más, ni hay flotas naviera y aérea, ni vialidad nacional. Un país de individuos, incomunicado, salvo para quienes tienen avión propio.

Colonias

Los maestros del pensamiento transmiten lecciones que perduran. Platón, en la República, aconsejaba organizar la complementación productiva y la división del trabajo con el fin de asegurar la satisfacción de las necesidades básicas de la vida: alimentación, vestido, vivienda. Y sugería detener ahí el proceso de crecimiento. La incorporación incesante de necesidades, que hacen la vida más cómoda o entretenida, suponía en aquellos tiempos expandir la oferta de bienes de buen gusto o refinamiento, cuya manufacturación no necesariamente podía asegurarse con las materias primas del propio país. Luego, con seguridad sería inevitable tomar esas materias de otros países que las tuvieran. Y en consecuencia, a la población original de la polis deberían añadirse guardianes, es decir, fuerzas armadas, que respaldaran el arrebato de materias primas. Pasaron los siglos, a Grecia sucedió Roma, a ésta el feudalismo y a éste la constitución de Estados nacionales, que en su afán de obtener oro, estimularon el desarrollo de manufacturas suntuarias, como objetos exportables de alto precio. Eran los objetos prohibidos del mundo ideal de Platón, porque conducían a la aventura imperialista. Los nuevos Estados -España, Inglaterra, Francia– de todos modos se embarcaron en ella, entrando a sangre y fuego en territorios recién descubiertos (Africa, Asia, América) que decretaron como propios, desarraigaron a miles de africanos para reubicarlos en plantaciones extranjeras y, por supuesto,impusieron a las colonias el “pacto colonial”, que les prohibía realizar manufacturas. Su único papel era proveer materia prima a sus metrópolis. En el siglo XIX se repitió otra ola de migraciones, poblamiento de zonas desiertas, y expansión de exportaciones primarias. A ello se refería Prebisch en 1949 al decir que “a la América latina venía a corresponderle, como parte de la periferia del sistema económico mundial, el papel específico de producir alimentos y materias primas para los grandes centros industriales”. Tras impulsos industrializadores, como los de Pellegrini y López, la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la política peronista de fines de los cuarenta, el actual régimen cambiario, arancelario y tributario ha demolido la industria. Las exportaciones son materias primas. La industria argentina, ¿fue una vana ilusión?