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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
29 JULIO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


- Déficit + Desempleo

Hace poco más de 50 años, y luego de haberse producido la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, se creía que el mundo ya había visto todo lo malo y todo lo bueno, y de ahí en adelante los Estados –a quienes no cabe imputar maldad–, gobernados y asesorados por hombres sabios y honestos, aprovecharían lo vivido para no reincidir en errores. Se escribieron sesudos libros sobre las “lecciones de la experiencia”, donde la angustia de la desocupación y el poder corrosivo de la inequidad eran cosas del pasado y el mundo nuevo era uno de oportunidades abiertas a todos. El gobierno argentino llegó a inscribir en la Carta Orgánica del Banco Central, como una de sus funciones, el mantener el pleno empleo. De hecho, Perón, para elevar el nivel de vida de las masas, recurrió a la política de pleno empleo, no al aumento de salarios. En su exilio recordaba: “Nosotros dábamos pleno empleo, y los salarios subían solitos”. Pero el trabajo bien pagado constituye, para algunos, una fuente de “insolencia de los de abajo”, o “de los negros”, como significativamente, con resabio esclavista, se escuchaba en la Argentina. Al parecer, la capacidad del Estado para reducir las asperezas del tejido social o asegurar trabajo para todos no siempre es ejercida a favor de los más necesitados de ingresos y de trabajo sino en su contra. Michal Kalecki (1899-1970) dio en 1942 en la Sociedad Marshall de Cambridge una conferencia sobre “aspectos políticos del pleno empleo”. Dijo: “Una sólida mayoría de economistas hoy opina que, aun en un sistema capitalista, el pleno empleo es alcanzable por un programa gubernamental de gastos. Si el gobierno emprende inversión pública (por ejemplo, construir escuelas, hospitales y caminos) o subsidia el consumo de las masas, y si además este gasto se financia por créditos y no mediante impuestos, la demanda efectiva de bienes y servicios puede aumentarse hasta un punto en que se alcanza el pleno empleo. Entre los opositores a esta doctrina están los prominentes “expertos económicos”, como se les llama, estrechamente vinculados con la banca y la industria. Podría esperarse que los líderes económicos y sus expertos estuviesen más a favor de subsidiar el consumo de las masas que de la inversión pública. En la práctica, sin embargo, éste no es el caso. En verdad, estos expertos se oponen mucho más violentamente a subsidiar el consumo masivo que a la inversión pública.
Está en juego un principio moral de la mayor importancia: los fundamentos de la ética capitalista exigen “ganar el pan con el sudor de la frente”, salvo que se tengan recursos propios. Ya vimos las razones políticas de la oposición a la política de crear empleo mediante gasto público. Pero, aun cuando tal oposición se supere –como puede suceder debido a la presión de las masas–, el mantenimiento del pleno empleo daría nuevo vigor a la oposición de los líderes económicos. En verdad, en un régimen de pleno empleo permanente, el “echar gente” dejaría de cumplir su papel de medida disciplinadora. La posición social de los patrones se erosionaría, y crecerían la autoafirmación y la conciencia de clase de los trabajadores. El instinto de clase –de los líderes económicos– les dice que un pleno empleo duradero es poco sano desde su punto de vista, y que el desempleo es una parte integral del capitalismo “normal”. Hoy parece como si los líderes económicos y sus expertos tendieran a aceptar como mal menor la inversión pública financiada por crédito como medio de salir de la recesión. Pero, sin embargo, parecen firmemente opuestos a que se cree empleo subsidiando el consumo y a que se mantenga el pleno empleo. Este estado de cosas es sintomático del futuro régimen económico de las democracias capitalistas. En una recesión, ya por presión de las masas o sin ella, la inversión pública financiada por empréstitos se aplicará para impedir desempleo en gran escala. Pero si se hacen intentos de aplicar ese método para mantener el alto nivel de empleo alcanzado durante la prosperidad, es probable que surja la oposición de los líderes económicos. No les gusta un pleno empleo durable. Los trabajadores “quedarían sin control” y los “capitanes de la industria” estarían ansiosos por “darles una lección”. En esta situación, es probable que se forme una poderosa alianza entre la gran empresa y los intereses financieros, los que probablemente encontrarán más de un economista que declare que la situación es manifiestamente no sana. La presión de todas estas fuerzas, y en particular de los grandes grupos económicos –por lo general influyentes en las esferas del gobierno– con gran probabilidad inducirán al gobierno a retornar a la política ortodoxa de reducir el déficit del presupuesto. Seguirá una recesión, en la que la política de gasto gubernamental retornará a su nivel anterior.