- Déficit
+ Desempleo
Hace poco más de 50 años, y luego de haberse producido
la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, se creía
que el mundo ya había visto todo lo malo y todo lo bueno,
y de ahí en adelante los Estados a quienes no cabe
imputar maldad, gobernados y asesorados por hombres sabios
y honestos, aprovecharían lo vivido para no reincidir en
errores. Se escribieron sesudos libros sobre las lecciones
de la experiencia, donde la angustia de la desocupación
y el poder corrosivo de la inequidad eran cosas del pasado y el
mundo nuevo era uno de oportunidades abiertas a todos. El gobierno
argentino llegó a inscribir en la Carta Orgánica del
Banco Central, como una de sus funciones, el mantener el pleno empleo.
De hecho, Perón, para elevar el nivel de vida de las masas,
recurrió a la política de pleno empleo, no al aumento
de salarios. En su exilio recordaba: Nosotros dábamos
pleno empleo, y los salarios subían solitos. Pero el
trabajo bien pagado constituye, para algunos, una fuente de insolencia
de los de abajo, o de los negros, como significativamente,
con resabio esclavista, se escuchaba en la Argentina. Al parecer,
la capacidad del Estado para reducir las asperezas del tejido social
o asegurar trabajo para todos no siempre es ejercida a favor de
los más necesitados de ingresos y de trabajo sino en su contra.
Michal Kalecki (1899-1970) dio en 1942 en la Sociedad Marshall de
Cambridge una conferencia sobre aspectos políticos
del pleno empleo. Dijo: Una sólida mayoría
de economistas hoy opina que, aun en un sistema capitalista, el
pleno empleo es alcanzable por un programa gubernamental de gastos.
Si el gobierno emprende inversión pública (por ejemplo,
construir escuelas, hospitales y caminos) o subsidia el consumo
de las masas, y si además este gasto se financia por créditos
y no mediante impuestos, la demanda efectiva de bienes y servicios
puede aumentarse hasta un punto en que se alcanza el pleno empleo.
Entre los opositores a esta doctrina están los prominentes
expertos económicos, como se les llama, estrechamente
vinculados con la banca y la industria. Podría esperarse
que los líderes económicos y sus expertos estuviesen
más a favor de subsidiar el consumo de las masas que de la
inversión pública. En la práctica, sin embargo,
éste no es el caso. En verdad, estos expertos se oponen mucho
más violentamente a subsidiar el consumo masivo que a la
inversión pública.
Está en juego un principio moral de la mayor importancia:
los fundamentos de la ética capitalista exigen ganar
el pan con el sudor de la frente, salvo que se tengan recursos
propios. Ya vimos las razones políticas de la oposición
a la política de crear empleo mediante gasto público.
Pero, aun cuando tal oposición se supere como puede
suceder debido a la presión de las masas, el mantenimiento
del pleno empleo daría nuevo vigor a la oposición
de los líderes económicos. En verdad, en un régimen
de pleno empleo permanente, el echar gente dejaría
de cumplir su papel de medida disciplinadora. La posición
social de los patrones se erosionaría, y crecerían
la autoafirmación y la conciencia de clase de los trabajadores.
El instinto de clase de los líderes económicos
les dice que un pleno empleo duradero es poco sano desde su punto
de vista, y que el desempleo es una parte integral del capitalismo
normal. Hoy parece como si los líderes económicos
y sus expertos tendieran a aceptar como mal menor la inversión
pública financiada por crédito como medio de salir
de la recesión. Pero, sin embargo, parecen firmemente opuestos
a que se cree empleo subsidiando el consumo y a que se mantenga
el pleno empleo. Este estado de cosas es sintomático del
futuro régimen económico de las democracias capitalistas.
En una recesión, ya por presión de las masas o sin
ella, la inversión pública financiada por empréstitos
se aplicará para impedir desempleo en gran escala. Pero si
se hacen intentos de aplicar ese método para mantener el
alto nivel de empleo alcanzado durante la prosperidad, es probable
que surja la oposición de los líderes económicos.
No les gusta un pleno empleo durable. Los trabajadores quedarían
sin control y los capitanes de la industria estarían
ansiosos por darles una lección. En esta situación,
es probable que se forme una poderosa alianza entre la gran empresa
y los intereses financieros, los que probablemente encontrarán
más de un economista que declare que la situación
es manifiestamente no sana. La presión de todas estas fuerzas,
y en particular de los grandes grupos económicos por
lo general influyentes en las esferas del gobierno con gran
probabilidad inducirán al gobierno a retornar a la política
ortodoxa de reducir el déficit del presupuesto. Seguirá
una recesión, en la que la política de gasto gubernamental
retornará a su nivel anterior.
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