Autismo en el Politburó
Estuvieron
los economistas de FIEL presentando su proyecto de país para
pocos. También los de CEMA exponiendo una estructura tributaria
sólo pensada para que los ricos paguen menos. Fueron invitados,
además, los de la Fundación Mediterránea para
no ser descorteses con el ministro. Participó un ex funcionario
cavallista, Juan José Llach, ahora en la Universidad Austral.
En esa convocatoria lo llamativo no fueron las presencias sino la
ausencia. Los hacedores de política económica de los
últimos diez años, que manejaron en ese período
el Palacio de Hacienda, fueron reunidos por los banqueros en su
fiesta anual. Esa invitación no tuvo como destinatario sólo
a uno. El equipo económico que no se dio una vuelta por el
Hotel Hilton fue el liderado por José Luis Machinea. Esa
omisión permite entender un poco más lo que pasó
en estos años recientes. Por ejemplo las dificultades que
enfrentó durante su gestión el ex ministro para ganarse
la simpatía de los banqueros, pese a las sucesivas muestras
de subordinación a las recetas económicas reclamadas
por el mercado. Pero los financistas sólo quieren escuchar
lo que ellos quieren oír pero no de cualquiera, sino de aquellos
liberales de pura cepa. En ese autismo ideológico no desentonó
el discurso del presidente de ABA, Eduardo Escasany, que en forma
transparente reflejó los miedos del establishment a la entronización
de la anarquía. Y propuso la ruta sin cortes
para terminar con los temores de los dueños del dinero. El
silencio de Fernando de la Rúa en el cierre de ese mítin
al reclamo de los banqueros hay que evaluarlo como una convalidación
de ese pensamiento más que como un desaire o falta de autoridad
presidencial.
El gasto primario consolidado (antes del pago de los intereses de
la deuda) disminuyó el año pasado unos 1000 millones
de pesos, y en éste sigue bajo la prensa. La economía
igual siguió en recesión. Sin embargo, los banqueros
pidieron en el encuentro ampliado de su Politburó una
disminución significativa puesto que la principal
causa de la recesión fue la dificultad para ajustar el gasto
público.
En un interesante seminario realizado días pasados, el especialista
en temas fiscales, Jorge Gaggero, señaló como una
idea a explorar que, en oposición al discurso económico
dominante, Argentina no enfrenta un desequilibrio fiscal, sino que
por el contrario está en equilibrio o hasta en superávit
fiscal estructural. Si al actual déficit de las cuentas públicas
se le restara el dinero desviado a las cajas de las AFJP, los fondos
perdidos por la baja de aportes patronales restituidos en
parte con las últimas medidas y la merma temporal por
los efectos de la recesión, el saldo tornaría en positivo
incluso con el pago de más de 12 mil millones de dólares
de intereses de la deuda. El pedido de bajar más el gasto,
entonces, sólo busca consolidar espacios de rentas extraordinarias
a favor de los sectores más concentrados de la economía,
entre ellos el financiero. Todos aquellos economistas, incluso liberales,
con honestidad intelectual dicen que no hay que bajar el gasto algunos
sostienen que se debe aumentar, sino que tendría que
mejorar su eficiencia. Y por el lado de los ingresos cobrar más
y mejor los impuestos, disminuyendo la evasión y eliminando
privilegios. Respecto a esto último, resulta una burla al
sentido común que los mismos que reclaman con severidad el
recorte del gasto no paguen el Impuesto a las Ganancias por los
dividendos obtenidos de la tenencia de acciones de sus bancos. Y
aplaudan con fervor la propuesta de FIEL de dejar en la calle a
30 mil empleados públicos en un contexto de desempleo creciente,
combustible al clima de violencia cotidiana que tanto los inquieta.
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