Herido
Cualquier
otro ministro de Economía se sentiría avergonzado.
O por lo menos
herido en su amor propio. O, si se quiere, un poco abochornado.
Pero no parece ser el caso de Domingo Cavallo, que en estos días
de crisis sus conferencias de prensa se han convertido en una burla
al sentido común por la cantidad de incoherencias que expresa.
Hay que tener una personalidad un tanto particular para no sentirse
incómodo ante la desinhibida exigencia del Fondo Monetario
y del Tesoro de Estados Unidos de realizar una operación
voluntaria y basada en el mercado para incrementar la viabilidad
del perfil de la deuda argentina. Ese objetivo fue el supuestamente
perseguido en el megacanje de deuda organizado por la troika Cavallo-Mulford-Marx,
concretado hace menos de tres meses. Nada menos que el FMI y el
Tesoro expresaron, en lenguaje diplomático y sin hacer referencias
directas, que esa operación de canje fue un fracaso. Y que
Argentina debe resolver el problema de la deuda con una ingeniería
financiera inteligente, como instruyó Paul ONeill,
secretario del Tesoro. Ese trueque ruinoso, que aumentó la
deuda a una tasa de interés del 15 por ciento anual por un
leve alivio en el pago de intereses en los próximos tres
años, no sirvió para alejar el fantasma del default,
sino que lo convocó con más fuerza. Ahora el Fondo
y el Tesoro alientan una nueva permuta o transacción que
sirva para disminuir la carga de la deuda. ¿Los bancos devolverán,
entonces, los exagerados 150 millones de dólares cobrados
por las comisiones del megacanje? ¿Cavallo invitará
otra vez a su amigo David Mulford a participar de la nueva operación?
¿O antes de que se concrete, Cavallo y Marx tendrán
que darse una vuelta por Tribunales para evitar su procesamiento
por las irregularidades registradas en el caganje?
También quedó en claro en las prolongadas tratativas
en Washington que el rescate FMI-Tesoro de EE.UU. fue logrado por
el miedo a una desestabilización política regional
que podría provocar la caída de Argentina más
que por convencimiento de su viabilidad económica. En el
directorio del Fondo existe consenso de que la paridad fija no es
la mejor política cambiaria. En el Tesoro les cuesta entender
la obstinación por defender la Convertibilidad. Y los analistas
de bancos de inversión no terminan de asimilar la vocación
militante de los argentinos por defender el 1 a 1. Lo cierto es
que hasta el parto del salvataje, en los momentos de los pujos,
la devaluación fue uno de las propuestas que con más
insistencia impulsaron varios directores del Fondo.
Del mismo modo evidente fue el papel secundario de Cavallo en esa
negociación clave para evitar el colapso. El mediterráneo
ya perdió todo el encanto con el que había cautivado
inicialmente al Gobierno. En el exterior ha perdido brillo e influencia.
Y en la gente la magia de la mingomanía desapareció.
Fracasó en todos sus intentos por sacar a la economía
de la recesión. Más bien, sus medidas inconsultas
y presentadas en forma caótica colaboraron para generar más
incertidumbre y, por lo tanto, profundizaron la crisis. A esta altura,
no parece una buena estrategia que Cavallo sea quien busque tranquilizar
a los ahorristas convocándolos a que regresen sus depósitos
al sistema local. Su palabra se ha devaluado. A propósito,
¿cuándo traerá Sonia el dinero que tienen colocado
en un fondo en el exterior?
Con el poco respiro que otorga ese acuerdo con el FMI, ciertos hombres
muy cercanos a Fernando de la Rúa han empezado a evaluar
cambios en Economía. Dicen que no despierta esperanza en
un sector de la población, que no interviene en la resolución
de los problemas (Colombo se ocupa de los gobernadores y de la reforma
del Estado, Marx del FMI, Giavarini de persuadir al G7) y que cada
vez que habla confunde. Concluyen, entonces, que Cavallo habría
terminado un ciclo. El Mingo está herido.
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