Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
23 SEPTIEMBRE 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López

Doctrina

Qué intereses encarna el Estado? ¿Quién podría decir, como Luis XIV, “el Estado soy yo”? ¿Cómo se conectan los intereses de estados pequeños con los intereses de estados más grandes y más ricos? La opinión de Adam Smith merece atención, por haberla aplicado al Plata el autor de nuestra Constitución nacional y porque la ideología prevaleciente, el liberalismo económico, deriva de Smith. El escribió: “En la edad pastoril, el período de la sociedad en que la desigualdad de fortuna comienza a tener lugar, se introduce entre los hombres un grado de autoridad y subordinación que posiblemente antes no hubiera podido existir. Ella introduce cierto grado del gobierno civil que es indispensablemente necesario para su propia conservación. Los ricos, en particular, están necesariamente interesados en sostener tal orden de cosas, único capaz de asegurarles la posesión de sus propias ventajas. Los hombres de riqueza menor se combinan para defender la posesión de las propiedades de los de riqueza superior, a fin de que los hombres de riqueza superior puedan combinarse para defender a los inferiores en la posesión de la suya. Todos los pastores y ganaderos menores sienten que la seguridad de sus propios rebaños y haciendas depende de la seguridad de los grandes pastores y ganaderos; que el mantenimiento de su pequeña autoridad depende de la autoridad del superior, y que de su subordinación a este último depende su poder de mantener a sus inferiores subordinados a él. Ellos son una suerte de pequeña nobleza, interesada en defender la propiedad y sostener la autoridad de su propio pequeño soberano, para que pueda defender la propiedad y sostener la autoridad de ellos. El gobierno civil, en cuanto es instituido para seguridad de la propiedad, se instituye en realidad para la defensa del rico contra el pobre, o de quienes tienen alguna propiedad contra quienes no tienen ninguna en absoluto”. Y concluía: “Dondequiera hay gran propiedad, existe gran desigualdad. Por cada rico hay quinientos pobres y la abundancia de pocos supone la indigencia de muchos. La abundancia del rico excita la indignación del pobre, quien a menudo movido por la necesidad y disparado por la envidia, invade sus posesiones. Sólo bajo el escudo del magistrado civil el dueño de una propiedad valiosa, adquirida por el trabajo de muchos años o aun generaciones, puede dormir tranquilo una sola noche”.

¿Quién vendrá?

A fines de los setenta el gobierno de facto había resuelto entrar en guerra con Chile. Iban al sur convoyes a oscuras repletos de soldados. El intento pronto se detuvo, no sin dejarme observar cómo el pánico hacía presa de la gente joven, más decorosa de volverse invisibles para no ser reclutados que de ganar el primer premio en la lotería. De pronto había aflorado en ellos una cobardía insuperable. Es cierto que el gobierno de entonces degradaba al pueblo al rango de ciudadanos de segunda y no merecía de él ayuda alguna. Pero después se abolió el servicio militar, se alargaron las jornadas laborales y el poco tiempo en el hogar se llenó con programas emitidos por grandes multimedios manejados desde el exterior, que nos hicieron ver más cercano a Pearl Harbor que al bombardeo del 16 de junio de 1955 y que todo lo de acá pareciese más pequeño y menos importante. Si algo pasa, ¿quién vendrá a defendernos? Por cierto no el hombre común, minado en su capacidad de discernir. Adam Smith describió este efecto sobre el carácter de la población: “En el progreso de la división del trabajo, el empleo de la gran mayoría de aquellos que viven de su trabajo, esto es, del grueso de la gente, termina limitándose a unas pocas operaciones simples, una o dos. Pero la inteligencia de los hombres la forman necesariamente sus ocupaciones ordinarias. Un hombre que pasa su vida entera realizando unas pocas operaciones simples, cuyos resultados son siempre los mismos, no tiene oportunidad de ejercitar su inteligencia o su inventiva, buscando soluciones para resolver dificultades que nunca se le presentan. Pierde el hábito de tal gimnasia, y se convierte en una criatura humana todo lo estúpida e ignorante que puede serlo. Su letargo mental lo hace no solamente incapaz de disfrutar o de participar en una conversación nacional, sino aun de concebir sentimientos generosos, nobles o tiernos y, por consiguiente, de formarse juicios precisos respecto de muchos de ellos, aun en los más corrientes problemas de la vida. Es del todo incapaz de formarse un juicio de los intereses grandes y extensos del país; y a menos que para hacerle cambiar se realicen grandes esfuerzos, será igualmente incapaz de defender a su país en una guerra. Lo uniforme de su vida estacionaria corrompe naturalmente el valor de su mente y le hace ver con repugnancia una vida irregular, incierta y aventurera como la del soldado”.