La
derrota
SLa Argentina es como
un tren en que viajan pasajeros de primera y de segunda, detenido
en algún punto del camino a la espera de una señal
que nunca llega. Hay un solo vagón de primera, cuyos pasajeros
viven de ganancias. El resto, vagones de segunda cuyos pasajeros
viven de un salario. Ninguno gasta. Los de primera no invierten,
por miedo al futuro. Los de segunda no consumen, por la incertidumbre
de su salario. La imagen, sin embargo, veraz en algunos aspectos
una sociedad polarizada en dos clases muy distantes entre
sí, consumo e inversión en baja y desconfianza del
futuro no lo es en todos: ya no hay ferrocarriles de larga
distancia en el país: se han eliminado. Y aunque los hubiera,
40 por ciento no podría viajar en ellos, porque no les alcanza
para pagar el pasaje. Como dijo un funcionario, los pobres
no tienen ni para viajar en colectivo. Durante una década,
Menem y Cavallo nos hicieron creer que, aun entregándola
gratis, dar Aerolíneas Argentinas a Iberia era mejor que
seguir operándola el Estado; que era preferible no fabricar
aviones y dar a la Lockheed los servicios técnicos; y que
algún día saldrían transbordadores espaciales
desde el aeropuerto de Córdoba; que el petróleo en
manos públicas era pésimo negocio; que reducir salarios
y eliminar el derecho laboral provocaría mayor demanda de
trabajo; que un tipo de cambio inalterable haría más
competitiva a la industria; que permitir a empresas de Brasil venir
a la Argentina, o a argentinas trasladarse a Brasil, era un juego
favorable a todos; que extranjerizar la banca daba solidez al sistema.
En fin, que hoy el país estaría en el grupo de los
avanzados del mundo. Pero en Añatuya hay más miseria
que en cualquier ciudad de la India y el país está
último de América latina en infraestructura sanitaria.
Más que un tren detenido, que podría reanudar su marcha,
debería pensarse en una sociedad que acaba de salir, perdedora,
de una guerra. El país fue tratado como enemigo de guerra:
en ella, eran objetivos a destruir los yacimientos petrolíferos,
los ferrocarriles y las fábricas de aviones y astilleros
del enemigo. Todo ello lo ha cumplido nuestra clase dirigente.
La sociedad está postrada, incapaz de moverse por sí
misma; desintegrada por la desigualdad distributiva; incapaz de
dar empleo a los nuevos miembros de su fuerza laboral. Está
como Alemania, después de acabar derrotada en noviembre de
1918.
Salud
En
tiempos de Menem y Cavallo se convirtió una formidable infraestructura
de provisión de bienes y servicios, acumulada mediante el
esfuerzo de varias generaciones de argentinos, en patrimonio de
grupos económicos, privados o extranjeros, fuente de inmensas
ganancias. El trabajo mismo se convirtió en recurso barato
y descartable. Se llamó a esa suma de salvajadas con nombres
dulces: privatización, desregulación, flexibilización.
Las grandes masas en todo el país tenían el recuerdo
de haber accedido a la luz eléctrica, teléfono, educación
primaria, secundaria y universitaria, salud en todos sus aspectos
y sin límites. No podía ser fácil convencerlas
de que todo aquello había sido un error, que
el Estado benefactor era un elefante gordo y torpe. Para lograrlo,
en la etapa inmediata anterior a la expropiación del Estado
por los grupos económicos, se transmitió el claro
mensaje de que las empresas del Estado estaban en malas manos. El
propio Estado retiró apoyo económico a sus empresas,
aunque muchas, como Aerolíneas o YPF, daban pingües
ganancias. Si uno volaba por Aerolíneas, percibía
un peor servicio de a bordo. Si viajaba en trenes suburbanos, los
vagones tenían tapizados sin renovar y carencia de manijas
para sostenerse en el viaje. Uno abría la canilla en la cocina,
para hacerse un caldito, y salía agua amarilla y maloliente.
Cada tanto se cortaba la luz. Si en la vereda una boca de agua manaba
sin cesar, o la luz se había cortado, o el teléfono
no tenía tono, y llamaba a Obras Sanitarias, Segba o ENtel,
el service no venía nunca jamás. La estrategia, apoyada
por algunos comunicadores de gran audiencia y conocidamente venales,
fue exitosa, y en un pueblo acostumbrado a que el Estado no escuchase
sus quejas, logró que los propios usuarios pidiesen la privatización.
Al completar sus diez años, Menem dejó poco sin vender,
pero lo que dejó fue la técnica de convertir un servicio
público que satisfacía una necesidad social, en un
negocio privado rentable, con clientela establecida y cautiva. El
país va hacia una sociedad sin clase media, formada en su
mayoría por pobres, antiguos y recientes. Y una sociedad
pobre necesita un servicio de salud pública. ¿Será
ésta la próxima privatización? El reciente
abandono de afiliados de PAMI enfermos, la falta de higiene en el
hospital Pirovano encienden la señal de alarma de que eso
puede estar por ocurrir.
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