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DESECONOMIAS |
por
Julio Nudler
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El
huevo roto
Para ilustrar
el megacanje de deuda que realizó Domingo Cavallo por casi
30.000 millones de dólares, posponiendo así los
vencimientos, un profesor de Yale llamado David de Rosa preguntó
a sus alumnos cómo se hace para arrojar un huevo a 50 metros
y no verlo roto. La respuesta correcta es, dijo: lanzándolo
a 100 metros. Lo más aceptable del chiste es que, efectivamente,
ya no se puede tomar en serio a los economistas ni a sus políticas.
No a un economista en particular, ya que hicieron falta unos cuantos
para haber llegado en la Argentina al momento en que la política
económica se ha tornado impracticable.
La condición básica para practicarla consiste en
poder predecir, aproximadamente, el efecto de cualquier medida.
Pero esto resulta hoy imposible. Siendo ya fines de julio, no
hay ni siquiera una vaga idea sobre la variación del Producto
Bruto este año, y el recorte de gastos se irá definiendo
mes a mes de acuerdo a la marcha de la recaudación, que
no hay forma de pronosticar. Antes todo dependía de lo
que decidiera hacer Alan Greenspan con la tasa estadounidense,
y de los precios de las commodities y de la pareja devaluación/crecimiento
en Brasil. Pero ahora, definitivamente internalizada la crisis,
las incógnitas son muchas más.
Cualquier decisión de Economía puede zozobrar o
mancarse porque la Justicia dicte un amparo, porque una facción
política la bloquee, los ahorristas resuelvan escapar de
los bancos, los empresarios opten por financiarse a costa de Impositiva,
los socios del Mercosur tomen represalias o los piqueteros incendien
las rutas, etcétera, esto sin contar la propia irracionalidad
de las decisiones del ministro.
Cuando el impacto de la política económica se vuelve
así de fortuito, tampoco puede compararse una con otra.
Ricardo López Murphy, la bestia del ajuste, parece hoy
una versión lisonjera del Cavallo otrora heterodoxo y reactivante.
Pero lo único cierto es que cuando hacer economía
consiste solamente en pagar según se recaude, lo que no
hay es economía. Sólo queda la esperanza de recuperarla
alguna vez.
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