Doctrina
Qué intereses encarna
el Estado? ¿Quién podría decir, como Luis XIV,
el Estado soy yo? ¿Cómo se conectan los
intereses de estados pequeños con los intereses de estados
más grandes y más ricos? La opinión de Adam
Smith merece atención, por haberla aplicado al Plata el autor
de nuestra Constitución nacional y porque la ideología
prevaleciente, el liberalismo económico, deriva de Smith.
El escribió: En la edad pastoril, el período
de la sociedad en que la desigualdad de fortuna comienza a tener
lugar, se introduce entre los hombres un grado de autoridad y subordinación
que posiblemente antes no hubiera podido existir. Ella introduce
cierto grado del gobierno civil que es indispensablemente necesario
para su propia conservación. Los ricos, en particular, están
necesariamente interesados en sostener tal orden de cosas, único
capaz de asegurarles la posesión de sus propias ventajas.
Los hombres de riqueza menor se combinan para defender la posesión
de las propiedades de los de riqueza superior, a fin de que los
hombres de riqueza superior puedan combinarse para defender a los
inferiores en la posesión de la suya. Todos los pastores
y ganaderos menores sienten que la seguridad de sus propios rebaños
y haciendas depende de la seguridad de los grandes pastores y ganaderos;
que el mantenimiento de su pequeña autoridad depende de la
autoridad del superior, y que de su subordinación a este
último depende su poder de mantener a sus inferiores subordinados
a él. Ellos son una suerte de pequeña nobleza, interesada
en defender la propiedad y sostener la autoridad de su propio pequeño
soberano, para que pueda defender la propiedad y sostener la autoridad
de ellos. El gobierno civil, en cuanto es instituido para seguridad
de la propiedad, se instituye en realidad para la defensa del rico
contra el pobre, o de quienes tienen alguna propiedad contra quienes
no tienen ninguna en absoluto. Y concluía: Dondequiera
hay gran propiedad, existe gran desigualdad. Por cada rico hay quinientos
pobres y la abundancia de pocos supone la indigencia de muchos.
La abundancia del rico excita la indignación del pobre, quien
a menudo movido por la necesidad y disparado por la envidia, invade
sus posesiones. Sólo bajo el escudo del magistrado civil
el dueño de una propiedad valiosa, adquirida por el trabajo
de muchos años o aun generaciones, puede dormir tranquilo
una sola noche.
¿Quién
vendrá?
A
fines de los setenta el gobierno de facto había resuelto
entrar en guerra con Chile. Iban al sur convoyes a oscuras repletos
de soldados. El intento pronto se detuvo, no sin dejarme observar
cómo el pánico hacía presa de la gente joven,
más decorosa de volverse invisibles para no ser reclutados
que de ganar el primer premio en la lotería. De pronto había
aflorado en ellos una cobardía insuperable. Es cierto que
el gobierno de entonces degradaba al pueblo al rango de ciudadanos
de segunda y no merecía de él ayuda alguna. Pero después
se abolió el servicio militar, se alargaron las jornadas
laborales y el poco tiempo en el hogar se llenó con programas
emitidos por grandes multimedios manejados desde el exterior, que
nos hicieron ver más cercano a Pearl Harbor que al bombardeo
del 16 de junio de 1955 y que todo lo de acá pareciese más
pequeño y menos importante. Si algo pasa, ¿quién
vendrá a defendernos? Por cierto no el hombre común,
minado en su capacidad de discernir. Adam Smith describió
este efecto sobre el carácter de la población: En
el progreso de la división del trabajo, el empleo de la gran
mayoría de aquellos que viven de su trabajo, esto es, del
grueso de la gente, termina limitándose a unas pocas operaciones
simples, una o dos. Pero la inteligencia de los hombres la forman
necesariamente sus ocupaciones ordinarias. Un hombre que pasa su
vida entera realizando unas pocas operaciones simples, cuyos resultados
son siempre los mismos, no tiene oportunidad de ejercitar su inteligencia
o su inventiva, buscando soluciones para resolver dificultades que
nunca se le presentan. Pierde el hábito de tal gimnasia,
y se convierte en una criatura humana todo lo estúpida e
ignorante que puede serlo. Su letargo mental lo hace no solamente
incapaz de disfrutar o de participar en una conversación
nacional, sino aun de concebir sentimientos generosos, nobles o
tiernos y, por consiguiente, de formarse juicios precisos respecto
de muchos de ellos, aun en los más corrientes problemas de
la vida. Es del todo incapaz de formarse un juicio de los intereses
grandes y extensos del país; y a menos que para hacerle cambiar
se realicen grandes esfuerzos, será igualmente incapaz de
defender a su país en una guerra. Lo uniforme de su vida
estacionaria corrompe naturalmente el valor de su mente y le hace
ver con repugnancia una vida irregular, incierta y aventurera como
la del soldado.
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