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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
23 SEPTIEMBRE 2001








 DESECONOMIAS
 por Julio Nudler


Multinacionales patrióticas

Antes, “globo” era sinónimo de mentira, con lo cual la globalización, de la que aún no se hablaba, hubiera podido sugerir una propagación de la mentira (y con el tiempo ha terminado sugiriéndolo nomás). Pero ahora, cuando el significado concreto de la patria, en este caso la Argentina, se ha vaciado casi por completo, para bien y para mal, parece haberse vuelto útil como argumento de venta. Es, por lo menos, lo que creen los publicitarios (que, de paso, se hacen o dejan llamar “publicistas” cuando no lo son, porque publicista es alguien versado en diversas materias que divulga ideas y conocimientos). Ahora resultaría eficaz envolverse, cual Cecilia Bolocco, en la enseña blanquiceleste, entre otras cosas porque amplía el espectro de la propaganda: se supone que desde el más rico al más pobre, ¡todos somos argentinos y estamos orgullosos de serlo!
Las multinacionales, siempre atentas a los sentimientos de la gente, están argentinizando su imagen, a veces implícitamente, como en el aviso del cocacolero en la tribuna del Monumental, y otras de modo explícito, como Repsol o Unilever, que está auspiciando en Rosario la confección de la bandera más grande que jamás haya existido. Quizá las frustraciones exacerben por contraste el fervor nacionalista, como esos hinchas que coreaban “ganamos, perdemos, al Rojo lo queremos”. No obstante, otros publicitarios siguen convencidos de que aquí vende más el inglés que el castellano, o un saxo que un bandoneón.
Históricamente, “industria nacional” era indicio de mala calidad. Sólo lo importado era bueno. Ahora, como casi nada se fabrica en el país, y además se importa mucha chatarra, aquella sabiduría perdió sustento. Y fue significativo el impacto que causó este año en el público el slogan “Aerolíneas Argentinas, línea de bandera”, aunque careciera de todo sentido material, más allá de lo simbólico. Quizá la virtud de este último plano es su disociación de la torva realidad. Es la fractura que les permite a las transnacionales presentarse como lo que no son, y a los políticos-mercancía también.