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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
29 JULIO 2001








 DESECONOMIAS
 por Julio Nudler


Bonos que abonan la corrupción

La siniestra historia del bono salteño, contada por Roberto Guzmán en su libro Saqueo asegurado, podría quizás anticipar la del bonaerense. Esa falsa moneda (que de mano en mano va / y ninguno se la queda, según nos cantaba Miguel de Molina) se completaba con la existencia de cuentas bancarias de cheques–bono que libraban los particulares y el Estado salteño. Mientras aquellos giraban contra el monto de los bonos depositados, el Ejecutivo sobregiraba sobre la totalidad de cuentas–bono, sin siquiera contar con esos títulos como respaldo. En cierto momento, mientras en el tesoro del banco provincial había 9 millones en bonos, la deuda emitida contra éstos era de 60 millones.
Mientras duró este festival, los salteños que cobraban en bonos sufrían un descuento del 15 por ciento, y los comerciantes les aplicaban precios 20 por ciento superiores. Para los provincianos del montón estaba la Casa del Bono, donde canjeaban con tope por persona que se comiera la paciente cola. Además, una fracción del saldo de cada cuenta–bono era convertida periódicamente a pesos para afrontar pagos fuera de la provincia o a acreedores que no aceptasen el papel. Pero había una “casta privilegiada” que discurría por otros circuitos.
Los bonos dieron lugar a una fiebre especulativa, con arbolitos que los permutaban en la calle con una quita del 15 por ciento. El capital que utilizaban esos buscas les era provisto cada mañana por el propio Banco Provincial vía descubiertos en cuenta corriente, que al cierre del día eran cancelados por estos operadores depositando bonos. Las indelebles, fáciles y abultadas ganancias (15 por ciento diario sobre plata ajena y gratuita) se repartían entre funcionarios y cómplices, diseminados éstos en todo los ámbitos del poder local. Cuando se envió un proyecto de ley para eliminar los bonos, los legisladores obviamente se resistieron, y un diputado proclamó que gracias al bono los salteños habían conquistado la “independencia” respecto del centralismo porteño. Casualmente, el mismo slogan acuñado por Fernando de la Rúa para el Déficit Cero.