�Amarcord�
Los negociadores argentinos en el exterior se caracterizaron por
entregar partes del país. Su lenguaje era sírvase
esto, sírvase aquello, entregando a los ricos del extranjero
bienes que no eran propiedad de los negociadores y sin poseer consentimiento
de la ciudadanía para disponer de éstos. Se parecen
a aquella agraciada damisela de Amarcord, encargada de hacer pasar
momentos agradables a notables de visita en el pueblo, a los que
se entregaba diciéndoles sírvase usted.
Así obró el ministro de Relaciones Exteriores Manuel
J. García, que firmó el 24/5/1827 en Brasil un tratado
que quería el Imperio Británico, cediendo Uruguay.
En febrero de 1933, la misión a Londres del vicepresidente
Julio A. Roca, admirador de Inglaterra, incluía como negociador
a Guillermo Leguizamón, abogado de los ferrocarriles ingleses,
que apoyaba las pretensiones inglesas. En tanto el imperio ofrecía
suspender un tiempo el cobro de los servicios financieros de nuestra
deuda externa; nuestros negociadores lo rechazaron.
No iban para resolver problemas de la gente mucha deambulaba
entonces por los barrios pidiendo comida sino los problemas
de un puñado de empresarios de la carne, que incluía
a los productores argentinos, afectados por los acuerdos de Ottawa
celebrados en agosto de 1932 por Inglaterra; a los frigoríficos
(dominados por Inglaterra) y al mercado inglés de carnes.
¿La misión argentina buscaba defender a los productores
locales o garantizar que al pueblo inglés no le faltase carne?
Los productores pedían una cuota segura de importación
británica y la misión sólo obtuvo la promesa
de que Inglaterra, en caso de tener que reducir la cuota, consultaría
a la Argentina. A cambio, el país, que tenía control
de cambios, garantizó entregar las divisas necesarias para
que las empresas inglesas remesaran sus ganancias; aceptó
que las libras producidas por la exportación de carnes quedaran
en el Banco de Inglaterra, que las liberaría para pagar exportaciones
inglesas a la Argentina; se prometió un trato benévolo
a empresas británicas; se prometió un tipo de cambio
exento de devaluación para remesas de utilidades de los ferrocarriles
ingleses; al control inglés de los ferrocarriles se añadió
el monopolio del transporte en la ciudad de Buenos Aires a la compañía
inglesa de tranvías. El acuerdo fue presentado como un triunfo
del país.
Historias
La
historia de la ciencia económica tiene en el
país una antigüedad respetable. Así la llamó
Bernardino Rivadavia el 28 de noviembre de 1823 cuando por decreto
dispuso crear la enseñanza de Economía Política
en la Universidad de Buenos Aires. Luego se llamaría Historia
de las Doctrinas Económicas e Historia del Pensamiento Económico.
En 1823, año en que falleció Ricardo, no existía
la práctica de historiar esta área del conocimiento
y los únicos precedentes eran una obrita de Dupont de Nemours
llamada Del origen y progresos de una ciencia nueva, centrada en
la Fisiocracia, y la Riqueza de las Naciones de Smith, cuyo libro
IV contenía capítulos destinados al mercantilismo
y la fisiocracia. La exigencia de Rivadavia, de que el profesor
de Economía redactase la historia de la disciplina para uso
de los alumnos, no se cumplió, y una materia dedicada a ese
tema recién aparece en 1912, en el Instituto de Altos Estudios
Comerciales, cuyo currículum contenía la asignatura
Historia de las doctrinas económicas como parte de un plan
de estudios de licenciado en Economía, carrera separada de
la de contador público. Tal instituto fue convertido en 1913
en Facultad de Ciencias Económicas y sus carreras, fusionadas
en una sola, doctor en Ciencias Económicas, en cuyo currículum
se eliminó Historia de las Doctrinas Económicas. Reapareció
en 1930, como un seminario cuatrimestral optativo, conducido por
Emilio Ravignani, con contenidos de historia económica, más
que de historia de la ciencia. Poco después se incorporó
al plan de estudios y su enseñanza corrió a cargo
de Juan José Díaz Arana, antiguo profesor de Economía
en la Facultad de Derecho, quien al cabo de varios ciclos lectivos
dejó esa enseñanza de Historia, que continuaron Luis
Roque Gondra y Diego Luis Molinari hasta que, en 1941, por concurso,
la cátedra quedó a cargo de Ovidio V. Schiopetto.
Este profesor descansó en la colaboración de Evaristo
M. Piñón Filgueira y Carlos A. Lenna, quienes se alternaron
en su enseñanza durante 1948-56: entre los tres produjeron
aportes al conocimiento que cubren desde épocas bíblicas,
antigua Grecia y Roma y la Escolástica, hasta la época
mercantilista. En 1957 se produjo la importante incorporación
de Julio H. G. Olivera como adjunto de Schiopetto y, en 1960, la
presencia del notable estudioso Oreste Popescu, quien sólo
dictó la asignatura un año.
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