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DESECONOMIAS |
por
Julio Nudler
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Ahora
le presentaremos dos discursos contrapuestos, para que usted elija
el que prefiera.
Discurso 1: La culpa de lo que nos pasa la tienen el Fondo
Monetario, la banca internacional, las multinacionales y todos
los delincuentes de guante blanco que se han venido robando las
riquezas de este país, con la complicidad de los políticos
corruptos. Quien quiera saber por qué estamos arruinados
que lea el Informe Carrió. Lo que hay que hacer es desconocer
la deuda, que es toda ilegítima, dejar de pagar los intereses
usurarios y utilizar esos recursos para generar empleo y eliminar
la pobreza. Además, hay que proteger la producción
nacional contra las importaciones y cobrarles impuestos a los
ricos y no a los pobres.
Discurso 2: La culpa de lo que nos pasa la tenemos exclusivamente
los argentinos, que hemos perdido toda credibilidad ante el mundo
porque nunca cumplimos los compromisos asumidos. Y, en particular,
los responsables de este desastre son los políticos, verdaderos
maniáticos del gasto improductivo. Para financiar un Estado
que no dejó de crecer endeudaron cada vez más al
país, hasta que afuera nos cortaron el crédito y
se acabó la fiesta. Ahora esos políticos adoptan
el Déficit Cero, no porque crean en él sino porque
no les queda otro remedio. De la crisis se sale reduciendo el
Estado y cortando el gasto público todo lo que haga falta.
Además, hay que abrir verdaderamente esta economía
cerrada, desregular todo y combatir la evasión fiscal a
cualquier nivel.
Si usted adhiere al primer discurso, deje lo que esté haciendo,
consígase un bombo o un tambor, o fabríquese una
pancarta contra Cavallo o Bush, y fíjese en la Filcar qué
ruta del conurbano puede cortar. Si en cambio se siente interpretado
por el segundo discurso, empiece a despachar e-mails a toda la
libreta de direcciones de su Outlook Express para armar cadenas
virtuales contra el gasto político o los piqueteros que
conculcan el derecho a la libre circulación. Pero si ninguno
de los dos discursos le sienta, absténgase, lea a Proust,
escuche a Bruckner o juegue al ludo.
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