Plan premio
En
la literatura sobre economía es frecuente el tratamiento
de las crisis financieras. El exceso especulativo, que se resume
en manía, y la reversión de ese exceso en crisis,
crac o pánico demuestra ser históricamente común.
Pero para conocer esos procesos es recomendable no limitarse al
estudio de lo que se denomina economía matemática
(variables que buscan el equilibrio) y ampliar el campo de análisis
hacia la economía literaria (comportamiento de
agentes económicos que definen el comportamiento de esas
variables). Al menos así, al atenuarse la ignorancia de los
hacedores de política económica, se evitarían
o se reducirían sacrificios a la sociedad. Desde la manía
de los bulbos de tulipanes en 1634, en Holanda, hubo innumerables
crisis financieras. Las más recientes y, fundamentalmente,
desde el crac del 29 de Wall Street, revelaron que, con matices
propios, todas se superaron cuando irrumpe un prestamista
de última instancia que acude al rescate. Este proporciona
estabilidad que el mercado privado, capturado por el pánico
y la especulación, es incapaz de ofrecer a sí mismo.
Es cierto que el papel del prestamista de último recurso
está cargado de ambigüedad y dilemas. Y también
es cierto que no necesariamente su presencia e intervención
resuelva la crisis. Pero sin él, el colapso es inevitable.
La economía argentina está sumergida en una profunda
crisis financiera, emergente de un modelo de acumulación
de rapiña de los recursos públicos por parte de los
grupos económicos más concentrados. Domingo Cavallo
fracasó en su intento de buscar que converjan nuevamente,
como a principios de los 90, los intereses al interior del poder
económico. Con ese objetivo presentó iniciativas una
tras otra, en una estrategia errática que no terminó
de convencer a nadie, provocando de ese modo la agudización
de la crisis. Su estrategia de gestos arrojados hacia uno y otro
bando no le sirvieron: incorporación del euro a la convertibilidad,
el factor empalme, planes de competitividad, megacanje, Déficit
Cero. Nada de ello sirvió. Disparada la corrida, el argumento
para minimizar esas iniciativas es que había que ver
los resultados.
Recién en estos días, cuando la sangría de
depósitos se aceleraba acercando peligrosamente el fantasma
del default y devaluación, Cavallo tomó por primera
vez la iniciativa de enfrentar a la crisis; no de pedirle clemencia.
Esto no significa que, dada la dinámica que asumió
la fuga, pueda detenerla. Pero, al menos, se ha estirado el horizonte
con la carta jugada de proponer el pago de impuestos con títulos
públicos. Y también con el paquete de auxilio del
FMI y la liberación del crédito de salvataje contratado
a bancos extranjeros para asistir al sistema financiero local. Esos
auxilios vienen a actuar de prestamista de última instancia
ante el deterioro de la calidad de la convertibilidad y de las defensas
del sistema bancario.
Al habilitarse el pago de impuestos con bonos, se apunta a revertir
la tendencia a la baja de las cotizaciones, empujada por operaciones
especulativas que tenían como protagonistas a Goldman Sachs,
JP Morgan, Lehman Brothers y Deutsche Bank, entre otros. Esa medida
financiero-impositiva concentra en el mercado una demanda poderosa,
constituida por las principales empresas que operan en el país,
que estaba atomizada para revitalizar los precios de los bonos.
El equipo económico aspira a que esa estrategia desplome
el riesgo país y, enfriado ese termómetro de la crisis,
se tranquilicen los ahorristas dejando el dinero en los bancos.
Esta es la última apuesta de Cavallo para evitar lo que dice
que quiere evitar: el default y la devaluación. Y lo explicitó,
a su forma, en su último discurso en el Banco Nación
cuando detalló el Plan Premio: En el exterior no nos
tienen confianza. No nos creen. Nosotros somos los que tenemos que
confiar, dijo dramáticamente. Así involucró
a las grandes empresas y bancos en la responsabilidad de salir de
esta crisis financiera. Si no salen a comprar bonos para pagar impuestos,
ya se sabe cuál será el desenlace.
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