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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
26 AGOSTO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López
�Amarcord�

Los negociadores argentinos en el exterior se caracterizaron por entregar partes del país. Su lenguaje era “sírvase esto, sírvase aquello”, entregando a los ricos del extranjero bienes que no eran propiedad de los negociadores y sin poseer consentimiento de la ciudadanía para disponer de éstos. Se parecen a aquella agraciada damisela de Amarcord, encargada de hacer pasar momentos agradables a notables de visita en el pueblo, a los que se entregaba diciéndoles “sírvase usted”. Así obró el ministro de Relaciones Exteriores Manuel J. García, que firmó el 24/5/1827 en Brasil un tratado que quería el Imperio Británico, cediendo Uruguay. En febrero de 1933, la misión a Londres del vicepresidente Julio A. Roca, admirador de Inglaterra, incluía como “negociador” a Guillermo Leguizamón, abogado de los ferrocarriles ingleses, que apoyaba las pretensiones inglesas. En tanto el imperio ofrecía suspender un tiempo el cobro de los servicios financieros de nuestra deuda externa; nuestros “negociadores” lo rechazaron. No iban para resolver problemas de la gente –mucha deambulaba entonces por los barrios pidiendo comida– sino los problemas de un puñado de empresarios de la carne, que incluía a los productores argentinos, afectados por los acuerdos de Ottawa celebrados en agosto de 1932 por Inglaterra; a los frigoríficos (dominados por Inglaterra) y al mercado inglés de carnes. ¿La misión argentina buscaba defender a los productores locales o garantizar que al pueblo inglés no le faltase carne? Los productores pedían una cuota segura de importación británica y la misión sólo obtuvo la promesa de que Inglaterra, en caso de tener que reducir la cuota, consultaría a la Argentina. A cambio, el país, que tenía control de cambios, garantizó entregar las divisas necesarias para que las empresas inglesas remesaran sus ganancias; aceptó que las libras producidas por la exportación de carnes quedaran en el Banco de Inglaterra, que las liberaría para pagar exportaciones inglesas a la Argentina; se prometió un “trato benévolo” a empresas británicas; se prometió un tipo de cambio exento de devaluación para remesas de utilidades de los ferrocarriles ingleses; al control inglés de los ferrocarriles se añadió el monopolio del transporte en la ciudad de Buenos Aires a la compañía inglesa de tranvías. El acuerdo fue presentado como un triunfo del país.

Historias

La “historia de la ciencia” económica tiene en el país una antigüedad respetable. Así la llamó Bernardino Rivadavia el 28 de noviembre de 1823 cuando por decreto dispuso crear la enseñanza de Economía Política en la Universidad de Buenos Aires. Luego se llamaría Historia de las Doctrinas Económicas e Historia del Pensamiento Económico. En 1823, año en que falleció Ricardo, no existía la práctica de historiar esta área del conocimiento y los únicos precedentes eran una obrita de Dupont de Nemours llamada Del origen y progresos de una ciencia nueva, centrada en la Fisiocracia, y la Riqueza de las Naciones de Smith, cuyo libro IV contenía capítulos destinados al mercantilismo y la fisiocracia. La exigencia de Rivadavia, de que el profesor de Economía redactase la historia de la disciplina para uso de los alumnos, no se cumplió, y una materia dedicada a ese tema recién aparece en 1912, en el Instituto de Altos Estudios Comerciales, cuyo currículum contenía la asignatura Historia de las doctrinas económicas como parte de un plan de estudios de licenciado en Economía, carrera separada de la de contador público. Tal instituto fue convertido en 1913 en Facultad de Ciencias Económicas y sus carreras, fusionadas en una sola, doctor en Ciencias Económicas, en cuyo currículum se eliminó Historia de las Doctrinas Económicas. Reapareció en 1930, como un seminario cuatrimestral optativo, conducido por Emilio Ravignani, con contenidos de historia económica, más que de historia de la ciencia. Poco después se incorporó al plan de estudios y su enseñanza corrió a cargo de Juan José Díaz Arana, antiguo profesor de Economía en la Facultad de Derecho, quien al cabo de varios ciclos lectivos dejó esa enseñanza de Historia, que continuaron Luis Roque Gondra y Diego Luis Molinari hasta que, en 1941, por concurso, la cátedra quedó a cargo de Ovidio V. Schiopetto. Este profesor descansó en la colaboración de Evaristo M. Piñón Filgueira y Carlos A. Lenna, quienes se alternaron en su enseñanza durante 1948-56: entre los tres produjeron aportes al conocimiento que cubren desde épocas bíblicas, antigua Grecia y Roma y la Escolástica, hasta la época mercantilista. En 1957 se produjo la importante incorporación de Julio H. G. Olivera como adjunto de Schiopetto y, en 1960, la presencia del notable estudioso Oreste Popescu, quien sólo dictó la asignatura un año.