Tute cabrero
Yo miro TV. En la madrugada del día anterior al paro general
del jueves 19, pasaron Tute cabrero: tres dibujantes trabajan en
una gran empresa; uno es joven y soltero, otro de edad mediana y
casado con dos hijos, y un tercero, próximo a retirarse,
casi miope y torpe por la edad; se les anuncia que por reestructuración,
uno de ellos deberá salir: la anterior amistad se vuelve
sorda hostilidad; los dos mayores no se animan a decir ni pío,
y se limitan a esperar lo que venga: no pueden protestar; el más
joven, en cambio, sugiere al gerente que el indicado para salir
es el viejo. Esa misma noche, previa al paro, se anunció
la tasa de desempleo. ¿Casualidad? El anuncio, que en otras
circunstancias causaría rubor al Gobierno, tuvo el claro
fin de un llamado a la reflexión o, si se prefiere dramatizar,
una advertencia del posible futuro de muchos actuales empleados
que protestan por la reducción de sus salarios. Porque hoy
por hoy no rige el derecho constitucional al empleo con un salario
digno, y sí el derecho del empleador a despedir. El desempleo
fuera de una empresa es el gran disciplinador del empleo dentro
de ella. El trabajador sin empleo es la mayor amenaza del empleado:
la crisis, decía el ministro Terry, convierte al hombre en
enemigo del hombre y añadimos al joven en enemigo
del adulto, al soltero en enemigo del casado. En el aquelarre de
opinators se había instalado un consenso sobre la monstruosidad
que era reducir las jubilaciones y lo ineludible de un déficit
cero para no seguir endeudándonos. Algunos decían
que el salario medio en el sector público es el doble que
en el privado, y aun se dijo que en este último se producen
bienes y en el otro no. Se olvidaban ¿por casualidad?
de que los salarios públicos se congelaron desde 1991 hasta
hoy, que se recortaron asignaciones familiares, se bajó el
mínimo de impuesto a las Ganancias, e incluso se recortó
el salario nominal; que el sector público no sólo
produce inconvenientes y choreos sino también toda la educación
pública del país desde el nivel más elemental
hasta el más avanzado, sistema del cual provienen absolutamente
todos nuestros gobernantes; que produce toda la ciencia que genera
el país, y que nuestros Premios Nobel (Saavedra Lamas, Houssay,
Leloir) eran empleados públicos; que produce, entrena y da
trabajo a toda la Justicia del país, sin la cual, buena o
regular, la Argentina dejaría de ser nación.
Otros
caminos
La semana que pasó dejó firmemente instaladas en la
opinión pública varias creencias: que el déficit
fiscal debe ser cero, que las jubilaciones deben ser intangibles,
pero los salarios pueden ajustarse, y que el desempleo es un hecho
natural contra el cual el Estado es el menos indicado para luchar.
Tal opinión fue formada por gigantes empresas multimedio
y coincide con la opinión empresaria en general. Por su parte,
el Gobierno dio acabadas muestras de ser el principal destructor
de conquistas obtenidas por los trabajadores: jornada de labor limitada,
salario mínimo vital y móvil, aguinaldo, estabilidad
del empleado público, etc., recogidas por la Constitución
Nacional. Hace poco más de medio siglo la UIA hoy ala
progresista del empresariado se opuso enérgicamente
al aguinaldo. En otros términos, el Gobierno formó
una alianza tácita con la gran empresa y la gran finanza,
manifiesta en la aprobación o desaprobación por los
mercados de las designaciones o despidos de funcionarios
responsables del área económica. El Gobierno se mueve
dentro de la ecuación Ingresos . Gastos = Déficit,
o I . G = D. No se suele señalar que I no es todo lo que
debiera, por haber renunciado el propio Estado a aportes patronales
respecto de sus empleados, ni aportes del sistema financiero por
los intereses que se perciben; ni que G es más alto que lo
debido porque incluye el pago de servicios de intereses de la deudaexterna
(en parte originada por trasladar al Estado deudas contraídas
por empresas privadas) y por subsidios no del todo claros a empresas
privadas. Tampoco se hace ver que el Estado puede, incrementando
G, aumentar el nivel de empleo y con ello el nivel de gasto global
y la recaudación fiscal (I) por mayor actividad económica.
Esa fue la política de Perón en el 46: al impulsar
la baja del desempleo, los salarios fueron subiendo, recuperándose
el nivel de vida de las masas y el volumen de ventas de las empresas.
Sin reducir salarios, el Estado hoy podría construir más
escuelas, hospitales y caminos si, en lugar de gravar al más
bajo decil de la escala de ingresos por ejemplo, aplicando
IVA a la leche, hiciese cumplir el impuesto a las Ganancias
a las personas y empresas del decil más alto, que normalmente
lo eluden. Sobre todo, achicando las ganancias de las empresas extranjeras,
se contribuiría a reducir las ingentes cantidades de divisas
que se remiten al exterior.
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