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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
12 AGOSTO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López

Conservadores

Nuestro drama es realizar un proyecto –alcanzar objetivos– dentro de nuestro tiempo de vida, una restricción incierta pero fatal, a la que se suman otras casi tan inexorables: los ingresos familiares y los precios de los bienes. Uno no puede fijar su propio ingreso, porque uno solo no se da empleo ni fija su salario; ni puede fijar el precio de los bienes, porque el consumo de uno es una parte insignificante de toda la demanda. Los ingresos y los precios son magnitudes supraindividuales: resultan de millones de decisiones de familias, de empresas privadas, del gobierno y del exterior. Uno puede gastar su ingreso o ahorrarlo y eso no cambia el mundo. Pero, si muchos consumen más, pueden incrementar el gasto global y con ello inducir a las empresas a ofrecer más empleo; o consumir menos, reducir el gasto global y desanimar a las empresas, que darán menos empleo. El gobierno puede influir en las decisiones por innumerables caminos que sólo él puede usar, tales como elegir a quiénes favorecer con subsidios o gravar con impuestos. Pero no puede mantener a la vez y para siempre ocupación plena y nivel de precios estable. Ya Hume, en 1752, notó que a medida que el empleo crecía, tendían a subir salarios y precios. ¿Qué objetivo elige un gobierno? Ello depende de su signo político y por tanto a qué valores se subordina. Lo que en EE.UU. son partidos demócratas o republicanos aquí son populares o conservadores. Un gobierno popular busca que todos tengan ingreso y ello se consigue creando empleo. Un gobierno conservador busca que no pierdan valor las divisas de los ricos ni bajen las ganancias de las empresas, y esto se consigue con precios estables y salarios bajos. La “estabilidad” en sentido popular ve el pleno empleo como fin y el gasto público como medio. La “estabilidad” en sentido conservador ve como meta inflación cero y salarios bajos, y como instrumento al empleo. En el segundo caso, mantener en desempleo –como potencial reemplazante de quienes reclamen más salarios y mejores condiciones de labor– apenas a un 10 por ciento de la fuerza de trabajo, disciplina y silencia quejas del otro 90. David Vines, experto en política macroeconómica, dijo: “[los economistas conservadores] aseguran frenar la inflación con políticas recesivas, que usan la amenaza de desempleo potencial como ayuda para contener el alza salarial” (Royal Bank of Scotland Review, 1986).

Jíbaros

Los primeros en clasificar el capital y en examinar los rasgos característicos de sus componentes fueron los fisiócratas. Adam Smith no sabía nada de ello antes de conocer a los fisiócratas en París, pero después superó notoriamente a sus maestros. Entre otras cosas, analizó la dinámica de las inversiones, o destinos que va teniendo el capital según un país avanza: en sus inicios, el capital se invierte en la agricultura, luego en la industria y luego en el comercio internacional. Vieytes, al leer esto, dijo: tenemos tanta tierra y tan poco capital, que todos los capitales que aparezcan irán a parar al fondo de la tierra, y eso por seis siglos por lo menos. Una década después, al ocurrir el descenso de la tasa de ganancia del capital en Inglaterra, atribuido a invertirlo en tierras marginales, Ricardo propuso evitar la caída de la tasa de ganancia invirtiendo el capital en tierras fértiles extranjeras, e importar sus producciones. Por primera vez aparecía la inversión en el extranjero como medio para sostener y aun acrecentar las utilidades del capital. Inglaterra tardó treinta años en llevar a la práctica el mensaje ricardiano. Pero cuando lo hizo, desde 1846, se fijó en la Argentina como una jugosa naranja por exprimir. “Inglaterra –escribió J. H. Williams en 1929– halló conveniente producir trigo y carne (y para tal fin exportar capital) en la Argentina”. Williams no aludía a la radicación de labradores extranjeros en las pampas, acaso por no considerar al trabajo,y sí al capital, como factor limitativo (dadas las grandes migraciones de ultramar entre 1850 y 1930). El resultado fue un sistema mundial de producción e intercambio, en el que a la Argentina se le asignó el papel de exportadora de materia prima e importadora de manufacturas. Raúl Prebisch descubrió que en ese esquema los países industriales, a través del comercio, captaban todo el fruto del avance tecnológico, sin compartirlo con sus socios comerciales, los agroexportadores. Con todo, ese tipo de capital producía bienes comerciables por otros bienes. En cambio, el capital al que hoy se seduce eximiéndolo de impuestos, dándole seguro de cambio mediante el régimen 1 dólar 1 peso, y garantizando sus ganancias con la recaudación tributaria, no produce un solo gramo de materia. O peor aun: impide producir y jibariza al país, su salud pública, su educación popular y su cultura nacional.