Casa vs. Estado
La economía del
Estado es como la de una casa. Nuestros padres nos inculcaron, sabiamente,
que sólo se puede gastar hasta donde se tiene. Los
medios, que hoy reemplazan al libro y a la escuela en la formación
de opiniones, han repetido esta patraña hasta el cansancio,
al punto de encontrar en políticos, parlamentarios y comunicadores,
a fieles repetidores de lo que es una falacia, porque lo que puede
ser cierto para un individuo no tiene por qué serlo para
el colectivo. Es un saber ingenuo. Frente a él, se encuentra
que ningún ahorro adicional en un hogar (o en unos pocos)
alcanza para generar una caída en las ventas, el despido
de empleados y la iniciación de un proceso contractivo de
la actividad económica. Pero la reducción del gasto
público sí lo logra. De igual modo, ningún
gasto de un hogar (o de unos pocos) basta para provocar un aumento
visible de ventas, mayor demanda de trabajadores y comenzar un proceso
expansivo de la demanda global, que expande desde el comercio hasta
los sectores productivos. Pero el Estado sí puede hacerlo
y eso no sólo fue descubierto por Keynes en 1933, sino también
por numerosos autores de distintos países, al menos desde
el siglo XVIII. En Economía no se reparte meramente lo que
hay en existencia, sino que se ponen en marcha procesos que aumentan
o reducen lo que hay. No ha de confundirse contabilidad
-que es el registro de lo que ocurrió con economía
que son decisiones sobre lo que habrá de ocurrir.
Tampoco debe confundirse déficit cero con reducción
del gasto público. Si el Estado gasta (G) lo mismo que le
ingresa (I), o G=I, el déficit (D) es cero: D=G . I=0; o
bien, todo (el cien por ciento de) lo que se gasta está cubierto
por ingresos: I/G=1=100%. Es evidente que se puede duplicar el gasto
(2G) si a la vez se duplica el ingreso (2I), sin que se salga del
déficit cero: 2I/2G=I/G=1. Por ejemplo, un aumento del gasto
público, sabiamente orientado, puede provocar una expansión
varias veces superior de la actividad económica, si se controla
que el efecto expansivo no fugue al exterior como importaciones;
tal expansión naturalmente aumenta el ingreso del Estado,
el que, si es captado eficientemente, puede financiar la expansión
del gasto. ¿Por qué se elige el camino opuesto generar
una reducción global del salario nominal de los trabajadores
públicos con las secuelas de incertidumbre y empobrecimiento
que traerá tal medida?
El
dolor
Los
números que se escriben en la pizarra no eran, según
Platón, más que meras imitaciones de las ideas
de los verdaderos números, apariencias de ellos.
Los números de la deuda externa, sin embargo, aun si son
apariencias o imitaciones, son los más dolorosos del país.
Con todo, el problema está planteado como para reducir el
dolor social tanto como se desee. No todos recordarán la
ecuación llamada hipérbola equilátera,
según la cual una magnitud y tomaba distintos valores (decrecientes)
conforme otra magnitud x asumía valores crecientes. La expresión
formal es: y=k/x, donde k es una constante. Por ejemplo k=10. Para
x=20, es k/x=10/20=´=y. Si achicamos x, por ejemplo x=10,
y aumenta (a 1). Si aumentamos x, por ejemplo x=40, y disminuye
(a ¨). La reciente campaña del déficit cero
se basó en que el país tiene el crédito externo
cortado y no puede emitir más deuda. Es decir, debe hasta
donde se endeudó antes y no puede incrementar esa cifra,
digamos D. Por otra parte, alguien entre la población (en
este caso, empleados públicos y jubilados del sistema de
reparto) tiene que privarse de parte de sus haberes para pagar la
deuda externa. Pero venga de donde venga, sale todo del ingreso
nacional (llamémosle Y). Por tanto, una medida del dolor
(d) global que inflige la deuda es d=D/Y. Como Y es variable y D
constante (por el déficit cero), estamos ante
una hipérbola equilátera. Un nivel bajo de Y es en
sí doloroso, porque supone desempleo, pobreza y todo tipo
de privaciones. Es evidente que d puede reducirse con sólo
aumentar el nivel de actividad económica, a condición
de no contraer más deuda externa. El Estado tiene en sus
manos la posibilidad de implantar un régimen tributario que
no descanse en los menores ingresos y haga recaer el impuesto en
estratos de ingresos altos, como ocurre en los países más
adelantados. Si al mismo tiempo frena la importación de bienes
extranjeros competitivos con los del país, cualquier ingreso
adicional de asalariados se convertirá de inmediato en gasto
y contribuirá a reactivar la economía. O bien, a un
tipo de cambio adecuado, muchas producciones argentinas podrían
incrementar sus ventas en el exterior, lo que contribuiría
no sólo a reactivar la economía interna sino también
a generar los dólares necesarios para pagar servicios de
la deuda externa y ganancias de filiales locales de empresas extranjeras.
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