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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
05 AGOSTO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López

Casa vs. Estado

La economía del Estado es como la de una casa. Nuestros padres nos inculcaron, sabiamente, que sólo se puede gastar hasta donde se tiene.” Los medios, que hoy reemplazan al libro y a la escuela en la formación de opiniones, han repetido esta patraña hasta el cansancio, al punto de encontrar en políticos, parlamentarios y comunicadores, a fieles repetidores de lo que es una falacia, porque lo que puede ser cierto para un individuo no tiene por qué serlo para el colectivo. Es un saber ingenuo. Frente a él, se encuentra que ningún ahorro adicional en un hogar (o en unos pocos) alcanza para generar una caída en las ventas, el despido de empleados y la iniciación de un proceso contractivo de la actividad económica. Pero la reducción del gasto público sí lo logra. De igual modo, ningún gasto de un hogar (o de unos pocos) basta para provocar un aumento visible de ventas, mayor demanda de trabajadores y comenzar un proceso expansivo de la demanda global, que expande desde el comercio hasta los sectores productivos. Pero el Estado sí puede hacerlo y eso no sólo fue descubierto por Keynes en 1933, sino también por numerosos autores de distintos países, al menos desde el siglo XVIII. En Economía no se reparte meramente lo que hay en existencia, sino que se ponen en marcha procesos que aumentan o reducen lo que hay. No ha de confundirse “contabilidad” -que es el registro de lo que ocurrió– con “economía” –que son decisiones sobre lo que habrá de ocurrir–. Tampoco debe confundirse “déficit cero” con reducción del gasto público. Si el Estado gasta (G) lo mismo que le ingresa (I), o G=I, el déficit (D) es cero: D=G . I=0; o bien, todo (el cien por ciento de) lo que se gasta está cubierto por ingresos: I/G=1=100%. Es evidente que se puede duplicar el gasto (2G) si a la vez se duplica el ingreso (2I), sin que se salga del déficit cero: 2I/2G=I/G=1. Por ejemplo, un aumento del gasto público, sabiamente orientado, puede provocar una expansión varias veces superior de la actividad económica, si se controla que el efecto expansivo no fugue al exterior como importaciones; tal expansión naturalmente aumenta el ingreso del Estado, el que, si es captado eficientemente, puede financiar la expansión del gasto. ¿Por qué se elige el camino opuesto –generar una reducción global del salario nominal de los trabajadores públicos– con las secuelas de incertidumbre y empobrecimiento que traerá tal medida?

El dolor

Los números que se escriben en la pizarra no eran, según Platón, más que meras imitaciones de las “ideas” de los “verdaderos” números, apariencias de ellos. Los números de la deuda externa, sin embargo, aun si son apariencias o imitaciones, son los más dolorosos del país. Con todo, el problema está planteado como para reducir el dolor social tanto como se desee. No todos recordarán la ecuación llamada “hipérbola equilátera”, según la cual una magnitud y tomaba distintos valores (decrecientes) conforme otra magnitud x asumía valores crecientes. La expresión formal es: y=k/x, donde k es una constante. Por ejemplo k=10. Para x=20, es k/x=10/20=´=y. Si achicamos x, por ejemplo x=10, y aumenta (a 1). Si aumentamos x, por ejemplo x=40, y disminuye (a ¨). La reciente campaña del “déficit cero” se basó en que el país tiene el crédito externo cortado y no puede emitir más deuda. Es decir, debe hasta donde se endeudó antes y no puede incrementar esa cifra, digamos D. Por otra parte, alguien entre la población (en este caso, empleados públicos y jubilados del sistema de reparto) tiene que privarse de parte de sus haberes para pagar la deuda externa. Pero venga de donde venga, sale todo del ingreso nacional (llamémosle Y). Por tanto, una medida del dolor (d) global que inflige la deuda es d=D/Y. Como Y es variable y D constante (por el “déficit cero”), estamos ante una hipérbola equilátera. Un nivel bajo de Y es en sí doloroso, porque supone desempleo, pobreza y todo tipo de privaciones. Es evidente que d puede reducirse con sólo aumentar el nivel de actividad económica, a condición de no contraer más deuda externa. El Estado tiene en sus manos la posibilidad de implantar un régimen tributario que no descanse en los menores ingresos y haga recaer el impuesto en estratos de ingresos altos, como ocurre en los países más adelantados. Si al mismo tiempo frena la importación de bienes extranjeros competitivos con los del país, cualquier ingreso adicional de asalariados se convertirá de inmediato en gasto y contribuirá a reactivar la economía. O bien, a un tipo de cambio adecuado, muchas producciones argentinas podrían incrementar sus ventas en el exterior, lo que contribuiría no sólo a reactivar la economía interna sino también a generar los dólares necesarios para pagar servicios de la deuda externa y ganancias de filiales locales de empresas extranjeras.