¿Déficit
cero o cero ideas?
Por
Federico I. Poli
y Miguel G. Peirano *
Hay toda una
corriente de economistas que apoyaron y dieron sustento intelectual
durante los 90 a un enfoque de política económica
que trajo a nuestro país una de las crisis más profundas
de su historia contemporánea. Estos economistas tienen una
visión unilateral del problema económico argentino,
demonizando al gasto público y planteando como la panacea
su necesario ajuste.
La realidad de la economía argentina es más compleja
y abarcativa. Nuestro país enfrenta numerosos desequilibrios,
entre ellos el fiscal, el externo y del mercado de trabajo. En la
actual coyuntura, no es aconsejable ningún tipo de medida
de política económica que intente atacar alguno de
estos desequilibrios a costa de profundizar algún otro.
La actual crisis fiscal se intenta superar mediante la estrategia
del déficit cero que implica un nuevo ajuste (de magnitud
variable e incierta) sobre los ingresos de los asalariados estatales
y jubilados. Independientemente de la discusión entre ortodoxos
y keynesianos sobre la problemática de la demanda
efectiva que conlleva el ajuste fiscal, lo cierto es que la historia
reciente de los últimos años muestra lo estéril
que resulta esta estrategia del ajuste permanente que no resuelve
el problema del déficit fiscal, generando, por el contrario,
permanentes caídas del PBI que obligan a nuevos ajustes.
Es obvio que una mayor recesión significa ahondar el desequilibrio
del mercado de trabajo, que actualmente muestra los niveles elevadísimos
de desempleo y subempleo junto a una importante pobreza.
Finalmente, el aspecto olvidado por la mayoría de los economistas
en sus análisis es el impacto de las medidas de política
económica sobre el sector externo, punto sobre el que nos
interesa detenernos por su relevancia en la dinámica de la
actual crisis económica. Haciendo historia, nuestro país
entre 1991 y 1999 observó un déficit en la cuenta
corriente del balance de pagos (balance comercial, gastos en turismo,
intereses de la deuda externa y remesa de utilidades de las filiales
de las multinacionales) de U$S 75 mil millones y una variación
de reservas internacionales por más de U$S 20 mil millones.
Mientras esto ocurría los economistas oficiales decían
que el déficit en cuenta corriente no interesaba porque,
desde una visión contable, se financiaba con ingreso de capitales
y que cuando dejaran de ingresar fondos del exterior, ese déficit
se revertiría inmediata y automáticamente. Lo que
preferían ignorar es que el mencionado déficit y la
acumulación de reservas necesarias para el funcionamiento
de la convertibilidad implicaban un aumento en el stock de deuda
externa y, en el mejor caso (cuando se tratara de Inversión
Externa Directa), compromisos futuros en divisas por las regalías
que estas empresas envían al exterior. De este modo, si nuestra
economía no generaba una fuerte corriente inversora hacia
los sectores transables que permitieran sustituir importaciones
e incrementar las exportaciones, en algún momento, los acreedores
dejarían de prestarnos y nos veríamos sin los dólares
comerciales necesarios para hacer frente a nuestros compromisos
externos. Así, nuestra relación deuda externa/PBI
saltó del 28,5 por ciento en 1993 a 50,5 por ciento en 1999,
en tanto la ratio intereses/exportaciones pasó del 22 al
40 por ciento.
El otro dato relevante que prefieren desconocer aquellos economistas
es que fue el sector público con su endeudamiento el que
cubrió las necesidades de divisas que tuvo la economía
argentina en su conjunto durante los 90. Actualmente, el mercado
internacional de deuda se encuentra cerrado para nuestro sector
público y los organismos internacionales, luego del blindaje
restringieron el financiamiento no voluntario hacia nuestra economía.
Si a esto se agrega un importante proceso de fuga de divisas que
se verifica desde el mes de marzo, que seha agudizado en el último
mes (con una caída de las reservas de U$S 3 mil millones
entre fines de junio y el 20 del corriente) e importantes vencimientos
de deuda que se deben afrontar el próximo año, vemos
que la restricción externa es determinante y no se resuelve
con ajustes fiscales. Es hora de comenzar a mirar los problemas
alejados de simplificaciones y atendiendo la complejidad de la situación
tanto a nivel social como macroeconómico.
* Economistas.
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