Vacas
sagradas
Hay
sociedades que asumen sacrificios o privaciones por convicción
religiosa o de otro tipo que para algunos son incomprensibles. Uno
de los casos que usualmente se menciona es el de la India, con una
porción importante de su población en la pobreza,
con carencias varias, pero donde las vacas son sagradas. La mayoría
de los habitantes de ese país cree en la reencarnación,
uno de los principales postulados de la religión hindú.
No se puede matar, según esa fe, a ningún ser vivo,
puesto que creen que las almas se reencarnan en animales o en otros
seres humanos. El andar libre de vacas, activo alimentario y de
valor de exportación, por las polvorientas calles de ciudades
de la India entre muchedumbre de humildes e indigentes no resulta
fácil de entender para el resto que no conoce la profundidad
espiritual de ese culto. Pero la India no es el único país
que eleva al altar de lo sagrado lo que para otros les parece una
necedad o terquedad mayúscula. En Argentina se ha dispuesto
a la convertibilidad con su paridad 1 a 1 y el respeto de los compromisos
externos al nivel de lo sagrado. Cualquier sacrificio es válido
para cuidar esas vacas. La diferencia con las de la
India es que en ese país existe una verdadera e intensa fe
religiosa para venerarlas. En cambio, aquí la adoración
tiene otros intereses menos espirituales.
Para ciertos financistas y analistas de bancos de inversión
internacionales el esfuerzo de Argentina para defender la identidad
del peso con el dólar les resulta tan incomprensibles como
las vacas sagradas en India. Lo cierto es que, más allá
de las apuestas especulativas de esos operadores, la sociedad argentina
asume con esa política cambiaria un costo elevadísimo,
de pobreza, destrucción de lo poco que queda del parque industrial,
de desocupación y marginación. Poco importaría
lo que piensen afuera sobre la defensa de la sagrada paridad del
1 a 1 si los costos asociados a esa política cambiaria se
distribuyeran de otra forma, involucrando a los sectores de mayores
ingresos y a nichos de privilegios impositivos en el objetivo de
sostener esa fantasía. Cada sociedad es libre de optar por
sus sacrificios, al menos si es consciente de ellos. Por lo pronto,
una reciente encuesta de Gallup indica que apenas el 16 por ciento
de la población está a favor de salir de la convertibilidad.
Pero los costos del último ajuste alcanzaron niveles impensados,
como el del recorte de jubilaciones. Puede ser que esa poda, que
en los próximos meses superaría al 13 por ciento tal
como viene la recaudación impositiva, sea el límite
del respeto a la bendita convertibilidad. O no.
Sin importar la fe cambiaria de los argentinos, en el exterior se
la observa como un bicho raro en el actual contexto de monedas fluctuando
libremente. Y no acompañan ese dogma al momento de hacer
negocios. Se sabe que el país tiene vedado el acceso al crédito
internacional y al local sólo lo consigue a tasas ruinosas.
También las empresas tienen dificultades crecientes para
emitir títulos de deuda, incluso para los grupos más
poderosos. Estos sólo consiguen colocar bonos con originales
cláusulas que liberan a los inversores de quedar atrapados
de la vaca sagrada argentina. Uno de esos casos fue
revelado en el último informe del Departamento de Renta Fija
del Banco Río: Pecom Energía, una de las principales
empresas del Grupo Pérez Companc, emitió un papel
por 220 millones con un seguro para el inversor. En caso de no
convertibilidad, precisaron en el documento del Río,
los tenedores de ese bono distribuido por el Deutsche Bank cobrarán
en petróleo. Pérez Companc consiguió así
esos recursos a una tasa del 9,3 por ciento anual, imposible para
el Gobierno y muchas otras grandes empresas a través de colocaciones
tradicionales. Ese es el beneficio de la herejía cambiaria.
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